Historia y salud en tiempos de pandemia

Historia y salud en tiempos de pandemia

«La madre de Frankenstein», la última novela de Almudena Grandes, entrecruza la historia de una famosa parricida con una auxiliar de salud y un psiquiatra que reflejan el espesor de una época.

Como parte del proyecto sobre la posguerra en España, «La madre de Frankenstein», la última novela de Almudena Grandes, entrecruza la historia de una famosa parricida con una auxiliar de salud y un psiquiatra que regresa del exilio para trabajar en una institución psiquiátrica, configurando una trama escrita desde el margen, que refleja el espesor de una época donde la moral nacionalista y los abusos son moneda corriente, como también lo son las resistencias cotidianas al régimen franquista.

«Es una novela que cuenta un periodo de la historia de España desde el margen del margen, es ultramarginal: son mujeres y enfermas mentales» adelantó la escritora a propósito de la publicación del libro, que se inscribe en un ejercicio literario de memoria crítica: «Me interesa más contar desde el margen que desde el centro. Para criticar al poder siempre es mejor desde el margen».

Publicada por Tusquets, la novela significa la quinta entrega de la serie «Episodios de una guerra interminable» que Almudena Grandes (Madrid, 1960) inició hace una década para narrar los 25 años de posguerra de su país desde distintos puntos de vista, como un homenaje a la resistencia anónima. Ya van cinco libros monumentales (este tiene 560 páginas), y se espera el último para el año próximo bajo el título «Mariano en el Bidasoa».

A partir del asesinato real que Aurora Rodríguez Carballeira comete contra su hija Hildegart, Grandes construye una ficción situada en la década del 50 -con flashbacks al pasado- sobre la España dictatorial desde una perspectiva del poder sobre los cuerpos y las minorías.

En clave histórica pero novelada -ese híbrido que la escritora española despliega en casi todos sus libros, y que ella misma diferencia de la historia por su vínculo con la emoción- «La madre de Frankenstein» retrata la influencia de la religión, el rol de la psiquiatría (desde sus terapias doctrinadoras contra la homosexualidad hasta la eugenesia con el argumento de la ideología como gen) y la condena a las mujeres como propiedad de los varones.

La parricida más famosa de España estuvo dando vueltas por más de 30 años en la cabeza de Almudena Grandes, una mujer «a la que no he podido odiar» y de la que antes o después terminaría escribiendo sobre ella, «una mujer muy aficionada a la vida pública, muy conectada con los círculos progresistas de la España pre Republicana. Esa mujer que podría haberse convertido en el símbolo de la nueva España, era una enferma mental».

Fue la vida de esa asesina y su muerte en un centro psiquiátrico donde Almudena encontró «la oportunidad extraordinaria para contar los años 50 desde un microcosmos: el manicomio. Un lugar que es casi un no lugar porque allí vivían las personas que menos contaban, porque primero eran mujeres y luego eran enfermas mentales. Un microcosmos que se relaciona con el gran macrocosmos de la España de esos años que era un manicomio».

Así nace una trama estructurada sobre tres personajes que se encuentran en la institución psiquiátrica de Ciempozuelos, a cargo de las Hermanas Hospitalarias del Sagrado Corazón de Jesús, donde hay mujeres con padecimientos mentales, pero también «cuerdas» que sus maridos envían allí para deshacerse de ellas. Si en aquel entonces ser mujer suponía una posición inferior, ser mujer y padecer una enfermedad mental significaba un boleto para el olvido y el abandono.

«La psiquiatría fue tremendamente misógina y en los años 50, en este florecimiento del nacional catolicismo, las mujeres fueron las grandes víctimas. En España decimos que las mujeres perdimos la guerra dos veces: perdimos la guerra de todos y perdimos la nuestra porque el franquismo nos retrotrajo a una situación muy anterior», sostuvo Grandes en referencia a derechos universales que tenían antes de la guerra civil.

Pero además de ponerse en la piel de Aurora, la mujer que asesina a tiros a su hija Hildegart por «defectuosa» y crea muñecos de trapo a los que considera sus hijos, se sostiene por otros dos personajes incluso más vertebrales: María Castejón, una joven auxiliar criada por sus abuelos en ese centro psiquiátrico que desconoce la verdad sobre la muerte de su madre; y el psiquiatra Germán Velázquez, que regresa del exilio en 1954 para trabajar en ese complejo, convocado por su conocimiento sobre tratamiento con clorpromazina.

La novela destaca el papel biopolítico de la medicina conservadora durante el régimen franquista: la misma Grandes argumentó que «la psiquiatra tuvo mucho que ver a la hora de construir el armazón de la dictadura franquista». En la desconfianza mutua entre iglesia y ciencia, el régimen construyó un paradigma moralista sobre el padecimiento psiquiátrico, «tradicionalmente con los locos, había dos lecturas: o eran hijos del diablo y la locura una manifestación o eran los hijos más amados de Dios y por tanto curar las enfermedades mentales era ir contra la voluntad de Dios».

En ese sentido, «La madre de Frankenstein» refleja la diferencia entre dos mundos: la ciencia que busca el conocimiento y el Estado aliado con la Iglesia que detenta el poder y saber con fines de disciplinamiento. El personaje del psiquiatra refleja esta tensión y al mismo tiempo revela la esperanza porque el nuevo tratamiento es «una de las cosas que explican que Germán vuelva a España, pero también representa la esperanza en un lugar donde no hay esperanza».

La presencia del joven doctor ofrece una mirada extrañada de España, ya que Germán Velázquez se exilia de adolescente a fines de guerra civil impulsado por su padre, también psiquiatra, que le otorga su pasaje republicano para escapar. Ya formado en psiquiatría y radicado en Suiza, decide volver a un país del que todos quieren irse, algo que la escritora asocia a «la culpabilidad de haber sobrevivido, ese síndrome que quienes vivimos en democracia no podemos entender. Hubo gente que se arriesgó a volver cuando sabía que los iban a meter en la cárcel», apunta.

El triángulo de esta novela se completa con María Castejón, «un personaje muy representativo del nacional catolicismo, que no fue una ideología sino un engendro ideológico de ocasión, la fusión entre la iglesia católica y el régimen fascista, que desarrolló una influencia asombrosa en la vida íntima de las personas. María representa a esas mujeres sojuzgadas. Para una mujer pobre y sin recursos había un riesgo excepcional: o te casabas o te convertías en un desecho social», explicó.

En este sentido, sostuvo que para las mujeres «la moral católica consiguió que la cárcel fuera por dentro, que llevaran una cárcel en su interior» y si bien eso fue cambiando «todavía hay mucho machismo residual».

«En los últimos tiempos el movimiento feminista ha tenido un impulso tan grande que ha llegado a ser temible, en el mejor sentido de la palabra. Y cuando las mujeres estamos a punto de romper el techo de cristal, siempre hay algo que nos tira los pies para abajo, la forma de desacreditarnos sigue siendo histéricas, locas, marimachos… la fama histérica no la vamos a quitar tan rápidamente».

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