En 1941 el inquieto escritor británico Aldous Huxley, con dotes de intuición profética en Un mundo feliz”, publicó un curioso libro, en el que se combinan la biografía, el tratado de política y el ensayo de psicología. Se trata de Eminencia gris”, dedicado a la poca conocida figura de François Leclerc du Tremblay (1577-1638), y que pasó a la historia como el padre Joseph, consejero del cardenal Richelieu durante el reinado de Luis XIII. Era la eminencia gris, por su hábito de fraile capuchino, el que estaba detrás de la eminencia púrpura, el propio cardenal. 80 años después, este libro puede brindarnos interesantes lecciones sobre pensamiento político, relaciones internacionales y geopolítica.
Huxley publica su obra en plena segunda Guerra Mundial, en un escenario asolado por los totalitarismos que no solo pretenden cambiar sus países sino someter al mundo bajo el imperio de sus respectivas ideocracias. El libro recrea el pasado para interpretar el presente. La intención del autor era, sobre todo, exponer los antecedentes, incluso los más remotos, de los acontecimientos. Este método sigue siendo utilizado por analistas internacionales, aunque a veces se pierden en la maraña del pasado y no contemplan con la perspectiva adecuada el presente, quizás porque están convencidos de que la historia obedece a unas leyes mecánicas repetidas inexorablemente. El planteamiento no es novedoso, pues se difundió durante el siglo XIX.
Ser una eminencia gris” es mucho más complejo que ser un mero consultor político, pues este, a menudo, actúa más para forjarse un prestigio que para identificarse con las convicciones del político asesorado. En cambio, el padre Joseph servía a unos propósitos que consideraba de una gran trascendencia, si bien el hecho de ser un religioso puede llevar a algunos a considerar su actuación política como una hipocresía. Es cierto que tenía una vertiente mística, hondamente sentida y vivida, dada su formación e influencias. Huxley, investigador de diversas espiritualidades de Oriente y Occidente, se detiene especialmente en ella, pero al mismo tiempo subraya que la mística no era incompatible con su celo por servir los intereses de Francia contra España y el Imperio de los Habsburgo durante la Guerra de los Treinta Años. De hecho, las intrigas del padre Joseph prepararon el terreno para la paz de Westfalia, aunque ni él ni Richelieu pudieran disfrutar de su triunfo. Fue el triunfo de las soberanías estatales y de la crisis del antiguo concepto de Cristiandad, que iba asociado al Imperio y al Papado.
Aldous Huxley no se muestra muy entusiasmado con la victoria francesa; antes bien, percibió la Guerra de los Treinta Años como un antecedente de la segunda Guerra Mundial, pues la devastación de las tierras alemanas y las cuantiosas pérdidas de vidas podían compararse con lo que iba a suceder en esos mismos escenarios tres siglos después. Westfalia, con su principio de equilibrio, no sirvió para detener las guerras en Europa. Por el contrario, las acentuó: según Huxley, Luis XIV y Napoleón serían incomprensibles sin Westfalia.
Todo era obra de la eminencia gris, el padre Joseph, que, sin embargo, había escrito que después de la victoria, sería el momento de organizar una cruzada de las naciones cristianas contra el Imperio otomano. Este proyecto resultaba imposible. La razón de Estado, triunfante en Francia, era incompatible con planteamientos medievales.
Huxley tiene razón: Westfalia fue la negación de una paz sólida y solo hubo una en apariencia, la del equilibrio, que prescinde de toda justicia y que, por naturaleza, es inestable. Del principio de equilibrio se derivó la consagración de la soberanía de los Estados y de la no interferencia en sus asuntos internos. Otra consecuencia serían los nacionalismos. Huxley tiene, por tanto, mucho que reprochar a la eminencia gris, aunque aquel fraile capuchino creyera estar sirviendo a su rey y a su religión.
Resulta interesante leer el libro en unos momentos en que algunos analistas aseguran que el mundo camina hacia un orden westfaliano. Y hoy abunden las eminencias grises. Apostar por un realismo en las relaciones internacionales basado exclusivamente en el interés de los Estados, tal y como enseñaba el padre Joseph, no traerá buenas consecuencias.
En el celo por la soberanía de los Estados, hay quien se empeña en olvidar las enseñanzas de la historia del siglo XX. Octavio Paz veía en la política una combinación de la guerra y de la filosofía: son las ideas las que han movido las armas en la historia, y esto está muy relacionado con la obsesión de politizarlo todo. Pero quien lo politiza todo tiene una mentalidad totalitaria. Por eso Huxley aseguraba que la salvación de los seres humanos no vendría por medio de la política; redactó su obra para rechazar a todas las eminencias grises, con sus aspiraciones teocéntricas” de imponer una ideología de salvación. Huxley certificó que las nuevas eminencias grises eran mucho peor que las antiguas, pues el padre Joseph podría perder el sueño preguntándose si por sus acciones llegaría, o no, al paraíso. Por tanto, tenía remordimientos. Los totalitarios carecen de ellos, pues se ven a sí mismos como el juez y el jurado.