Hace frío y estoy lejos de casa

Hace frío y estoy lejos de casa

Preparativos
Para algunos pasar las fiestas con la familia es un dolor testicular, pero para la mayoría representa la posibilidad de compartir un momento diferente con gente querida y con gente que ve una vez por año. Pero pasar las fiestas en el extranjero, es otra cosa. La previa no tiene la expectativa de si las tías se van a pelear o si el cuñado otra vez se va a emborrachar, sino de saber qué comidas va a haber, cuáles son los rituales, qué hacen a las doce, ¿hacen clericó? ¿Existe la ensalada rusa o es un invento argento?

Estas fiestas nos encontraron haciendo un voluntariado en un hostel en Kyoto, única forma de sobrevivir a los precios japoneses.
Cuando empezamos a armar las empanadas sucedió lo que pasa siempre: los extranjeros se quedan hipnotizados viendo cómo Lu hace el repulgue, los dedos se mueven haciendo un rulito tras otro y ellos miran, esperando la oportunidad. Ante la oferta fingen temor y ante la segunda insistencia, aceptan. Admito mi alegría al ver el repulgue espantoso que hizo un francés, mi falta de sorpresa ante la modesta exactitud de la japonesa y mi bronca al ver al panadero alemán haciendo una empanada perfecta. ¿Todo van a hacer bien estos tipos? Pensaba, con la imagen de Götze festejando en el Maracaná, cruzando por mi cabeza.

Feliz navidad
A las 9:30 alrededor de la mesa estábamos: 3 amigos franceses, 1 alemán, 1 israelí, una japonesa y una pareja argentina. Había una carne japonesa con sabor a jengibre, un quiche” francés, nuestras empanadas y unos panqueques franceses, acompañado de cerveza y whisky. Todos estábamos festejando Navidad en un país que no la celebra. Les cuesta entender que hay un señor gordo vestido de rojo que reparte juguetes porque hace más de dos mil años nació alguien que se supone hijo de Dios.
Así que para ellos Navidad es más o menos como San Valentín para nosotros: una fiesta foránea que las parejas aprovechan para tener un momento especial. El más feliz con las tradiciones navideñas-niponas es KFC, ya que las parejas van a comer pollo frito y las reservas para esa noche se hacen con bastante antelación. Para rematar la velada, comparten una tortita (Christmas cake) que cuesta entre 20 y 35 dólares (entre 2 y 3 horas de trabajo).
En el hostel todo iba bien, charlamos sobre cómo se celebra en los distintos países, sobre costumbres, el alemán contó que era católico pero que pensaba renunciar a la iglesia cuando volviera, porque quienes quieren apoyar un credo tienen que pagar impuestos, y él ya no cree tanto.

Todo iba bien hasta que repartimos la torta. El israelí, Gin, dijo que él no comía porque el azúcar le daba demasiada energía y se aceleraba mucho. Con su cara toda tatuada, lo dijo serio, como quien quiere advertir de un peligro. Lo único que comió fue una frutilla con un poco de chocolate, que aparentemente al mezclarla con whisky le pegó mal y se puso como loco. Empezó a gritar y hablar rápido, a querer que todos tomen.
Se hicieron las doce, brindamos en varios idiomas: Kanpaaaai dijimos en honor a Chika, la única local, Salud, Lejaim gritamos por Gin, siguió Santé y terminamos con el saludo teutón: Prost.
Y todo empeoró cuando llegó un australiano con otro israelí y nuestro muchacho no podía creer que había encontrado alguien con quién hablar en su propio idioma, a pesar que hacía menos de un mes estaba viajando. Esto sumado a su nivel de azúcar generó en él, un efecto similar al que le habría dado aspirarse una cucharada sopera de cocaína. Ahí ya no hubo charla posible, el alemán y la japonesa se fueron a dormir. Con Lu nos quedamos escuchando las charlas incoherentes sin entender demasiado hasta que todos los sub 25 con ahorros en monedas no devaluadas se fueron a un boliche y nosotros a dormir.

Y próspero año nuevo
Para año nuevo cambiamos al israelí por una taiwanesa y agregamos otro alemán al cóctel, un galés, más dos francesas y Lu invitó a una pareja, 50% mexicana y 50% francesa, que se estaba quedando en el hotel y con empatía imaginó que no querían estar solos esa noche.

Después de la cena caminamos hasta un templo que estaba demasiado repleto de gente así que nos fuimos a otro. En el camino cruzamos un grupo de adolescentes, que tal vez por primera vez había tomado de más, así que eran graciosos, hasta que se pusieron cargosos con las chicas y dijeron que se querían casar. De forma elegante los dejamos atrás en la muchedumbre. A las 12 no hubo ni un chasquibum, nada. Igual, para mí solo hubo un abrazo largo con Lu, que decía demasiado sin necesidad de palabras.
Después caminamos mirando a la gente caminar con tan poco rumbo como nosotros. Caminaba con las manos enguantadas dentro de los bolsillos de la campera, y pensaba que era la primera vez que pasaba frío en año nuevo, sentí que sin pan dulce, ananá fizz y sin transpiración bajando por la espalda, las fiestas son más épicas. Supongo que pensaba eso porque había un poco de bruma, y en el camino había mansiones grises y me acordaba del gil de Macaulay Culkin y todas las postales con navidades nevadas que nos dejó en la cabeza Hollywood.

Miraba la manada extraña que éramos, sabía que una semana después dejaría de ver a todos y tal vez dentro de dos meses solo me acuerde del nombre de un par, y aunque en ese momento me sentía feliz, no podía dejar de desear tener una máquina que me transportara a Córdoba para, 12 horas después, poder recibir el año con mi familia. Los brasileños a eso le llaman Saudade.

 

 

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