Con un comienzo que perfila a un grupo de amigos que es reclutado por el Ejército para ir a pescar surubíes al río Paraná después de jugar su partido de fútbol semanal en el barrio de Once, Pedro Mairal propone en «El gran surubí» un recorrido por un territorio atravesado por la fuerza del agua, la escasez de alimentos y la urgencia por sobrevivir en una Argentina distópica narrada en seis capítulos de diez sonetos cada uno con ilustraciones de Pedro Strukelj.
Publicada por primera vez en 2012 a través de la revista Orsai, y con ilustraciones en color de Jorge González, la historia creada por Mairal ahora cuenta con dibujos en blanco y negro de Strukelj, especialista en crónica ilustrada, que aporta imágenes más despojadas modificando el tono de la historia e interpelando al lector a completar esa conjunción de palabras, siluetas y paisajes.
«Fue la primera vez que confluyeron en un mismo río mi parte de narrador y mi parte de poeta. Siempre corrían en aguas separadas y acá, por fin, confluyeron en una sola energía verbal», expresa Mairal (Buenos Aires, 1970) desde Uruguay, donde reside desde noviembre del año pasado, cuando fue invitado a dar unos talleres y se fue quedando”.
El autor de novelas como «Una noche con Sabrina Love», «El año del desierto», «Salvatierra» y «La uruguaya» también cuenta en qué instancia está la adaptación de esta última al cine, con producción de Hernán Casciari y dirección de Ana García Blaya. Su obra incluye poesía: «Tigre como pájaros», «Consumidor final» y «Pornosonetos», y libros de relatos como «El equilibro» o «Breves amores eternos».
– ¿Cómo fue la idea de reeditar la novela? El cambio de dibujante imprime un tono muy distinto, ¿cómo fue esa decisión?
-Pedro Mairal: Los dos trabajos me fascinan, son muy distintos. Habiendo ya una ilustración como la de Jorge González, con mucho color donde cada imagen casi es un cuadro, nos pareció buena idea que esto fuera un dibujo lineal que se fuera completando con la lectura, es como la sugerencia de una novela. La ilustración tiene algo de dejar que el lector complete lo que falta, ese despojamiento me gustaba, como así también que sea un libro formato libro, no tanto un libro objeto como el de Orsai, que me gusta mucho, pero la idea era hacer otra cosa distinta a la que habíamos hecho.
– ¿Cómo funcionó el soneto para organizar la escritura?
-P.M.: Escribir con este formato tan rígido del soneto me destrabó, me liberó por completo porque es como escribir con un amigo, vas escribiendo, proponés algo que querés decir y después tenés que rimar, entrar en la métrica y la forma te va sugiriendo cosas. Me acuerdo que, en uno de los pornosonetos decía «te vas en un avión al Uruguay», eso tenía que rimar con algo entonces apareció Jamiroquai: con headphones escuchás Jamiroquai. Nunca lo hubiera puesto en un poema si no era porque la rima me lo sugirió. Por eso digo que la rima te ayuda, te sopla cosas al oído, te destraba, te ayuda a avanzar y no es que lo escribí en un acto de exhibicionismo, de destreza sino que no me salía de otra manera, no lo podía escribir en prosa, tenía muchas cosas que explicar, no podía dejar tantas cosas a un costado.
– La historia se fue publicando en formato de folletín pero ¿cómo influyó esa temporalidad a la hora de armar el desarrollo?
-P.M.: Salió en los seis números de la revista Orsai de 2012. Entonces iba a ser por entregas, por folletín, por lo tanto cada final tenía que tener algún enganche, alguna intriga para generar ganas de comprar el próximo número y seguir leyendo. Casciari tuvo el gran tino de decirme «está muy bueno el primer capítulo, escribilo todo ahora, no lo vayas escribiendo a lo largo del año» y fue muy buena la decisión porque escribí en un estado de gracia. Estaba muy mal en esa época y fue una catarsis enorme escribir, entró toda una especie de pesadilla ahí. Lo escribí en un mes y medio, un capítulo por semana. En un día o dos escribía los diez sonetos, rumiaba la idea una semana más y a la semana siguiente escribía la otra serie de diez sonetos. Después se fue publicando durante el año. Lo empecé en diciembre de 2011 y lo debo haber terminado en algún momento de principios de febrero de 2012.
– En esta reedición, la distopía se lee de otra forma a partir de la pandemia, ¿cómo entró en la escritura inicial y cómo la pensás ahora?
-P.M.: Está apareciendo mucho el carácter premonitorio en algunos libros como «El año del desierto» o esta idea distópica de «El gran surubí» y la verdad es que me asusta un poco. La Argentina es un país muy ciclotímico, de construcción y destrucción permanente y entonces si instalás la escritura en ese ciclo destructivo distópico en algún momento coincide la historia, el devenir con lo que vas escribiendo.
– La historia comienza en Buenos Aires y avanza hasta el río Paraná que se vuelve un protagonista. ¿Esa zona era una decisión desde el principio?
-P.M.: Los escenarios eran muy claros, desde el principio sabía que eso empezaba en el Open Gallo, en el fútbol cinco de los jueves de amigos escritores, los levantaban y los llevaban al río. Sin duda es una zona de confluencia el Paraná, el Uruguay, la zona de los ríos que conozco y quiero mucho. Es un tópico grande que no puedo explicar del todo, pero es una fascinación, y quería que a mi personaje el gran pez se lo llevara aguas arriba al Norte, hacia el litoral. Se va volviendo protagonista, se mete en el río y es arrastrado por esta fuerza, la naturaleza lo capta, lo agarra y se deja arrastrar. Fue la idea que me tiró hacia adelante para seguir escribiendo. Ese tirón de la naturaleza que no sé cómo explicarlo más que con el libro mismo.
– ¿Recordás lecturas o músicas que te acompañaron en este proceso de escritura?
-P.M.: Hay cosas flotando todo el tiempo, la gran licuadora que uno es al escribir: está el «Martín Fierro», Moby Dick, quizás alguna cosa de la Odisea, con esa chica que lo rescata y es un poco esa escena de Nausícaa que ayuda a Ulises náufrago. Por momentos también están Los Simpson. Al principio, lo intenté escribir en octosílabos, a lo «Martín Fierro» y fracasé. Después lo intenté con el verso de once, lo había practicado bastante y tenía la musiquita de los pornosonetos en la cabeza, así que en el verso de once fluyó más. Fue la primera vez que confluyeron en un mismo río mi parte de narrador y mi parte de poeta. Siempre corrían en aguas separadas y acá por fin confluyeron en una sola energía verbal. Todo lo que soy, lo que leí, lo que había escrito, todo fue a parar a «El gran surubí».