Hacer como si nieve

Por Pablo Natale

Hacer como si nieve

La escritora indobritánica Jhumpa Lahiri tiene un cuento (prepandémico) en el que una pareja de jóvenes contemporáneos, que viene de mal en peor, tiene que pasar algunas horas a la semana sin luz, por cortes programados. Es apenas un rato, pero esos momentos sirven para que cada uno se desconecte a lo que estaba haciendo y para que cenen a la luz de las velas, recuperando -pareciera- algo del romanticismo que los acercó y que estaba perdido. Para él es como si de pronto algo estuviera resurgiendo, como si pudiera, de nuevo, tocar ese amor que había entre ambos y volverlo a cuidar. Para ella, en cambio, está pasando otra cosa, y en realidad, por un rato, hace como si nada. Después da la estocada final.

Puede que en el fútbol masculino de primera línea esté pasando igual. Se está jugando la Eurocopa 2020 en el año 2021 (pero se llama Eurocopa 2020”); Brasil, el país con una de las peores gestiones mundiales de la pandemia, está hospedando la Copa América, y ya hay equipos que han tenido que jugar con más de la mitad de sus planteles covideados: es el espectáculo del gran hacer la vista gorda, el gran siga, siga.

En El día de la marmota”, una de las más icónicas comedias de fines del siglo XX, un meteorólogo queda atascado en el tiempo y se despierta siempre en el mismo día. La primera mañana su reacción es de estupor, luego vienen la alegría y la locura, y después el hartazgo. Entonces la cosa comienza a repuntar y el meteorólogo parece entender algo trascendental.

El otro día nevó. Y yo iba a escribir este artículo, enojadísimo contra la gente que sigue haciendo como si nada grave pasara: el ejército de gente sin barbijo; las autoridades provinciales que juegan con los números para ver cuándo la apuesta de vidas es impagable; el batallón de ciudadanos con el barbijo puesto en la rodilla; los militantes del aquí pasa de todo menos una pandemia. Me fui a dormir, tratando de pensar en cualquier otra cosa, y a eso de las cinco de la mañana un muchacho de Nueva Córdoba (este barrio repleto de una generación harta de la época que le tocó vivir y a la que se le inyectó adrenalina durante años) se puso a gritar como un desquiciado: ¡Viva Córdoba!”, gritaba, ¡Viva Córdoba, mierda, carajo!”. Pensé, obviamente, que no eran más que los efectos tardíos de una fiesta clandestina y la locura de un par de descorazonados civiles. Insulté entre sueños, claro, y unos instantes después escuché, con cierto estupor, que una muchacha se sumaba tímidamente a los gritos y el vozarrón del muchachote subía y bajaba de volumen, como si estuviese dando vueltas alrededor de la manzana.

La tarde anterior había escuchado, en plena clase (virtual), como una chica leía aquel cuento de la pareja y los cortes de luz programados: la chica leía cada palabra de la historia como si la estuviera descubriendo, como si estuviese entrando a una casa nueva en la que estaba por vivir y fuera abriendo puertas, maravillándose ante los detalles. Si había un diálogo en el cuento, parecía como si los personajes hablaran, como si todo estuviese de pronto ahí, a la luz de las velas. Esa chica -supimos todos en ese momento- leía como si mirase la nieve por primera vez, y al terminar le pedimos que siguiera leyendo cualquier cosa. Nos parecíamos, un poco, al público de cualquier serie famosa.

Friends”, por ejemplo, que hace unas semanas estrenó un capítulo largo: La reunión”, un capítulo que tiene defectos, que no es mucho más que un refrito con melancolía, pero que también tiene sus virtudes: no es un episodio nuevo, el epílogo marchito y explicativo en el que se nos cuenta cómo están los personajes de la serie más de quince años después. Es solo eso: una reunión de actores algo nostálgica, un poquito incómoda, un homenaje (bien facturado) a las buenas épocas. Pero nada ni nadie escapa de su época, y en Friends: The Reunion”, queda bien marcada la perspectiva miope que rodea nuestra actualidad: por un lado, el capítulo elige no hacer como si nada y muestra que ha pasado el tiempo, que la cosa estaba terminada y solo quedaba una reunioncita. Por el otro, pone fuertes efectos de luz sobre los rostros de los seis protagonistas de la serie, un poco haciendo que cualquier rastro de vejez quede obnubilado, otro poco insistiendo en que esos actores siguen siendo aquellos personajes y han logrado entrar a la inmortalidad.

Pero volvamos al día en que nevó. Doce horas después de escuchar al chico de los gritos en plena madrugada, entendí lo que había pasado: ese muchacho buena onda estaba tratando de despertar al barrio para que mirara la nieve caer, estaba promulgando la buena nieve: ¡Como no hacerlo, si nieva una vez cada quince años en este lugar! No pude seguirlo en su batalla. No pude encender la luz.

Hacer como si nada, o hacer como si nieve: elegir entre una manera apabullada, pisoteada y apática de mirar la realidad, resignada al acabose, al sálvese quien pueda; y otra maravillada, alerta ante lo excepcional, marcando huellas en un camino difícil, parecen ser dos de los estados climáticos en el que vivimos hoy.

Ojalá fuera tan fácil como cerrar los ojos, sentirse libres y olvidar la máquina de coronar virus. Pero, como en aquel cuento en el que hablaba al principio: no lo es.

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