Laura Hana: «Lispector está siempre al borde del canon»

Laura Hana: "Lispector está siempre al borde del canon"

En su libro «El conjuro», la poeta, psicoanalista y docente Laura Hana plasma su encuentro con el universo de Clarice Lispector, a partir del cual comenzó a trazar un itinerario de lecturas, textos y viajes que la transformaron hasta dar lugar a su experiencia de escritura de manera vital y contingente.

Hana (Buenos Aires, 1964) dialogó con Télam sobre el proceso de trabajo del libro publicado por la editorial Paradiso en el que en un tono poético y potente indaga en la voz de la gran escritora brasileña de la segunda mitad del siglo XX que con obras como «La hora de la estrella», «Aprendizaje o el libro de los placeres» y «Un soplo de vida» dejó una huella que se sigue expandiendo en la literatura con un lenguaje lúdico e innovador.

– El libro dice «Escritos con Clarice». Ese «con» adelanta algo de lo que encontramos allí: la escritura no es sobre ella sino que está estableciendo un diálogo permanente con su obra.

– Sí, se trata de un libro a partir de un encuentro que me produjo cierto impacto. Hace unos 20 años me encontré en un taller de filosofía con su relato «El huevo y la gallina» y me produjo un efecto de asombro, perplejidad y sucedió lo que suele pasar con los relatos de Clarice Lispector y es que uno los lee de manera insistente. Es algo que no pasa por el entendimiento. Así empezó mi búsqueda, en la que empecé a sentir una compañía inusitada. Comenzó un transcurrir, un estar con sus libros como un lazo de experiencia íntima. Este libro tiene la figura del gesto, es un gesto. Da un paso más que un diálogo. Lo veo como un camino de amistad. Más que diálogo es un habla plural donde se van deslizando polifonías de voces.
     El gesto de escribir es un gesto solitario pero que se realiza en acto con otros que son los personajes de sus relatos, de todos sus libros, sus crónicas. Así va apareciendo Clarice en su cotidianidad, en sus paseos y también otras voces que vienen de otros lugares y se reúnen. Por eso digo que es «un estar con». No es un libro sobre ella, menos un libro de interpretación sobre su obra. Es desde un asombro, una respiración. En varios de sus relatos, dedica sus libros, llama al lector y dice «escribo para alguien y que alguien tome mi mano». También está la idea de conjuro que es siempre una invocación, una invitación a otro amor con intensidades, un trenzado.

– La edición aloja diferentes tipografías y marcas que funcionan como huellas de lectura. ¿Cómo fue esa decisión?

– Me disponía a escribir y venían hacia mí con cierta dispersión imágenes que iban apareciendo, un emerger, sus cuentos, sus crónicas, sus relatos, sus novelas y ese aparecer era diverso y por momentos un poco caótico. Surgió así y lo fui plasmando de ese modo. Eso fue dando el estilo, la necesidad de ir plasmando esas huellas en su diversidad. Era una pregunta recurrente quién habla ahora, quién escribe. Eso fue cobrando la forma de una prosa poética y donde esta diferencia de tipografía marca la discontinuidad y diversidad de relieves.

– Contás tu encuentro con el universo Clarice. ¿Qué libro o texto le recomendarías a alguien que todavía no la leyó?

– Creo que las crónicas son un buen comienzo. Hablo de «Revelación de un mundo» que editó Adriana Hidalgo, después seguiría con los cuentos. Hay algunos que me resultaron una lectura insistente y me atraparon como «Felicidad clandestina», «Amor», «La imitación de la rosa», «Embriaguez y devaneo de una muchacha», «El último paseo». También está el confiar en un buen azar, con qué libro uno se encuentra.

– Hay una frase en la que decís que «el amor es más lo que se lleva que lo que trae» y parece condensar varios ejes de sus textos.

– Esa frase tiene varias aristas pero lo primero que se me ocurre es que el amor que me despertó la lectura de Clarice y el amor hacia ella está ligado al amor desposeído que va apareciendo como pulsaciones en el texto y que está presentado como eso que ella llama un dolor alegre. Y algo que voy escribiendo de diferentes maneras es que se ama con el mal al lado. La relación que tenía ella con los animales, como presenta la animalidad: desde comer una cucaracha, lo que le pasaba con el caballo, era una relación con lo inexplicable. Lo que está también en el plano de lo desposeído. Ella dice que hace una literatura sin literatura. Ese sin es muy importante de ubicar porque es, entre otras cosas, una escritura que va restando y está siempre en un borde de lo inclasificable, de los cánones culturales, incluso de la misma literatura. Una literatura sin literatura es una apertura a otra cosa. No es un amor ligado al embelesamiento, a cierta belleza, no es el amor del espejo. Es otro amor que no es complaciente ni tiene que ver con el engaño inherente a lo amoroso.

– Lo intertextual parece ser un recurso para releer a Clarice en este trabajo. ¿Cómo pensás ese aspecto con la oralidad: como marca o característica de sus textos?

– Sí, lo que se presenta en el libro es una intertextualidad, una escritura que marca un entrelíneas, entrecruces raros de voces de los personajes de Clarice, míos o de ciertos escritores que van apareciendo sin ser nombrados. Varias veces la sensación es que Clarice nos habla pero no es desde la coincidencia o algo de la semejanza con ella sino que es un encuentro con un habla perturbadora, ambigua que conmueve, toca el cuerpo y da lugar a la significancia. Esto me produce un efecto vivificante, donde toca lo inaudito y una vez que estamos ahí escuchándola algo queda transformado. Podría decir que esa intertextualidad, ese modo que emergió de la escritura fragmentaria, prosa poética es algo que surgió y se presentó así.

– El libro finaliza con un viaje, un encuentro con el territorio de Clarice. ¿Podríamos decir que traza un itinerario por ese universo?

– El viaje esta motorizado por la curiosidad, fue un recorrido por los lugares donde Clarice transitó, donde ella iba casi todos los días. El jardín botánico, el zoológico. Hay varios relatos en los que cuenta esos recorridos y los fui haciendo en ese viaje. Hubo dos situaciones muy interesantes: yo tenía dos direcciones de las casas de Clarice. Una tenía en la entrada una indicación de que ahí había vivido y estaban sus fechas de nacimiento y muerte y otra no tenía ninguna indicación que fuera su casa. Pero cuando estuve en la puerta apareció un joven al que le pregunté si no sabía vivido allí Clarice y me dijo que sí, que su madre vivía en ese departamento. Me dijo que al otro día podía ir a tomar el té con ella que también era escritora. Hubo ahí algo del azar de los buenos encuentros que era como estar en los relatos de Clarice y esperaba lo mejor. La escritora quería hablar de escritores argentinos y brasileños y lo que me sucedió es que no podía parar de ver las paredes, el paso del tiempo y pensar en Clarice. Después fui al cementerio israelita de Caju y a partir de esa despedida comenzó a advenir la escritora que hay en mí. Así que por un lado fue recorrer sus caminos, sus lugares, pero también fue buscar algo propio que estaba en mi aún ignorado así que el regreso de ese viaje marcó un antes y un después respecto a la escritura de Clarice y de mi propia escritura.

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