«Soy otra persona», confiesa, sin mucho reparo, el escritor español Javier Cercas al analizar cómo lo afectó el desafío secesionista que derivó en la crisis catalana de 2017, y acepta que haber sido testigo histórico de esas jornadas fue determinante para concretar el giro en su carrera que lo llevó a embarcarse en el ciclo narrativo «Terra alta», una pentalogía que va por la segunda entrega, la novela «Independencia».
«Independencia», la segunda entrega del ciclo narrativo Terra Alta con el que Cercas abandonó la línea de no ficción de libros como «Anatomía de un instante», «Soldados de Salamina» y «El monarca de las Sombras», es un thriller político ambientado en 2025. El argumento -una banda chantajea a la alcaldesa de Barcelona con un video sexual filmado en su juventud y el mosso desquadra” Melchor Marín asume la investigación- le permite al autor abordar algunos de los grandes temas de las sociedades contemporáneas: la violencia contra las mujeres, la inestabilidad política, la xenofobia o el entramado detrás del poder.
– Melchor Marín es un policía culto y despierto que lee novelas decimonónicas. Lleno de furia, pero también de ternura. ¿Cómo nació el personaje?
– Javier Cercas: Se me apareció en una frase un día mientras caminaba. Es la que abre el segundo capítulo de Terra Alta: «Se llamaba Melchor porque la primera vez que su madre lo vio saliendo de su vientre chorreaba sangre y le pareció un rey mago. Su madre se llamaba Rosario y era puta». Ahí supe que tenía algo. Y sí, es un personaje lleno de furia, dolor y contradicciones, porque también es capaz de una gran dulzura. Han dicho que es un «buen mal policía» y me parece acertado. Melchor Marín sale de mis experiencias profundas y tiene que ver con el shock que para mí supuso la crisis de 2017 cuando Cataluña estuvo, según el historiador Josep Fontana, sumida en un clima pre bélico.
– Eligió la palabra «Independencia». ¿Por qué apostó por un título tan polisémico?
– Si tú quieres conquistar la realidad, hay que conquistar el lenguaje. El secesionismo se ha apoderado de todas las palabras bonitas. De alguna forma, se las hemos regalado. Democracia, libertad, independencia, ya no nos pertenecen. Elegí ese título porque la palabra es maravillosa. ¡Y para que todo el mundo me pregunte por qué! Significa independencia política, moral y también de criterio. Pero se esconde mucho en la polisemia. Por ejemplo, políticamente, soy dependentista de la Unión Europea; aspiro a una Europa federal.
– La historia llegó, se metió por la ventana y le cambió la vida. ¿Pero cómo inspiró una novela?
– Creo que lo que ocurrió en Cataluña no es muy diferente a lo que pasó en el resto de Occidente. Para salir de la crisis brutal de 2008, la élite catalana presionó al poder central para quedar bien parado. ¿Y cómo lo hizo? Sacando a la gente a la calle; y les resultó fácil, porque la gente estaba muy enojada. Tenían un poder autonómico importantísimo, porque España es uno de los países más descentralizados. Y ofrecieron la utopía disponible: vamos a crear un país nuevo, maravilloso, donde todos seremos rubios y altos y nos libraremos de los brutos españoles. Son toneladas de mentiras, una arriba de la otra. Lo mismo que pasó con el Brexit o la llegada de Trump al poder, fue nuestra forma de nacional-populismo. Y claro, ahora que empezaron los problemas, la élite se marchó. Más de 4.000 empresas se fueron de Cataluña, la dirigencia pretende que la gente vuelva a casa y la gente no quiere. Este libro contiene un retrato muy duro pero realista de esa élite tóxica. Para hacer la revolución hoy hay que tomarse a la democracia en serio y leer a Cervantes.
– Hace unas semanas decidió convocar a su abogado para frenar una suerte de «campaña de amedrentamiento» que se dio en las redes sociales después de que diera una entrevista en la televisión catalana que incomodó a varios dirigentes secesionistas ¿Se sintió víctima del entramado político local o cree que es parte del clima de época?
– La televisión catalana está muy ideologizada, desde hace años está dominada por el secesionismo. Participé de un programa de máxima audiencia y dije mis cosas. Mientras yo estaba allí, lanzaron una mentira por redes que generó un linchamiento en el que, por supuesto, se apuntaron diputados e intelectuales. Ese clima de amedrentamiento contra el disidente se explica con lo que pasa en Cataluña, pero es universal porque se ha encontrado un instrumento tremendo para eso: las redes sociales. Terminé hace poco de leer un libro que recomiendo, «La era del capitalismo de la vigilancia», de Shoshana Zuboff. Esta catedrática escribió uno de los mejores libros del siglo, y allí pide que las redes sociales sean ilegales hasta que podamos controlarlas, porque hoy, en manos de unos pocos, solo son instrumentos del odio y la discordia. Si no controlamos a las redes, van a desestabilizar las grandes democracias.
– ¿Por qué eligió un escenario de futuro próximo?
– Del futuro inmediato sabemos que no habrá platillos voladores ni seres con antenas. No fue programado, me llevó la lógica de la novela. En la primera parte de Terra Alta tuve el pálpito que Melchón Marín era el policía que había matado a los islamistas en el atentado de Cambrils de 2017. Ese hecho azaroso pero necesario me llevó a realizar un experimento raro que no tenía previsto y me ha dado una serie de libertades que desconocía por completo. En otras palabras: en mis libros anteriores descubrí que el pasado es una dimensión del presente sin la cual el presente está mutilado y ahora entendí que el futuro también es una dimensión que le da sentido al presente. Eso me da mucha libertad para escribir.
– ¿Qué ocurrió para que creara esta superstición según la cual la buena literatura es minoritaria y de catatumbas?
– En la segunda parte del siglo XIX se produjo una disociación entre los escritores y la sociedad en la que vivían. Flaubert, Baudelaire despreciaban una sociedad mercantilista, preocupada por el dinero. Y es una reacción lógica y comprensible para la época, pero llevó a esta superstición de que solo la literatura minoritaria es buena. Y esto nunca ha sido así. «El Quijote» era un libro enormemente popular por supuesto despreciado por los intelectuales de la época, Shakespeare también, Dickens, Balzac… Incluso los poetas. Lord Byron era tan famoso como Paul McCartney. Creo que lo mejor que le puede pasar a la literatura es volver a ser popular. Para que eso suceda, los escritores tenemos que volver a decir las cosas importantes. No creo que ni el cine, ni las redes, ni la TV sean competidores. La literatura es un placer y una forma de conocimiento.