El planeta, ese otro “pueblo humano”

El planeta, ese otro “pueblo humano”

El que avisa no traiciona
Hace 40 años, científicos de 50 países se reunieron en Ginebra para dar inicio a la Primera Conferencia Mundial sobre el Clima. Las conclusiones fueron alarmantes con respecto al cambio climático y los científicos instaron a los líderes de todo el mundo a actuar urgentemente. Le siguieron decenas de asambleas mundiales, tres de las cuales se constituyeron en hitos de los intentos por reunir la ecología con la política: la Cumbre de Río de 1992, el Protocolo de Kyoto de 1997 y el Acuerdo de París de 2015, este último firmado por 195 países. Sin embargo, la principal potencia productiva (contaminante) de occidente se ha empeñado en separar aquello que los acuerdos habían unido. En 2001, George Bush (hijo) retiró a Estados Unidos del Protocolo de Kyoto, argumentando que los contribuyentes de su país no estaban dispuestos a absorber el impacto económico que provocarían las restricciones sobre la industria.

El lunes pasado, casi 20 años después y con la situación ambiental mucho peor, Donald Trump imitó aquella medida y notificó a la ONU la decisión de abandonar, esta vez, el Acuerdo de París por los mismos motivos. Al día siguiente, aunque desconozco si los hechos guardan relación, un grupo de científicos publicó un artículo en la prestigiosa revista BioScience, en el que se muestran datos alarmantes sobre la situación ambiental y se insta a declarar la “emergencia climática” en el mundo. Posee, además, una particularidad que ha llamado la atención de la prensa mundial: junto a las firmas de los cinco autores se añaden las de 11.000 científicos de todo el mundo, quienes avalan las conclusiones y sostienen el pedido. La fuerza del número y del prestigio de los firmantes asombra primero y asusta después, sobre todo porque en el escrito se dice que de no reunir a la política con la ecología, se aproxima “un sufrimiento humano indescriptible”.

¿Hay mundo por venir?
También el martes, pero mucho más al sur, la Universidad Nacional de Córdoba otorgó la distinción de Doctor Honoris Causa al antropólogo brasileño Eduardo Viveiros De Castro, quien desde hace décadas difunde el pensamiento y las costumbres de los pueblos originarios de América latina. En base a sus investigaciones, Viveiros ha desarrollado una teoría antropológica denominada “perspectivismo amerindio”, que es reconocida y estudiada en todo el mundo. En 2014, junto a su esposa, la filósofa Débora Danowski, publicó el ensayo “¿Hay mundo por venir?”, en el que abogan justamente por una ecopolítica. Desde hace mucho tiempo, en occidente pensamos que la política es cosa de humanos, mientras que la ecología es cosa del planeta y de todo lo que en él no son personas: animales, plantas, aire, suelo, agua. Sin embargo, Danowski y Viveiros ponen el foco en la fragilidad de esa separación y plantean que muchos pueblos amerindios no tienen incorporada en su cultura, en sus historias, en sus cabezas, la distinción entre naturaleza y humanos, por lo que su mirada del planeta podría ser un aporte sustantivo para dar forma a la tan ansiada reunión entre ecología y política.

Otros tipos de “gentes”
Pero, ¿qué es lo que ven los pueblos amerindios que los europeizados no vemos? ¿Por qué para ellos la ecopolítica se presenta como la única forma de la política? Comencemos por un ejemplo cordobés. Al norte de esta provincia se encuentra la Laguna Mar Chiquita, uno de los espejos de agua salada más grande del hemisferio sur, famosa por los flamencos que sobrevuelan sus costas. También se la llama Mar de Ansenuza, tal es el nombre con que los sanavirones la bautizaron, a partir de su propia versión sobre el origen de la laguna. Según este antiguo pueblo, Ansenuza era una princesa india que se enamoró de un guerrero. Cuando este murió, la princesa lloró tanto que se diluyó en sus propias lágrimas dando origen a la laguna de agua salada. Semejante muestra de amor revivió al guerrero muerto, pero en forma de una hermosa y esbelta ave de plumas rosadas que desde entonces habita en ella.

Honestamente, ignoro si Viveiros de Castro conoce esta historia local, pero la mitología de los yanomamis, los wajapis, los mbyás y la de otros pueblos amerindios de Brasil que él recoge en su obra se parecen bastante a la de los sanavirones. Estas culturas creen que en el origen todo era humano y que a partir de diferentes transformaciones producidas por episodios como los que acabamos de narrar, parte de la humanidad original se convirtió en el planeta. Algunos humanos devinieron especies animales; otros, vegetales; otros, accidentes geográficos; otros, simplemente quedaron humanos y son nuestros ancestros. De ese modo, lo que llamamos naturaleza no es más que la humanidad con “ropajes” no humanos. Los animales, las plantas y los accidentes geográficos son concebidos, entonces, como otros “pueblos”, como otros tipos de “gentes”, esto es, al decir de Danowski y Viveiros, como “entidades políticas”. La laguna de Ansenuza aún es la princesa, el flamenco aún es el guerrero. No existe, entonces, una diferencia sustancial entre sociedad y ambiente, por lo tanto, no existe una diferencia entre ecología y política: toda relación con la naturaleza es una relación política o, mejor dicho, una ecopolítica o una cosmopolítica.

La esperanza es lo último que se perdió
Muy por el contrario, para la modernidad europea, primero estaba el mundo y luego aparecieron los humanos, sea por la creación de un dios (judeo-cristianismo), sea por la conciencia que el mundo desarrolla para conocerse a sí mismo (Hegel), sea por evolución desde las especies animales (Darwin). El cristianismo, la filosofía y las ciencias son formas de pensamiento arraigadas en Europa que comparten una profunda escisión entre el mundo y nosotros, entre lo natural y lo humano, entre la ecología y la política. Quizá allí convenga buscar las dificultades que tenemos los europeizados para sensibilizarnos con la situación extrema en la que se encuentra el planeta, ese otro “pueblo humano”. Sin embargo, como dijimos al principio, una esperanza parece abrirse paso desde hace 40 años. Los mismos científicos que en la modernidad vieron el pensamiento amerindio como un conjunto de mitos infundados y primitivos comienzan a mirar con cierto respeto esas ideas que muchos pueblos nativos sostienen en soledad desde hace milenios: toda política debe ser una ecopolítica. Esperemos que no sea tarde.

 

 

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