La agenda cultural del mes de octubre está cargada de afectos y emociones que valen la pena destacar. El primer acontecimiento de gran interés social para toda la provincia tiene que ver con la apertura de la 35ª edición de la Feria del Libro de Córdoba, que lleva por lema: Trascender fronteras, acercar culturas”. Por el otro lado, el 12 de octubre conmemoramos el Día del Respeto a la Diversidad Cultural, y recordamos el genocidio cometido a los pueblos originarios. Vale poner en tensión la relación y el diálogo que guardan estos dos sucesos, en vista a la situación social que estamos atravesando. Esta pandemia obligó a cambiar de coordenadas, a escribir otros lenguajes, nuevos modos de leer, de lo digital, de lo afectivo, y de vivir. Todo esto pesa en la era del algoritmo, ya que nuestras prácticas culturales están migrando a un porvenir incierto.
Hoy, el tiempo se despoja de su sentido, expresa Byung-Chul Han, entendiendo que este despojo tiene que ver con la pérdida del Ser en el horizonte. La actualidad se encuentra en una «yuxtaposición hipercultural» donde no hay una mirada clara del porvenir; todo está atravesado por el aquí y el ahora. Este modo actual de vivir hace que se desdibuje la frontera de responsabilidad y el compromiso de pensar al Otro como cercano, como próximo a mi vida. La hipercultura no instaura una cultura homogénea, sino que expone mucho más lo desigual, lo heterogéneo. Por eso, es necesario volver activar una nueva manera de ver y oír.
Las lecturas, sobre todo las literarias, están incrustadas en la diversidad. En ese sentido, la obra de Perla Suez, El país del diablo” (2015), permite pensar no solo en los lazos y ritos que coexisten entre las diversas culturas, sino también en la violencia que sufren aun aquellas comunidades condenadas al olvido, de la misma manera a la violencia y el arrebato por parte de grandes sectores económicos. Una novela asombrosa, donde se encuentran formas de resistencia y redes de sostenimiento. Esta obra recibió el Premio Internacional Rómulo Gallegos, premio de carácter bianual, fue otorgado por cuarta vez a escritores de Argentina (anteriormente: Posse, Giardinelli y Piglia), pero es la primera vez que premian a una escritora cordobesa, y a una mujer. El reconocimiento a su talento escritural ya había sido acentuado en 2015, con el premio Sor Juana Inés de la Cruz, que concede la Feria de Guadalajara.
La novela, que se inscribe en las tierras del sur patagónico, narra la historia de Lum, una niña mestiza, hija de madre mapuche y padre huinca” (blanco), que se convertirá en la machi” (protectora y consejera) de su comunidad. Este viaje de ceremonia y de iniciación, que tiene como telón de fondo la segunda Conquista del Desierto, de 1878, proclamada por Julio Argentino Roca, está atravesado por el odio, el racismo y la violencia que ejercen un grupo de militares, tratando de exterminar la última toldería que queda en pie. La protagonista es la última sobreviviente que presencia el saqueo, la matanza y humillación de su grupo, pero este no es el final de la historia: aquí se produce un giro inesperado en la narración donde los sucesos cambian de dirección.
Ahora es Lum quien, trayendo la fuerza de sus ancestros, perseguirá a esos hombres blancos para hacer justicia, defender su tierra, asegurar y preservar la existencia de su comunidad en el futuro: Lum galopa hacia la ladera de la sierra. Los hombres van más adelante a unos trescientos metros. […] La yegua se detiene. Lum está sorprendida al ver al anciano ranquel en medio del desierto que acecha y le pregunta qué hace allí. El anciano le cuenta que su gente vive en el sur, que vino a cambiar ovejas por maíz y trigo. Ella le dice que están todos muertos, que han matado a todos en su toldería. El viejo se lamenta, baja la mirada con pena. Le dice que se vaya con él donde está su tribu. […] La joven machi le agradece, dice que lo va a hacer, que ahora no puede ir con él, antes tiene algo que terminar”.
El desierto, ese lugar donde todo puede ocurrir, es ahora el sitio donde la protagonista revierte el sentido del término que durante mucho tiempo la sociedad le había otorgado. Ella, con sus acciones, resignifica la palabra para demostrar que allí las comunidades originarias están vivas, presentes y siguen resistiendo en defensa de sus derechos: Lum observa el desierto en su forma alargada reptando en medio del polvo. Su campamento lo hizo con cañas y un cuero de oveja. No tiene fuego. Su yegua pasta a pocos metros y ella ha comido algunos frutos. Mirar las plantas la abstrae, la hace reunirse con todo lo que extraña. Para estar en paz de nuevo falta mucho. Un sonido que no está hecho de palabras le trae sus reflexiones. El indio no es nada sin los animales o los pastos y qué bueno es sentir la tierra bajo la planta de los pies”.
La propuesta ficcional de Perla Suez puede leerse como una escritura política, entendiendo que no se trata de que la escritora utilice la literatura para hacer política con sus obras, sino confirmar que la literatura hace política en tanto literatura” (Rancière). La novela de Suez se mueve en esa dirección; desde el presente vuelve una mirada aguda y sutil al pasado, trayendo una invitación de cambio y de esperanza, con el objetivo de «futurizar» una promesa de reivindicación para asegurar la memoria a las nuevas generaciones. Si la lectura literaria funciona como una indagación, como una interrogación a dudas y preguntas inexistentes, esta obra intenta volver a marcar esas fronteras de lo sensible para construir nuevamente otros marcos u otras significaciones. Es una forma de no dejarnos ganar por la indiferencia, un modo de reacción ante la injusticia. Usando una expresión mapuche, pues digo: Nepegñe, peñi, nepegñe” (despierta, hermano, despierta).
La Feria del Libro de este año finaliza el 11 de octubre, fecha en que también se conmemora el último día de libertad de los pueblos originarios: que sea una oportunidad para reivindicar de nuevo la lectura, la palabra, nuestras culturas, sus luchas y reclamos.