El dolor

Por Diego Tatian

El dolor

En los momentos que siguieron a la agresión, Eligia estaba todavía rosada y simétrica, pero minuto a minuto se le encresparon las líneas de los músculos de su cara, bastante suaves hasta ese día, a pesar de sus cuarenta y siete años y de una respingada cirugía estética juvenil que le había acortado la nariz”. Son las primeras líneas de El desierto y su semilla”. Macerada en la angustia a lo largo de muchos años, fue publicada por Jorge Barón Biza (a veces Jorge Barón Sabattini) cuando terminaba el siglo y es considerada por muchos como la mejor novela argentina contemporánea. Las páginas que siguen a esas líneas rezuman el comienzo de novela más intenso que recuerde haber leído. No sucede a menudo que un relato estremezca desde la primera palabra para ya no dejar de hacerlo a lo largo de todo el libro.

Eligia no es otra que Rosa Clotilde Sabattini. Y la agresión” de un momento antes de comenzar la historia consistió en la buena cantidad del ácido que Arón [Raúl Barón Biza] le había arrojado a los ojos -porque su intención había sido dejarla ciega con la imagen de él guardada como última impresión”, en un departamento porteño de la calle Esmeralda donde se habían reunido para consumar el divorcio. Sigue el febril viaje en auto al hospital de primeros auxilios mientras, en un streap-tease ardoroso”, la mujer (que solo gemía” pero no gritaba) se quitaba la ropa empapada de ácido quemándose también las manos. En ese comienzo de viaje al fin de la noche, la cara de Eligia era un misterio que hervía bajo la oscuridad”.

Cuando ese día de 1964 sucedió la tremenda agresión con el ácido, Raúl y Clotilde estaban separados desde hacía tiempo y Jorge vivía con su padre, quien se descerrajó un balazo en la cabeza pocas horas después de la bestialidad que había cometido. Dejaba en herencia unas cuántas novelas malas y mucho, muchísimo daño.

El centro literario de El desierto y su semilla” es el rostro humano, y el de Clotilde en particular. La filosofía (con Levinas) y la pintura -Arcimboldi aparecerá en un lugar estratégico de la novela- han indagado de diversos modos el enigma del rostro. El poder del daño inferido al semblante de una persona es tal que toda marca en él resulta irreversible. Clotilde luchó 14 años para lograr una imposible reconstitución de lo irreparable. Sin disimular su cultura artística, el relato de Jorge Barón registra las peripecias y las transformaciones de la cara de Clotilde, su madre; algunas páginas parecen transplantadas de otro género, más propias de la crítica de arte con la que su autor se ganaba la vida, que de la literatura en la que incursionó únicamente en este libro.

Raúl BB había raptado a Clotilde del internado de monjas en el que estudiaba, cuando ella tenía 16 años, 20 menos que él, y don Amadeo Sabattini le había prohibido acercarse a su hija. En realidad, no se trató de un rapto, sino de una huida consensuada al Uruguay, donde contrajeron matrimonio en 1936. Algunos años más tarde Clotilde estudió historia en la Facultad de Filosofía de la UBA, aunque sus mayores contribuciones fueron en el campo pedagógico y en la política. En 1940 fue encarcelada por razones políticas; y durante el peronismo, luego de caer nuevamente presa, volvió a radicarse en Uruguay, esta vez como exiliada.

Clotilde había nacido en el emblemático año de 1918, seis meses antes que Evita. En su libro Barón Biza. El inmoralista”, Christian Ferrer las pone en espejo: Eva Perón y Clotilde Sabattini… aparecen en el mismo momento histórico, en partidos opuestos, siendo ambas muchachas con agallas. Eva se fue de su pueblo siguiendo a Agustín Magaldi, cantante de tangos, que le llevaba 21 años, y Clotilde se enamoró de un hombre 20 años mayor que ella. Eva llegó a Buenos Aires en enero de 1935, con 16 años, desde Junín, y dos meses después Clotilde se casaba con Barón Biza: ella tenía 16 años”.

El 1958 Arturo Frondizi la nombró presidenta del Consejo Nacional de Educación. Jorge Barón deja traslucir en la novela que el vínculo entre ambos no fue solo político: Según los rumores, eran precisamente los amores de Eligia con ese presidente los que habían desatado la furia de Arón”.    Acompañada por Jorge, entre 1965 y 1970 Clotilde vivió en Milán, tratando de recuperar lo que fuera posible de su rostro, y en 1973 participó en la campaña del Frejuli –al que un año antes se había integrado el frondizismo. Pero su contribución política más relevante y su pasión predominante fue sin duda el combate por los derechos sociales y civiles de las mujeres, que sostuvo a lo largo de toda su vida pública.

Imagino a Clotilde lúcida, tenaz, valiente, dispuesta a transitar el dolor con una dignidad activa y una fuerza moral que encuentra -o inventa- una y otra vez las condiciones que impulsan al compromiso con las vidas ajenas –sea a través de la pedagogía, sea a través de la política. Hasta un día de 1978, narrado por Jorge con brusca sequedad, como si quisiera pasar rápidamente por ese instante inevitable del que todo lo demás era un dilatorio circunloquio: Al día siguiente saltó de la ventana de su departamento, que había sido también el de Arón, pero en el que nunca vivieron juntos. La trayectoria de la caída fue de este a oeste, en dirección a la cúpula detrás de la cual se pone el sol”.

El destino aciago que deparó ese salto no interrumpió allí su poder de destrozar. La fuerza del dolor continuó su obra sobre otros cuerpos.

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