Corría el año 1943. El presidente Ramón Castillo era derrocado por el ejército. En años en que el fraude electoral era moneda corriente se interrumpía la década infame que se había iniciado con la asunción de Uriburu como gobierno de facto y concluía ahora con otro golpe. El derrocamiento de Castillo estaba propiciado por el GOU, un grupo de oficiales del ejército de corte nacionalista. Si bien fue el general Rawson quien estuvo a la cabeza de ese golpe, quien sucede en el sillón de Rivadavia a Castillo, es Pedro Pablo Ramírez. Un período breve: desde junio de 1943 a marzo de 1944 en donde aparece la figura de Farrel, presidente de facto antes de la aparición del peronismo en la vida política argentina. Perón, que en esos momentos era coronel del Ejército Argentino, no solo fue secretario de Trabajo, sino también Ministro de Guerra y Vicepresidente de Edelmiro Farrel. En 1945 y después de la renuncia de Perón y la gesta del 17 de octubre podemos decir que nacía lo que hoy entendemos por peronismo.
En plena campaña electoral, Juan Domingo Perón tiene como contrincante a la Unión Democrática, una alianza entre la Unión Cívica Radical, el Socialismo, el Partido Comunista y el Partido Demócrata Progresista. La fórmula de la Unión Democrática presentó a Tamborini-Mosca mientras que la nueva fuerza política ofrecía la fórmula Perón-Quijano. Es en este período que surge uno de los discursos políticos más interesantes, a mi juicio, de la historia argentina. Discurso sin título aparente y que quedó registrado en la historia como: “O Braden o Perón”.
Braden era el embajador norteamericano consustanciado y metido en la política argentina. Metido, en el peor de los significados dado que animaba y propiciaba de manera directa a la Unión Democrática.
A partir del título cualquier lector más o menos avisado puede darse cuenta que estamos ante un discurso electoral. El aspecto disyuntivo del sintagma nominal, esa “o” que aparece dos veces en la misma línea, determina un momento histórico para el votante argentino en el que, según Perón, se elegirán dos modelos de país. El título disyuntivo estructura todo el discurso en donde las alternativas electorales son excluyentes una de otra. La pieza oratoria presenta entonces tres modelos: el modelo político, el modelo social y el modelo electoral. El modelo político trata acerca de la democracia ya que Perón va a ser acusado de demagogo y totalitarista: “Soy pues, mucho más demócrata que mis adversarios, porque yo busco una democracia real, mientras ellos defienden una apariencia de democracia, la forma externa de la democracia”. El modelo social tomará como referencia lo realizado a partir de la gestión en la Secretaría de Trabajo. Aquí la disyuntiva estará dada por la antinomia: obrero-patrón. Por último, el modelo electoral tiene en cuenta el enclave internacional, el fin de la Segunda Guerra Mundial, la relación con los Estados Unidos y una Argentina rica de cara al hemisferio norte. La alternativa soberana, no podrá ser otra que “O Braden o Perón”. El discurso se cierra entonces con el título (puesto a posteriori) quedando así un encuadre perfecto en donde la antinomia, prepara al lector o al espectador y lo persuade para desembocar en la alternativa electoral que mencionamos. En definitiva, el largo y estructurado discurso podría sintetizarse en lo siguiente: la unión democrática representa los intereses extranjeros, propicia la injusticia social y el impulsor de todo esto es Spruille Braden, embajador de los Estados Unidos. La fórmula Perón-Quijano representa los intereses del pueblo argentino, propicia la justicia social conocida a lo largo de la gestión en la Secretaría de Trabajo y el impulsor es el orador de este discurso.
¿Se repiten las viejas antinomias? Hay una cara de la “grieta” que representa un choque electoral pero lo que vemos de la grieta, -la parte visible del iceberg- se fundamenta en lo profundo con fisuras mucho más preocupantes que las que podemos ver en cualquier reality televisivo. Acostumbrados a una permanente “polémica en el bar” y a una difusión periodística que tiene muy poco de profesional en líneas generales, la grieta existe desde hace mucho tiempo y no se manifiesta solamente en el chisporroteo barato de los fuegos de artificio de los formadores de opinión. Hay una grieta más profunda, una grieta en la que la lucha de clases sigue estando presente y donde la soberanía nacional es defendida o atacada de manera flagrante. El endeudamiento económico, la pobreza, la caída de la industrialización y el no reconocimiento de los derechos humanos entre otras muchas cuestiones ha sido un penduleo constante en el devenir histórico argentino. La grieta no se cierra con buenas intenciones. Tampoco hay que tenerle miedo. La “o” disyuntiva del discurso histórico mencionado más arriba puede hacernos creer en la permanencia de un maniqueísmo sin sentido. Pero los ríos tienen dos orillas y uno no puede hacer campamento en ambas. Apelando al creador de la ley Saénz Peña, Perón termina su discurso diciendo: “Sepa el pueblo votar”. ¿Se repiten las viejas antinomias?