Miguel Juárez Celman y la Generación del 80 , Roberto A. Ferrero, Ediciones del Corredor Austral, Córdoba, 2019
Hay un historiador cordobés de fuste y de clara inserción en la línea nacional provinciana, Roberto Ferrero, que ahora ha reelaborado la vida pública de su coterráneo, el presidente Miguel Juárez Celman (1886-1890), del que concluye siendo su tenaz defensor. Desde mi punto de vista, ya aceptada la reinterpretación del concepto político de la irrupción de la Generación del 80, que incluía en principio a Juárez, un tanto más difícil resulta ser la reivindicación de la presidencia del susodicho. Es que resulta casi imposible ocultar el carácter liberal que de la economía revestía la mentalidad juarista; que la gran mayoría, en su época, compartiera el sendero plenamente agroexportador y probritánico como granja del taller europeo” solo atenúa su responsabilidad, pero no lo justifica. Y que la resistencia (verbal primero, y armada luego) haya concentrado en su figura la plenitud de las culpabilidades (cosa cierta e injusta), no lo hacen líder de una empresa patriótica en línea con los jefes populares del siglo XIX y XX.
Juárez dijo lo que pensaban casi todos: el Estado es mal administrador”, y procedió a la venta de los ferrocarriles a diestra y siniestra. No fue un hecho menor. Claro que expresó lo que los demás no se animaban, pero compartían. Parece haber hecho lo que Sarmiento le aconsejó a Mitre luego de Pavón: ¡Southampton o la horca! No ahorre usted sangre de gauchos”. Y que Bartolo cumpliría de calladito enviando a sangre y fuego a sus procónsules del Coloradismo uruguayo a las provincias andinas. Y así como la franqueza no disculpó al verborrágico sanjuanino, tampoco podía pasar por alto al cordobés, salvando los incómodos paralelismos.
En su Presidencia vendió malamente el tren, que funcionaba con eficiencia y aceptación popular en manos argentinas, y que Scalabrini ha desmenuzado terminantemente. Aunque lo realizó la administración bonaerense, estimo que no podría haberse emprendido tal decisión de no haber recibido la brisa anti estatista neta que soplaba desde el ámbito nacional y parecía el grito de una moda. Si bien es cierto que el rumbo emprendido parecía funcionar adecuadamente en tales años, podría haberse tenido en cuenta el proyecto de Mariano Fragueiro, apenas tres décadas atrás, que recogía y mejoraba la lucha protectora de Ferré, que afuera ya habían caminado Bismarck, en Alemania; EEUU con Hamilton (y que lo habría de colocar en el predominio industrial mundial); Australia; Canadá; y la misma España, a lo largo de todo ese siglo.
Respecto a los Bancos Garantidos, tan vapuleados por quienes repiten definiciones sin mayor investigación personal, bienvenidos los nuevos enfoques. Era necesario esta especie de reelaboración desde una perspectiva más federal. Faltaría por ahora una mayor documentación que la refuerce. Por ahora no vislumbro de qué manera don Miguel Juárez Celman podría haber alcanzado la cancelación de la totalidad de la deuda externa, como predice Ferrero, pero se saluda el inicio de la investigación en tal sentido. Recordemos mientras que la Historia es la descripción y análisis de hechos concretos, no tanto de intenciones supuestas, salvo que surjan claros indicios que replanteen lo consagrado.
El hecho fue que el régimen financiero cayó en un descontrol acentuado, tal que las previsiones legales que en la letra reglamentaban la distribución de inversiones garantizadas por el Estado fueron dejadas de lado, aparecían créditos sin sentido ni justificación, la moneda se depreció abruptamente y la vida se encareció de una manera tal que los sectores humildes disminuyeron seriamente su poder de compra.
Cosas muy válidas del texto fueron los proyectos de las Cales Argentinas y el Canal Huergo. Realmente se han recogido aquí, para el sano debate futuro, dos patrióticas iniciativas boicoteadas y finalmente obturadas por el interés inglés y su política importadora.
Retornando a la insinuada justificación de la opción agroexportadora elegida, estimo cierto tener en cuenta el grado de desarrollo del imperialismo a fines del siglo XIX, así como el peso y significado de la inmigración. A pesar de ello persisto en señalar que se podría haber intentado conducirlo a favor del interés nacional con mayor decisión, aunque más no fuera parcialmente. Por ejemplo, respecto a la inmigración debería haberse prevenido lo que finalmente sucedió: la población cuyo número en aquel tiempo hacía aún viable la instrumentación de una economía poco demandante de brazos iba a aumentar a cifras que la desbordarían en la respuesta a la demanda laboral.
La cualidad del verdadero estadista contiene la previsión del futuro junto al correcto análisis del presente.
Aún retumbaban en el Congreso Nacional las alocuciones de Pellegrini en el debate industrial de la Presidencia Avellaneda: Es necesario que en la República se produzca más que pasto”. Y don Vicente Fidel López en esos mismos debates tarifarios había descripto magistralmente la manera en que el librecambio impuesto desde 1810 había arruinado las producciones regionales, al tiempo que enfatizaba que la apertura a las manufacturas, chiches y abalorios europeos junto al monopolio aduanero la provincia de Buenos Aires había arruinado a las demás.
Estimo que, si en algunos aspectos concretos el Grupo del 80 tuvo la ilusión de una República moderna, industrial y minera, al tiempo que descartaba la intervención estatal, el capital foráneo le demostraría hacia cuales rubros productivos estaba dispuesto a apuntalar sus inversiones. Al resignarse a caminar en tales límites, toda esa dirigencia autonomista nacional cayó en situación de simbiosis efectiva con la oligarquía portuaria a la que había venido a desplazar.
Cuando, caído Juárez, asume Pellegrini, con Roca como ministro de Guerra y hombre fuerte régimen, se suscribe rápidamente un nuevo préstamo con la Morgan para salvar a la Baring. Los compromisos asumidos (bendecidos por Mitre en persona) son tan leoninos que jóvenes estudiantes porteños incendian su vivienda y apedrean su persona, como el mismo Ferrero describe (pág. 226).
Pellegrini presidente contradecía, en 1890, al Pellegrini diputado de antaño. Y el Roca ministro se daba de traste con el general provinciano que había doblegado resueltamente, en 1880, el sectarismo del Puerto. El Juárez que veo luego de recorrer este interesante esfuerzo de Ferrero es el de un sincero cordobés que intentó -y en alguna medida logró- modernizar el país fuera del ámbito capitalino. En tal intento produjo una corriente inmigratoria de envergadura y un salto agropecuario inédito.
En medio de una franja ideológica compartida con la casi totalidad de la dirigencia de la época, pergeñó sueños inesperados, pero, lamentablemente, descartó todo Plan B ante el abrazo del capital extranjero privado, enajenando industrias y realidades funcionales que no había urgencia en resignar.
La ley 1420, sancionada en la presidencia de Roca pero de la que estimuló resueltamente Juárez, en variados enfoques terminó siendo positiva; la iglesia, más allá de cuidar las creencias tradicionales, constituía un cancerbero de privilegios económicos y culturales que estuvo bien en suprimir, a mi entender. En otra cosa parece haber caído, al chocar con el espíritu religioso existente en cada rancho humilde de la más pequeña aldea argentina, como pareció ser. La religiosidad popular terminó apareciendo también como afectada en un principio, lo cual fue estimulado y aprovechado por algún obispo y representante cercano a Roma.
La famosa Ley sirvió para ampliar el número de argentinos alfabetizados e impedir la fragmentación cultural de los hijos de inmigrantes, sendero que se intentaría completar con la posterior Reforma Universitaria, en 1918, ya en tiempos yrigoyenistas.
Finalmente, llama mi atención que no se amplíen conceptos en relación a las consecuencias sociales de la política económica del período, especialmente sobre la masa sumergida de la patria. Prescindo de la categorización de la clase trabajadora”, de escaso volumen en tales años, pero pobres e indigentes evidentemente hubieron.
El revisionismo histórico surgió esencialmente rosista, y como tal, con inevitable marca bonaerense y hasta porteñista. Fue gracias a Forja que se amplió el análisis hacia el terreno económico, y lo profundizó Jorge Abelardo Ramos, colocando al pasado bajo prisma federal-provinciano y también continental, ubicando a la Argentina como una parcial república de una gran nación latinoamericana. Dentro de esta geografía interpretativa ubico a mi admirado Ferrero, aunque con Juárez pareciera hacer un esfuerzo interpretativo en donde puede haber pesado el común carácter de cordobés con el ex presidente evocado.
Una cuestión resulta innegable: La presidencia juarista en 1890 era desbordada por el vendaval económico-financiero, cuyas bases principales se habían sembrado un par de décadas atrás, pero quienes erosionaban la estabilidad para derrocarlo fueron seres de la oligarquía porteña, hartos de un mandatario cordobés rodeado de ignotos ministros, y que encima proyectaba en Ramón J. Cárcano la sucesión en otro mediterráneo. Como Sobremonte cuando se retiró de Bue nos Aires en 1806, Juárez fue casi empujado a salir rumbo al interior en plena crisis, hecho presentado como fuga” por la perfidia porteña, que, de esa manera, destruían su imagen histórica.