Era el mejor anfitrión, en aquellos años de búsqueda colectiva. From Ramos Mejía, de voz grave pero suave, tan llena como amena. Época de señores conductores, algunos para entonces ya mayores -Carrizo- o desgastados -Fontana-, otros en carrera como Mateyko, Carámbula, Simmons, Larrea o Juan Alberto Badía (1946-2012); de él hablamos.
Me sorprendo al contabilizar sólo seis temporadas (1983 a 1986) para “Badía y Compañía”. Es probable que por seguir de continuo los distintos formatos televisivos o radiales del extrañado “Beto” (ganador de siete premios Martín Fierro y dos Konex), nos hayamos quedado enganchados por décadas con su amor a los Beatles y a la “banda roja”, su respeto al hecho artístico, su vocación por apostar a nuevos talentos -Marcelo Tinelli, Esteban “Lambetain” Mellino, Jorge “Paolo” Montejo, Cecilia Laratro-. Aquellas emisiones de teles prendidas que acompañaban a todos, independientemente de cuántos estuvieran efectivamente frente a la “caja boba”. El sábado, Badía estaba en casa: despertándonos de la siesta reparadora, tomando unos mates en el patio, asesorándonos en los aprestos para la salida nocturna, o en la cena que despuntaba tras sus últimos segmentos.
Pasaron cosas en la Argentina de 1987. Para ubicar al lector en denominadores comunes, el dólar costaba 5 australes con 60 centavos en diciembre, 3,16 veces más que en enero. La inflación alcanzó el 131% anual. El IPC (según INDEC), aumentó 174,8%. El desempleo, con 5,9% (el triple que en 1980) continuaría aumentando en los años siguientes. Se “reestructuró” (hoy se “reperfila”) la deuda externa, supuestamente aliviándose plazos e intereses; aunque el pago de servicios aumentó y descapitalizó las reservas del Central por más de 1.100 millones de verdes, en aquel entonces un platal y hoy también, aunque lo patinemos a diario en licitaciones cambiarias y otras yerbas.
Fue año electoral, con derrota del radicalismo oficialista en las elecciones legislativas nacionales a manos del justicialismo en renovación; retornando el partido del General -cuyo cadáver perdería en esos meses sus dos manos, hecho gravísimo e impune- a la conducción de provincias clave, como Buenos Aires -con Antonio Cafiero-. Fue tiempo de soportar, por la República que intentaba echarse a andar, una dura prueba: los sucesos de Semana Santa, tras una rebelión militar iniciada en Córdoba y extendida a los cuarteles de todo el país. El Congreso sancionará semanas después la ley de Obediencia Debida, que impactó en el pronto sobreseimiento o absolución de cientos de militares procesados.
En paralelo, muchas provincias -entre ellas Córdoba- actualizaron sus constituciones y se pensaba en una reforma nacional. El Poder Legislativo aprobaba el divorcio vincular en la Argentina y había creado el distrito federal Viedma-Carmen de Patagones (para erigir la futura capital de la Nación). Nos visitaron en pocos meses, dos de los hombres más importantes de aquel mundo de fin de Guerra Fría: Juan Pablo II y Francois Miterrand. Alfonsín lograba en Italia importantes -luego malogrados- acuerdos económicos.
La cultura respiraba. Reverdecía el teatro y la literatura. Lanata y Sokolowicz fundaban Página 12, donde notables plumas harían cátedra de periodismo de opinión e investigación. La rompía Hugo Soto en “Hombre mirando al Sudeste”. Deportivamente, tuvimos una Copa América en casa, pero nos duraba el “efecto tequila”: quedamos cuartos y la verdad no nos importaba nada. ¡Eramos los mejores del mundo desde 1986 y Diego tenía cuerda para rato!
Un loco, seis indeseables
El rock argento atravesaba un pico de creatividad y renovación. Fito concretaba el elevado y sufriente “Ciudad de pobres corazones”, Los Fabulosos arrasaban con “Yo te avisé!”, Los Enanitos Verdes se afirmaban con “Habitaciones Extrañas”, veía la luz el descarnado vivo “Riff n’ Roll”, Los Pericos calentaban el ambiente con “El ritual de la banana”, La Sobrecarga haría su monumental “Mentirse y creeerse”, Don Cornelio y la Zona entraban en la cancha con su primera placa homónima, Sumo cerraba su historia grabada con “After Chabón” y Prodan se marchaba de este mundo, a pocos días del recital de Charly en Badía.
Hablando del hombre de bigote bicolor, había ratificado su cómodo reinado con una nueva placa de estudio, “Parte de la Religión”; Charly se involucró en gran parte de los instrumentos -salvo la batería de Fernando Samalea-, contando con invitados -destacando a David Lebón, Andrea Alvarez y los Paralamas do Sucesso-. Algunos temas de aquel disco (de notable arte de tapa y cuidada producción) fueron “Necesito tu amor”, “Buscando un símbolo de paz”, “Rap de las Hormigas”, “Adela en el carrusel”, “No voy en tren”, “La ruta del tentempié”, etc.
Para las presentaciones en vivo, construyó un dream team que algunos biógrafos denominan “los indeseables”, otros “los enfermeros”; ciertamente tan virtuoso como oscuro. El “intocable” Samalea en los parches, haciendo dupla rítmica con el maestro Fernando Lupano, (“pieza exacta” y “símbolo sexual” según Charly); acoplándose a ellos el endiablado Carlos García López -en gran momento musical-, los solventes teclados de Fabián von Quntiero (de largo rodaje con Soda) y Alfie Martins (de samplers exquisitos según Samalea), y la femme fatal del rock ochentoso: Fabiana Cantilo. Charly, más suelto, recurre seguido a la guitarra, manteniendo su rol de director de orquesta y frontman del ahora septeto. Cuenta Samalea en sus memorias que ensayaron durante cuarenta y cinco días, catorce horas por jornada, para “sonar como el disco y que cada uno meta un poquito de lo suyo” como refiere García en la bio firmada por Sergio Marchi. Créalo el lector: debieron llamarse “los irrepetibles”.
Así lo siente Badía; junto a la guapísima Cecilia Laratro harán en la última emisión del ciclo 1987 (26 de diciembre) un fantástico panegírico al concierto (tan grato y antiguo al oído, recitando a dúo las múltiples señales de aire que tomaban la transmisión en todo el país). El escenario es una boca negra, sin sombras, de la que fluye el crescendo que preludia a la soberbia “Necesito tu amor”: “tengo el vicio de dejarme llevar” confiesa García, y todavía -era 1987- no imaginábamos lo que nos esperaba ver al respecto. Seguirán dos temas de aquella placa. “Todo se construye y se destruye tan rápidamente / que no puedo dejar de sonreír” ironiza Charly en la que da nombre al álbum, y la frase le sienta perfecta a los doce meses de vértigo vividos. Tras una versión de “Yendo de la cama al living” (del disco homónimo, 1982) con aires andinos en su introito -probablemente pensando en escenarios de gira continental- nos volvemos a sumergir en los temas de “Parte de la Religión” (ya mencionados supra).
El final del tremendo show (algo más de 30 minutos) será una oportuna y demoledora versión de “Nos siguen pegando abajo” (Clics modernos, 1983). La banda se va volando y entre los créditos Badía se despide a su estilo, formal pero afectuoso. “Que todos puedan dar ‘ese’ paso adelante” se ilusiona y promete la vuelta a la pantalla en 1988; que será el último año del ciclo, y otra vez vuelta a empezar, como Charly o cada uno de nosotros, reseteándonos sin suerte en este galimatías llamado República Argentina, en el que tanto pasa que finalmente, las noticias siempre son las mismas.
¡Hasta el próximo paseo!