Contra revolucionarios locales en un panteón de Cádiz

Contra revolucionarios locales en un panteón de Cádiz

¿Qué hacen los restos de un grupo de contra revolucionarios de Córdoba en un mausoleo del Panteón de los Marinos Ilustres en Andalucía? ¿Cómo llegaron hasta este lugar que se halla ubicado dentro del recinto de la Población militar de San Carlos, en San Fernando? ¿Por qué comparten el eterno descanso” junto a los más destacados marinos que hicieron historia en Trafalgar, a pocos kilómetros de la base hispano-estadounidense de Rota? Se trata de Santiago de Liniers, ex virrey del Río de la Plata, el gobernador intendente Juan Antonio Gutiérrez de la Concha, el primer profesor de la cátedra de Instituta en la Universidad de Córdoba, Victorino Rodríguez, el coronel Santiago Alejo Allende, y el tesorero del cabildo, Joaquín Moreno. Todos ellos fusilados por haber considerado ilegítima a la Junta que se formó en Buenos Aires, por entonces capital del Virreinato del Río de la Plata, en mayo de 1810. 

La primera reacción adversa a la Junta vino desde Córdoba, en donde el gobernador Gutiérrez de la Concha, reunió en la sala capitular a los miembros del Cabildo, algunos jefes militares, al obispo Rodrigo de Orellana y a un puñado de vecinos principales, para analizar y tomar una posición. Desde la capital de Córdoba del Tucumán, el grupo -que también contaba con el apoyo del ex virrey Santiago de Liniers- resolvió desconocer a la Junta, a la que consideraban ilegítima, reconocer al Consejo de Regencia e informar la decisión al virrey el Perú para organizar una resistencia, e incluso una invasión a Buenos Aires. 

Ante el peligro que representaban, tanto el sector más radical que integraba la Junta, referenciado en Mariano Moreno, como el moderado y autonomista conducido por el presidente Cornelio Saavedra, estaban de acuerdo en luchar contra quienes quisieran mantenerse leales a cualquier autoridad que quedara en España. Fue así como dispusieron el envío a Córdoba de una expedición militar compuesta de 2.200 hombres, comandada por Francisco Ortiz de Ocampo, que fue modificando sus objetivos y recibiendo órdenes cada vez más extremas, a medida que el proyecto contrarrevolucionario se volvía más amenazante. 

El grupo de Liniers y sus aliados intentó desbaratar la expedición, e incluso atentar contra ella. Su propósito inicial fue salir a su encuentro en las proximidades de Córdoba, o hacerle frente en la propia ciudad. Pero ante el inminente arribo de las tropas porteñas resolvieron un cambio de planes y partieron rumbo al Alto Perú en busca de apoyo, acompañados de un ejército compuesto por 400 hombres. Con el paso de los días la situación de los líderes contrarrevolucionarios se fue complicando, porque la tropa desertó. Terminaron detenidos y fusilados por orden de la Junta, en el Monte de los Papagayos (hoy Cabeza de Tigre), el 26 de agosto de 1810. La condena, de la que fue perdonado el obispo Orellana (por su investidura) fue considerada un escarmiento ejemplar, destinado a marcar el destino de los que osaban oponerse a las disposiciones del nuevo gobierno revolucionario. 

Los cuerpos de los ajusticiados fueron sepultados en las cercanías de la Capilla de la Cruz, en el interior de Córdoba, pero no resultaron exhibidos, como ocurría con otros cadáveres ajusticiados en ese entonces. En 1861, una vez finalizadas las guerras de Independencia y las civiles, el cordobés Santiago Derqui, presidente de la Confederación Argentina, ordenó que se recuperaran los restos. Fue así que el sargento mayor Felipe Salas, con ayuda de los lugareños, los encontró enterrados a todos juntos: tres ubicados en forma horizontal y dos en vertical, y a su lado 10 suelas de botas y dos botones. Fueron colocados en una caja y trasladados a la ciudad de Paraná, donde entonces residían las autoridades nacionales. 

Al año siguiente, el cónsul español asentado en Rosario, Joaquín Fillol, solicitó al presidente Mitre los restos en nombre de la reina de España, Isabel II, para ser depositados en un mausoleo en el Panteón de los Marinos Ilustres. Aunque, de todos ellos, los únicos marinos eran Liniers y Gutiérrez de la Concha: ambos habían combatido juntos contra los ingleses cuando invadieron Buenos Aires, a principios del siglo XIX. En una visita que hicimos al Panteón vimos que las placas recordatorias que luce el mausoleo, así como el relato que ofrece el guía de lugar, hacen referencia a este desempeño, pero los verdaderos motivos por los que murieron, ni por qué se encuentran allí, no se cuentan en forma oficial. Tal vez después de nuestra conversación con el guía hoy se ofrezca otra versión de los hechos. 

Mientras tanto y desde entonces, el sector más conservador de la Academia y de la cultura de Córdoba sigue recordando estas muertes como si hubieran ocurrido ayer. Y, paradójicamente, se organizaron homenajes e inauguraron monolitos en los lugares donde fueron apresados y ejecutados, en el marco de la celebración del Bicentenario de la Revolución de Mayo, en 2010. De este modo, todavía en Córdoba existen posiciones polarizadas, que se fraguaron desde los tiempos de la Revolución y lamentablemente aún perviven. Esta visión condena la orden de fusilamiento de la Junta como un movimiento sanguinario y destructor, aunque poco o nada dice de la violencia que los mismos contrarrevolucionarios ejercieron desde el poder sobre quienes no compartían su visión política, hasta que fueron apresados y ejecutados.

 

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