Cuando Gonçalo M. Tavares en A máquina de Joseph Walser” [La máquina de Joseph Walser] escribe el párrafo que sigue ¿en qué está pensando?: El estallido de la guerra y la invasión de la ciudad se le antojaron sucesos casi tediosos. Recibió la eclosión de la guerra como si no fuese una novedad, sino una repetición. De hecho, la sensación de continuidad en el tiempo era para Walser algo indestructible… El tiempo de paz se prolonga en el tiempo de la guerra y este a su vez se prolongará más tarde en otro tiempo de paz. Y nada se interrumpe… El individuo no se interrumpía en la guerra, no había tiempos de interrupción… La existencia humana, su esencia, no se había desplazado un solo centímetro treinta siglos después de tres mil conflictos. Si quieres desplazar la existencia es evidente que no lograrás con la guerra, le había oído Walser al encargado Klober. Pero ni siquiera la paz cambiará al hombre, claro”.
Varias cosas para decir a este respecto, a modo de respuesta. Se trata de un tiempo singular el de esta narrativa, el contexto de la segunda guerra mundial. Un tiempo de odio, de destrucción, de desesperanza. Sin embargo, el tiempo de la paz que se anhela y al que se aspira no resulta una solución verdaderamente efectiva porque no trae consigo una modificación estructural de las circunstancias ya que es la humanidad la que está en problemas. Como queda señalado en la línea destacada, la existencia humana no se modificó un centímetro en treinta siglos y tres mil conflictos.
En una versión más chica, más de entrecasa porque nos atañe como experiencia del momento, la presencia del covid entre nosotros también parecía prometer un cambio más profundo. Aspirábamos a que después de la cuarentena, el confinamiento y el distanciamiento social, el planeta se modificara. A principios de 2020, los pensadores reunidos en la Sopa de Wuhan” pleiteaban en torno del futuro y proponían versiones diferentes pero audaces acerca de su desarrollo. Un año después, sin embargo, no vemos la hora de que todo pase para volver a lo mismo de antes sin corrernos de los gestos y las actitudes a las que nos habíamos acostumbrados. Ni la guerra, ni la paz, ni la vida ni la muerte parecen decirnos demasiado como especie.
Es en este contexto que, en algunos coterráneos, gana fuerza y se hace muy potente la idea de fatalidad y en otros, los menos, la de expectativa; los primeros entibiecidos por la desazón y los segundos por el deseo de transformar. Tavares lo plantea como una diferencia «entre los que quieren mantener el orden y los que quieren provocar pequeñas manifestaciones de protesta, primero, y después, juntarse en el mismo camino y avanzar». A quienes pertenecen a este segundo grupo, los mueve –en palabras del autor- la intención de «salir del siglo».
Giorgio Agamben señala que «un hombre inteligente puede odiar su tiempo pero sabe de todos modos que le pertenece irrevocablemente, sabe que no puede huir de su tiempo». El problema de Tavares no se plantea de cara a la huida en sentido estricto sino en torno de una decisión consciente que asume dos características: vencer el condicionamiento de las circunstancias, esto es, la coyuntura; y, por otro lado, no ser prisionero del síndrome de la época: sus ideologías y sus paradigmas de pensamiento.
«Salir del siglo» significa dar un salto cualitativo en esta dirección. El caso de Vitrius, uno de los personajes creados por el autor portugués, resulta emblemático en esta línea de lectura porque compensa la destrucción bélica que asola la ciudad con una colección que lo interioriza y fortalece para resistir: Se trata, sé que no lo va a entender… pero es un trabajo religioso; se trata de salir del siglo, y de salir de una forma bien concreta, salir con método; no se trata de una fuga, desprolija, en que, con la agitación, se dejan caer cosas por el camino, algunas de ellas fundamentales. No es una fuga, es salir del siglo, claramente, con elegancia, sin ansiedad, abriendo una puerta y cerrándola, después, casi sin ruido… No se trata de indiferencia o de falta de conexión con el exterior; se trata de simplemente continuar, sólo continuar”.
Como vemos, se trata de un acto individual por naturaleza pero que puede ser contagioso y animar a los demás. La familia Stamm es otro ejemplo rescatable en el que mejor se advierte esta dimensión colectiva: ellos tienen a su frente las ruinas que la guerra ha dejado a su paso pero transforman la experiencia y la memoria en medios eficaces para construir a pesar de todo. Según Fried, a través de los afiches que esparcen por el ejido urbano, intentamos, en parte, recordar lo que ocurrió y lo que está ocurriendo en otro lado; excitar la memoria, a veces también es eso; mostrar lo que está pasando del lado que no vemos. Ver bien a lo lejos, es una de las grandes cualidades de la memoria, no se trata solo de ver hacia atrás, sino también de ver al fondo”.
La importancia del ver y sus modos de concreción (ver a lo lejos, ver al fondo) nos remiten nuevamente a Giorgio Agamben. Cuando este teórico intenta definir qué significa ser contemporáneo se vale de alocuciones semejantes. Conforme su punto de vista, contemporáneo es «aquel que mantiene la mirada fija en su tiempo, para percibir, no sus luces, sino su oscuridad» o, mejor, «para percibir en esa oscuridad una luz que, dirigida hacia nosotros, se nos aleja infinitamente». Se trata de una conceptualización bastante compleja que supone un corrimiento de la obviedad: no basta con prestarle el cuerpo a la existencia material y nacer en fechas más o menos mensurables con el presente, porque eso nos daría mayor «actualidad»; para ser contemporáneo hay que aguzar el espíritu y potenciar la percepción; hay que excitar la memoria.
No resulta banal señalar entonces que cuando la pandemia empezó a expandirse por doquier a lo largo del mundo, Tavares escribió un Diário de la Peste” que circuló en versión bilingüe (español y portugués) por los medios digitales, recuperando una vez más su idea-fuerza de cara al coronavirus. En ese texto nos hace saber que nuestro presente ha sido víctima de una cesura y que esta hecatombe debe abrirnos los ojos: «El siglo XXI partido en dos por un virus. Dos siglos tiene este siglo. El segundo siglo XXI comenzó en Wuhan. El primero en las Torres Gemelas, 2001». Sin aprender lo suficiente volveremos a repetir la consabida experiencia de frustración. Urge salir del siglo y hacer alguna cosa, tal vez, «rezar para que el siglo no se rompa más a fuerza del tumulto [y que] no venga un tercero antes de tiempo» que nos exija salir nuevamente.