Fabrizio, hijo díscolo del respetado Dr. De André, fue más un poeta que cantaba que un músico o cantautor. Fue un carpintero que supo sumergir con su pluma las palabras de la pobreza y los sinsabores de Italia.
Nació en Génova, el 18 de febrero de 1940, y siguiendo los consejos familiares se inscribió en Derecho, al mismo tiempo que germinaba su vocación musical. Estudió guitarra y violín. Fue una carambola de la vida la que lo llevó a profesionalizarse; la cantante Mina grabó una canción suya, que se convirtió en todo un éxito. Como él lo ha reconocido: hubiera terminado siendo un abogado si no fuera porque Mina se fijó en un tema mío”. Fue La canzone di Marinella”, que narra el asesinato de una prostituta, la que lo catapultó. Una historia de crimen que había leído cuando tenía quince años en un periódico provincial. La historia de esa chica me había emocionado tanto que intenté reinventar su vida y endulzar su muerte”, contó Fabrizio.
Desde prostitutas, transexuales y locos, a doctores, jueces y pacientes cardíacos protagonizan sus letras. Él quería rendir homenaje a todas esas personas e historias desde la canción. Una especie de artesano que apostó por el valor de la dignidad humana. Puso en primera plana esos géneros relegados, esos márgenes de la sociedad.
Su música la escuchaban todas las clases y sectores de Italia: obreros y operarios de fábricas, intelectuales y jóvenes universitarios, mecánicos y visitadores médicos. En sus discos se palpa el aroma del mar, se escuchan los gritos de las vendedoras gordas de los mercados del puerto, los callejones de la «ciudad vieja» genovesa, las olas rompiendo. Todo eso rememora sus años como barquero arriba del Anime Salve” -nombre de su barco y también de uno de sus discos-.
De voz grave, adictiva y baritonal, sus críticos suelen asociarlo a otras voces agraciadas, como las de Bob Dylan o la de Leonard Cohen. Voces de ángeles. Esa misma voz cálida y hechizante ha conquistado millones de corazones a fuerza de una armoniosa melodía. Faber, como se lo apodaba, encarna el espíritu de esos seres solitarios como Thelonious Monk o Glenn Gould, otros fanáticos de la solitudine”.
Tenía una personalidad compleja: los que lo conocieron dicen que era silencioso y alegre, utópico, generoso y frágil, dotado de dolores y demonios personales con los cuales luchaba. La soledad es una de las mayores formas de libertad”, decía el genovés.
Fue vigilado por el servicio secreto italiano por sus sospechas de marxista, y sus canciones fueron señaladas como subversivas. Se lo etiquetó como filocomunista”. A mediados del siglo XX el Vaticano tenía aún más poder del que goza hoy en Italia y fue esa ciudad-Estado, ubicada en el corazón de Roma, la que lo prohibió y censuró.
Fue un defensor de los dialectos de esa especie de torre de Babel europea que es Italia. Decía que en una nación joven como Italia los dialectos son indispensables. Representan un deseo de identificación en las propias raíces que se hace más fuerte cuanto más se difunde la idea de una mega estatalización europea. Además, el italiano, si no se viese nutrido de las frases idiomáticas, devendría un lenguaje adecuado solamente para vender papas o litigar en los tribunales”. Por ello, grabó un disco completamente en genovés, el álbum Creuza de ma”, que recibió apasionados elogios de David Byrne. Una joya.
Nunca alcanzó gran popularidad fuera de Italia, como sí la alcanzaron otros, Adriano Celentano o Franco Battiato, por ejemplo. Se mantuvo en los márgenes, fiel a su estilo, aunque hoy los jóvenes se identifican en sus versos, porque dicen que su poesía es como si hubiera sido escrita para el ahora. Era un adelantado a su época, dice Anna Maria Iozzi que lo conoció personalmente.
Un hecho trascendental en la vida de Faber fue su secuestro. En 1979 estaba junto a su compañera, Dori Guezi, en Cerdeña, cuando viven esa experiencia dramática que duró cuatro meses. Nunca guardó rencor a sus secuestradores y tampoco ha hablado mucho de ello. De ese acontecimiento nacería su maravilloso disco L´Indiano”, que se abre en su cara A con el pegadizo Quello che non ho” y en su cara B con la magnífica Hotel Supramonte”.
Se fue el 11 de enero de 1999, y desde esta fecha la canción italiana no ha vuelto a alcanzar la altura que Faber le dio, este genovés universal que con su manera de narrar nos ayuda a esquivar algunas encrucijadas de la vida.
Este año hubiera cumplido 80. En una de sus canciones escribió: dai diamanti non nasce niente, dal letame, nascono i fior”. Algo así como que de los diamantes nada nace, del estiércol, nacen las flores.