Por Esteban Maturin
El encanto irredento de Nueva York, su indiscutible capitalidad global de nuestra época, no puede ocultar las fisuras y las deudas que acumula el entramado político y social de la potencia norteamericana. Al contrario: esa misma centralidad, esa característica de vidriera ante el mundo, los potencia y los muestra en su descarnada realidad. En el listado -largo- de acreencias, el racismo y la “ciudadanía de segunda” que soporta la población negra permanece en los primeros lugares. También los agujeros de la justicia.
El cine (Netflix) ha actualizado el debate sobre esas dos grandes deudas, la racial y la judicial, con la proyección de la serie “Así nos ven” (“When They See Us”), con el vergonzante juicio por una violación en el Central Park, que terminó con cinco afroamericanos inocentes en la cárcel por el hecho de ser eso: negros y latinos, y, por lo tanto, ciudadanos de segunda.
El material artístico de “When They See Us” es una creación de la talentosa (y militante) Ava DuVernay, que ya se había hecho notar por la historia que filmó sobre uno de los mayores íconos de la negritud, Martin Luther King. Ahora convocó a un elenco de chicos negros muy rupturistas, y que están llamados a escribir una nueva página en el cine estadounidense: Asante Blackk, Caleel Harris, Ethan Herisse, Jharrel Jerome, Marquis Rodriguez, Aunjanue Ellis, John Leguizamo, Niecy Nash y Jovan Adepo. A ellos le agregó dos rubias con actitud: Vera Farmiga y la imprescindible Felicity Huffman. Con este grupo, Ava DuVernay se lanzó a descarnar los vericuetos de la psicología social del poder neoyorquino y llegó hasta el mismo Donald Trump.
Hace 30 años, la noche del 19 de abril de 1989, Trisha Meili, una ejecutiva bancaria blanca de 28 años fue atacada y violada en Central Park, en la ruta que utilizaba habitualmente para correr. Apenas un tiempo antes que los ataques sexuales y el desastre de los femicidios empujaran a la agenda de la violencia de género al centro de atención, la fuerza salvaje empleada contra Trisha la llevó a que perdiera más de la mitad de su sangre. Tras varios días en coma y muchos meses de internación hospitalaria, finalmente lograron salvarla, pero quedó con secuelas irremediables de visión, de movilidad y de un desbalance biológico sin cura (por caso, jamás recuperó el sentido del olfato).
El ataque a Trisha Meili alertó a Manhattan, a pesar de la espiral de delincuencia en que Nueva York estaba hundida a fines de los 80. Como respuesta a ese alerta, la policía se apuró a arrestar a cinco chicos de Harlem, cuatro afroamericanos y un latino, de entre 14 y 16 años. Los sometió a interrogatorios interminables, hasta que confesaron y se acusaron entre ellos. Todo el sistema judicial miró para otro lado: no sirvió de nada que en el juicio los chicos se declarasen inocentes, ni que denunciasen la coacción policial. Tampoco el hecho de que no hubiese ni una sola prueba forense ni ningún otro indicio concluyente: el jurado los declaró culpables en la primera reunión. Si eran negros y latinos, la presunción de inocencia o la necesidad de pruebas quedaban de lado.
La prensa hizo también su aporte: ya titulaba llamándolos “La manada de lobos”, y el que por entonces era sólo un millonario desarrollista inmobiliario de Manhattan, Donald Trump, alimentó el morbo de esa prensa (y sus cuentas corrientes) al pagar anuncios a página entera reclamando la reimplantación de la pena de muerte.
Los chicos pasaron, desde la sentencia del jurado, a la cárcel: estuvieron allí entre siete y 13 años. En 2002 un violador serial desquiciado confesó el crimen, y un análisis de ADN (como el que le habían negado a ellos) corroboró su confesión. Los chicos eran negros, eran latinos, y eran inocentes. El guión y la cámara de Ava DuVernay también sirve de retrato de esos agujeros que el sistema judicial estadounidense no ha tapado aún, y que termina siendo una vía institucionalizada de discriminación contra las minorías, especialmente las raciales: los negros constituyen apenas una décima parte de la población norteamericana, pero siguen siendo el grupo más numeroso de la población carcelaria (por encima del 80 por ciento).
En 2014 el Estado de Nueva York asumió parte de la culpa social de haberlos hostigado por prejuicios raciales, y compensó a los cincos chicos inocentes con una indemnización de 41 millones de dólares. Donald Trump, ya en plena campaña electoral, publicó una columna de opinión en los diarios en la que calificaba la indemnización como una vergüenza nacional y pedía mantener la sospecha sobre los negritos. Poco tiempo después ganaba las elecciones presidenciales.