Argentina, un país de cuento

Ha dado los mejores cuentistas en lengua española, que son publicados en editoriales independientes -resistidos en las grandes- y galardonados con premios internacionales

Argentina, un país de cuento

Por Carlos Aletto

Una larga, constante y sólida tradición del cuento en la Argentina ha logrado que el género siga dando a los mejores cuentistas en lengua española que son publicados, galardonados, que se renuevan y reciclan constantemente, adaptándose a las nuevas formas narrativas de los escritores más jóvenes. La convocatoria al Premio Internacional de Cuento Abelardo Castillo, lanzada recientemente, es una de las últimas marcas de una serie que da cuenta de la fuerte tradición que tiene el género en nuestro país.

El escritor Marcelo Luján, nacido en 1973 y ganador del premio VI Premio Internacional Ribera del Duero, en el que se premia un libro inédito de cuentos escrito en lengua española, sostiene que en Latinoamérica se educa al lector para que aproveche y disfrute de uno de los géneros más apasionantes de la narrativa: el cuento. «La tradición es muy fuerte en este aspecto y los más grandes escritores de esta región del mundo mostraron su destreza en este complejísimo mecanismo que es el cuento», señala el autor de «La claridad»; aunque agrega que «también Estados Unidos es un país con enormes cuentistas -Flannery OConnor y Graham Greene, por poner un par de ejemplos-. Por lo que deberíamos hablar de una costumbre panamericana».

Con esa misma línea coincide José María Brindisi, autor de las colecciones de cuentos «Kamikaze» y «Permanece oro». El narrador, nacido en Buenos Aires en 1969, también cree que esa tradición es más bien americana, y por supuesto incluye América del Norte.

Para el escritor Sebastián Basualdo, que integra el jurado del Premio Abelardo Castillo junto al escritor cubano Leonardo Padura y a la directora de la Revista Be Cult, Claribel Terré Morell, «la literatura es una herencia puesta siempre en diálogo, como la concebía Abelardo Castillo» y asegura que la originalidad consiste justamente en eso: ser fiel al origen.

El escritor chaqueño Mempo Giardinelli es un referente ineludible a la hora de hablar del género considerado por Julio Cortázar como una esfera perfecta. Giardinelli fue el director de la revista «Puro Cuento», y jurado del primer Premio Hispanoamericano de Cuento Gabriel García Márquez, en el que resultó ganador otro narrador argentino: Guillermo Martínez, con su libro «Una felicidad repulsiva», mientras que en su última entrega, en 2018, lo ganó Edgardo Cozarinsky por el libro «En el último trago nos vamos».

Para el narrador chaqueño el cuento es la tradición más fuerte que tiene la literatura argentina, desde que empezó con «El Matadero» de Esteban Echeverría, hasta los cuentos de los grandes autores como Jorge Luis Borges -autor que nunca escribió novela- y Julio Cortázar. «El cuento es una tradición extraordinaria, que me hace pensar en Abelardo Castillo», asegura.

Hay un imaginario instalado en los lectores y en la crítica, que tanto Cortázar como Castillo son mejores cuentistas que novelistas. Basualdo sostiene que «es difícil asegurar que Abelardo Castillo era mejor cuentista que novelista o dramaturgo. Solo ha escrito más cuentos, memorables, auténticos mecanismos de relojería». Piensa que la revista Be Cult convocó un concurso de cuentos con el nombre del autor de «Cuentos crueles» y «Las maquinarias de la noche» por algo que excede la intención de un homenaje a un hombre «que no se llamaba así mismo escritor, sino simplemente un hombre que escribe, y terminó edificando una obra sumamente influyente para la literatura latinoamericana».

Luján sostiene que la historia a contar es lo más importante, porque es la que lo determinará todo: «Hay historias que solo funcionan en un cuento, y otras que necesitan de la extensión y de carácter acumulativo de la novela», explica, y recuerda a Cortázar cuando sostenía que si la novela gana por puntos, el cuento debe ganar por KO.

Para el cuentista, que reside en Madrid, esta metáfora boxística ilustra perfectamente las diferencias entre los géneros: «El cuento es un mecanismo sensible y de extrema delicadeza, un mecanismo que ante el menor fallo, ante la menor distracción (del autor y, en consecuencia, de los personajes), pierde su elemento más significativo y excluyente: la tensión. La novela pocas veces corre estos riesgos».

Por su lado, Brindisi piensa que así como la novela se ha vuelto un espacio cada vez más amplio -al que, por caso, la crónica o las llamadas literaturas del yo han revitalizado-, «el cuento parecería estar volviendo constantemente a las fuentes, a un espacio con frecuencia demasiado restringido».

«En buena medida está relacionado con lo que el cuento debería ser, lo que desde luego no tiene ninguna importancia: el cuento puede ser todo», explica el autor de las novelas «Berlín», «Frenesí», «Placebo» y «La sombra de Rosas».

Luján repasa el concepto cortazariano de tensión, y piensa que esa noción es lo que hace que un cuento sea perfecto y para eso «debe estar bien planificado y no debe caer en ninguno de los baches generados por errores técnicos», pero agrega que después tiene que haber más características: «Personajes sólidos y una composición de la atmósfera que abrigue la solidez de esos personajes; un buen inicio y un buen cierre y, de ser posible, un buen desenlace».

Giardinelli recuerda que al cuento a veces se lo piensa «como si estuviera condenado a algo, pero no está condenado: los buenos cuentos se publican siempre». Cuando el escritor ganador del Premio Rómulo Gallegos dirigía la revista «Puro cuento», en los años 80 y 90, recuerda que había un montón de editoriales que la seguían: «A veces la queja de que no se publica cuentos es injusta: no se publican cuentos malos, pero el buen cuento siempre encuentra su lugar, por esto en Argentina hay muchísimos libros de cuentos y son extraordinarios», dice el chaqueño.

En ese sentido, resalta que se puede pensar «en novelistas como Osvaldo Soriano o Liliana Heker y ver que detrás de sus novelas existen también cuentos excepcionales, magistrales».

En cuanto a las «facilidades» para publicar, Brindisi no cree que las haya, pero supone que «sí hay más posibilidades que en otros tiempos, debido al auge de las pequeñas editoriales» y suma: las editoriales grandes «publican, pero de autores ya con buena circulación; es rarísimo que publiquen un debut, y que este sea de cuentos».

«Lo primero es educar al lector», piensa Luján y explica esta idea: «Si los lectores demandan cuentos, si se debate sobre ellos, si se recuerda a sus personajes -Nena Daconte, de El rastro de tu sangre en la nieve de Gabriel García Márquez tiene para mí la misma fuerza y el mismo espacio en mi memoria que Emma Bovary o Ana Karenina- autores y editores y libreros van a completar el círculo».

Giardinelli no cree que el cuento esté en desventaja con respecto a otros géneros, y afirma que «el revival de concursos de cuentos es parte de la vida literaria». Por la brevedad de la narración y la posibilidad de que los libros sean más breves, se puede publicar una pequeña colección de cuentos «lo cual no es ni bueno ni malo. En la Argentina se escribe muy buen cuento y hay cantidad de talleres -quizá demasiados- pero eso existe una gran producción y la hubo siempre», especifica.

«En Facebook publico un cuento cada una o dos semanas y la respuesta que tengo es espectacular, la gente lee cuentos además por una cuestión de tiempo, una cuestión que tiene que ver ahora también con la pandemia seguramente, así que el cuento está vivo y coleando», concluye Giardinelli.

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