Malvinas desde la ficción: Irreverencia y parodia para recuperar lo colectivo

Por Emilia Racciatti y Julieta Grosso

Malvinas desde la ficción: Irreverencia y parodia para recuperar lo colectivo

Con un corpus que arrancó casi en tiempo real con el enfrentamiento bélico, la literatura se anticipó a elaborar críticamente el trauma de la guerra de Malvinas y fue sustituyendo la narrativa heroica por representaciones que acompañaron o interpelaron la evolución del clima social frente al conflicto, desde las dificultades iniciales para aceptar la derrota a las políticas del olvido que en los 90 invisibilizaron a los ex combatientes y luego la recuperación de la memoria colectiva, en un arco icónico que va desde «Los pichiciegos» de Fowgill y «Las islas» de Carlos Gamerro hasta «Puerto Belgrano» de Juan Terranova.

A veces en diálogo y otras en contrapunto con las mutaciones que reconfiguraron el imaginario sobre Malvinas, a lo largo de casi cuatro décadas los escritores que dedicaron ficciones al tema lo hicieron desde perspectivas diversas pero con una certeza confluyente: la idea de que la literatura no debía quedar subsumida en la descomposición rigurosa de una trama histórica que diluyera los recursos narrativos en función de una lectura política alineada con la época.

La irreverencia del hito literario que inició la genealogía sobre la guerra acaso selló esa astucia de la ficción para leer a contrapelo de la agenda social. La apuesta de riesgo corrió por parte de Rodolfo Fowgill, quien días después de la capitulación argentina del 14 de junio de 1982 que puso fin a 74 días de enfrentamiento con las tropas británicas tecleó las últimas líneas de «Los pichiciegos», que se constituyó como un modo impertinente y corrosivo de leer lo que aún estaba ocurriendo.

Con una trastienda de escritura tan inquietante como la misma ficción -regada por la leyenda de una creación frenética condensada en tres días de vigilia sostenida por la cocaína y el alcohol-, la novela del autor de «Restos diurnos» plantea un relato sobre la guerra desacralizado y feroz que desecha todo heroísmo para concentrarse en un repertorio de personajes que subvierten la épica sobreactuada del periodismo disciplinado por la dictadura: traidores, cobardes, fantasmas, desertores. El costo de la incorrección al límite tuvo sus consecuencias sobre la circulación de la novela más icónica sobre Malvinas, que fue leída al principio en borradores mimeografiados en el Hospital Albert Einstein de San Paulo y recién fue publicada por el sello Ediciones De la Flor en 1983, con la democracia recién recuperada.

La historia sucede en medio de la acción bélica en Malvinas, cuando un grupo de soldados desertores se esconden en un túnel subterráneo mientras escuchan cómo las bombas impactan alrededor. Su enemigo es el ejército inglés, pero también los oficiales argentinos. Así, se desentienden de toda épica guerrera para reconocerse en cambio como parte de un sistema mercantilista que los «obliga» a negociar con sus supuestos enemigos para poder sobrevivir. A partir de ese libro, las sucesivas apropiaciones que una mayoría de escritores -y unas pocas escritoras- fueron produciendo hasta el presente, recuperaron y hasta profundizaron el gesto desafiante de Fowgill. Fueron la parodia, la farsa o el humor los recursos estilísticos que consolidaron una representación del conflicto que electrizó una escena anestesiada de a ratos por el desinterés histórico o el inquietante telón de fondo que construyó en los 90 el menemismo con su trama de indultos y su empeño en sellar el pasado, acentuando la deriva de los ex combatientes invisibilizados ante el Estado y la sociedad.

Desmalvinización, paredón y después

Tras una primera etapa donde se concentran los relatos fundacionales sobre el conflicto, en la década del 90 sobrevino una nueva posta generacional que empujó un aluvión de ficciones, algunas impulsadas por quienes estuvieron en el frente de batalla -como Edgardo Esteban y Gustavo Caso Rosendi- y muchas por escritores de la generación Malvinas. En este lapso que se extiende desde los comienzos de la década hasta el estallido social de 2001 abordan el tema muchos autores que tienen la misma edad que los conscriptos que participaron del combate: Rodrigo Fresán, Gustavo Nielsen, Pablo Bilsk, Carlos Gamerro, Roberto Herrscher, y Patricia Ratto.

A la generación que se ocupa del tema en los 90 le toca desandar las secuelas de la «desmalvinización», el período que sobrevino tras las iniciativas con las que el gobierno de Raúl Alfonsín pretendió desmilitarizar a la sociedad, acaso para aventar todo fantasma que remitiera a la dictadura en los primeros años de la recuperación democrática. El proceso se complementaría durante el menemismo con el cuadro de época comprimido en el «pizza con champagne», que invisibilizó a los desaparecidos y a los excombatientes con el empeño de dejar atrás el pasado problemático y lacerante.

En esta escena se inscribe la novela «Iluminados por el fuego», que publicada originalmente en 1993 tuvo 10 reediciones y una película dirigida por Tristán Bauer, con participación de su autor, Edgardo Esteban, en el guión. La última reedición cuenta con el agregado del diario del primer viaje de regreso a las islas que hizo el excombatiente, periodista y hoy director del Museo Malvinas.

En estos años se construye también otra de las narrativas más emblemáticas sobre la guerra: «Las islas», de Carlos Gamerro, una novela de 600 páginas que con formato de thriller suma componentes de ciencia ficción a una historia ambientada a diez años de Malvinas y narrada desde la parodia, la farsa, el humor -un retorno a la estética Fowgill- que se centra en el devenir de los ex combatientes en tiempos de desmalvinización, mientras el poder económico tiende redes con el menemismo y las esquilas de la dictadura cívico habitan las estructuras residuales que por entonces sobreviven.

Su novela, publicada en 1998, procede a la deconstrucción total de la epopeya bélica desde la mirada de su protagonista, Felipe Félix, un exsoldado que regresa a la batalla una década después a través del campo ilusorio que delimitan los sueños, las alucinaciones y los recuerdos. En paralelo, al personaje se le ocurre cumplir una vieja promesa que le había hecho a un militar veterano de Malvinas: hacer un videogame de la guerra.

Desde un formato compacto como el cuento, dos por entonces jóvenes promesas de la literatura argentina como Juan Forn y Rodrigo Fresán hacen también en 1991 su aproximación generacional al tema Malvinas. El autor de «Corazones» y «María Domecq» hace su aporte en el volumen de relatos «Nadar de noche», mientras que el creador de «La velocidad de las cosas» lo concreta en «Historia argentina»: ambos eligen una representación del conflicto que también recupera la marca paródica de Fowgill.

Forn narra en «Memorándum Almazán» la historia de un chileno que se hace pasar por veterano de Malvinas para conseguir un trabajo en la embajada argentina en Chile, mientras que Fresán publica «La soberanía nacional», donde cuenta la experiencia de un soldado argentino que viaja a Malvinas como voluntario para tener la posibilidad de entregarse prisionero a los ingleses y poder viajar a Gran Bretaña a cumplir su sueño: ser telonero de los Rolling Stones.

El cambio de milenio, signado por la crisis económica, política y social que eclosiona en el 2001, trae nuevas voces interesadas en calibrar el impacto colectivo que dejó la guerra de Malvinas, en una secuencia que ya no se puede leer disociada de la trama de desaparecidos y violencia que esparció la dictadura. En este tercer rango temporal aparecen otras formas de narrar la guerra -como la novela de investigación y el abordaje fantástico- y una renovada manera de amplificar el público lector que surge del impulso de las redes sociales.

En esta etapa se amplifica el territorio de indagación, con historias que siguen ancladas en las islas o en el extranjero, pero a las que se suman otros espacios vinculados a la acción bélica como los submarinos (eje de la acción en «Trasfondo», de Patricia Ratto) o los barcos, tal cual acontece en «Puerto Belgrano», de Juan Terranova. Muchos de los narradores de este período no han tenido una experiencia primaria del conflicto porque eran niños por ese entonces. Dentro de esta corriente se cuentan «La guerra del gallo», donde Juan Guinot narra desde la perspectiva de un no excombatiente; y «La balsa de Malvina», en la que Fabiana Daversa enuncia como hija de un veterano.

En el momento del desembarco argentino en Malvinas, el escritor Patricio Pron tenía siete años. Su mirada del conflicto en «Una puta mierda», obra que publicó en 2007, reproduce un desplazamiento desde la crítica de los hechos hacia la denuncia sobre el modo en que la épica de la guerra fue filtrada por el mundo adulto y las instituciones: lo que al autor de «Mañana tendremos otros nombres» le interesa es desmontar ese relato «falseado» y edulcorado del que su generación fue interlocutor obligado.

La novela está planteada como una parodia saturada, una fábula bélica desterritorializada y delirante donde hay un enemigo desconocido, las bombas quedan suspendidas en el aire, los personajes llevan nombres de figuras literarias y los militares hablan con acento ibérico.

La causa Malvinas es la obsesión imperecedera del historiador y escritor Federico Lorenz, que además le dedicó varios ensayos al tema y una recordada novela, «Montoneros o la ballena blanca», que fusiona las dos experiencias argentinas más violentas de las décadas del 70 y 80. Por un lado, la historia de un grupo montonero que comienza a experimentar la ferocidad de la represión y, al borde del aniquilamiento, se desengancha de la Organización. La otra trama está situada en junio de 1982 y retrata a un grupo de soldados argentinos prisioneros que se comporta de manera muy particular y termina peleándose a muerte con uno de sus oficiales.

En su novela «Puerto Belgrano», que data de 2017, Juan Terranova indaga en el mundo bélico a través del teniente de navío y médico cirujano de la Armada Eduardo Dumrauf, desde que es convocado a ir a la guerra de Malvinas a bordo del Crucero General Belgrano hasta su regreso, atravesando el período de la posguerra, así como las heridas y desafíos de ese tiempo histórico. El escritor contó que ese protagonista fue construido a partir de la lectura de «Desde la balsa, entre la angustia y la esperanza», que es una breve biografía del cirujano Deluchi Levene. «Cuando lo leí, quise reescribirlo en clave de novela. No quería ni la novela de la víctima, ni la del héroe, esta es una novela sobre la guerra y la posguerra», explicó.

Si bien el trabajo de Terranova (Buenos Aires, 1975) toma a la guerra como un acontecimiento de su historia, su apuesta es la de narrar los hechos que rodean -antes y después, inclusive el futuro- al hundimiento del ARA General Belgrano. De esta manera, la ficción abre paso a un registro cercano a la literatura bélica y de espionaje para contar a un protagonista militar que está orgulloso de serlo.

El mismo año en el que se publicó «Puerto Belgrano» llegó a las librerías «1982», una novela en la que Sergio Olguín construye la intimidad de una historia familiar atravesada por la tragedia y un amor que desafía las convenciones sociales en ese último tramo de la dictadura cuando los militares pergeñan la recuperación de Malvinas como posibilidad de detener la pérdida progresiva de consenso.

Olguín señalaba que el año elegido «no solamente está marcado por la guerra de Malvinas sino por esa sensación colectiva de que algo se estaba gestando, como que la dictadura empezaba a retroceder. Esa transición está representada por Pedro y Fátima, que se animan a vivir una historia de amor tan jugada en lo personal y tan arriesgada en cuanto al entorno social y político en el que ellos se mueven». De esta manera se refiere a la trama compuesta por tres protagonistas centrales: el teniente coronel Augusto Vidal, que viaja a la guerra de Malvinas, su esposa Fátima y el hijo del militar, Pedro, que tiene 19 años y estudia Letras. La historia de amor que crece a medida que avanzan las páginas es la de Fátima y Pedro y lo hace al ritmo de los mecanismos de la dictadura en el interior de una familia, en la intimidad, la vida íntima de un oficial con poder.

Si Malvinas fue parte del proyecto de la dictadura cívico militar y eso va quedando explicitado en el abordaje que plantea la ficción contemporánea, la novela «Dos veces junio», de Martín Kohan (2002), es un ejemplo de esa atmósfera asfixiante en la que el terrorismo de Estado se constituye a partir de la pluralidad de voces que confluyen en la violencia que se ejerce, se recibe o se silencia.

En esa ficción, Kohan establece dos fechas que refieren a dos días de junio en los que tuvo lugar un partido del Mundial de Fútbol que involucraba al equipo de Argentina contra el seleccionado italiano. El primero ocurre dos años después del golpe de estado y el segundo justo después de la derrota de Argentina en la guerra de Malvinas.

El horror del conflicto se va deduciendo de la lectura en el periódico en el que se publican listas de caídos en combate incluyendo así a Malvinas como un eslabón de la cadena de horror que pergeñó la cúpula militar.

«Trasfondo», una novela de Patricia Ratto que explicita la historia de 35 hombres que estuvieron en un submarino durante 39 días de patrulla por el Atlántico Sur encontrándose con barcos y aviones del ejército inglés durante la guerra de Malvinas, tiene como narrador a un marinero innominado que describe a sus compañeros, quienes nunca fijan la vista en él ni le dirigen la palabra.

En esa operación, la autora permite una novela de guerra y una novela de espera, contada por los sumergidos en un submarino de combate. Ese submarino funciona como barco fantasma, en el que sus habitantes no saben lo que está pasando afuera, no saben lo que está pasando arriba demostrando que quien está en el lugar de los hechos puede ser el que menos los entiende.

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