La historieta se afianza con impronta femenina

Por Marina Sepúlveda

La historieta se afianza con impronta femenina

Ilustraciones, novelas y humor gráfico son materia expresiva de las artistas Julia Barata, Sole Otero y Agustina Casot, que desde los temas que las interpelan en su cotidianeidad plasman relaciones humanas, vínculos, maternidades, crianzas, amores, desencuentros, inequidades y permiten esbozar, en contrapunto, el lugar y la mirada femenina en el ámbito de la historieta y el cómic, poblado históricamente por una mayoría masculina.

Las temáticas atraviesan los relatos hechos dibujo y son centro desde la vida cotidiana que interpela a las tres creadoras, así como a tantas otras. Es que en este universo creativo del cómic y la novela gráfica, reservado como tantos otros hasta no hace tanto tiempo a las masculinidades y su mirada, hoy se cuela la maternidad, el cuidado, la inequidad de roles y el amor en su amplia gama, a partir de la irrupción de mujeres que lograron instalar en el espacio una agenda diversa en este siglo.

«Mis narrativas no tuvieron por base una intención consciente de militancia feminista, sin embargo trabajé bastante sobre temas vinculados al embarazo y a la maternidad, de forma un poco punky y catártica, exponiendo preocupaciones que se encuadran en la agenda de derechos de la mujer», explica Julia Barata, que nació en Portugal en 1981 pero está radicada en Buenos Aires.

Su primera novela gráfica «Gravidez» trató su embarazo mientras emigraba a Argentina: «En ese proceso termino hablando de partos respetados (y no respetados), de roles de género y de situaciones institucionales que vedan a la mujer el derecho de elección sobre su cuerpo», dice.

En «2 historias de amor» y «Cotidiano de Lujo», la ilustradora y arquitecta trató «la vivencia de una mujer ante la crianza compartida, la carrera, el deseo, la pareja, la exigencia sobre el cuerpo», una manera de amplificar las conversaciones sobre el «rol de la mujer y de la madre en la sociedad actual, de modelos de familia y de maternidad».

Por su parte, Agustina Casot se abre en sus historietas hacia ese mundo de «las relaciones humanas» sin renegar de su identidad. «Hablo de cosas LGBTIQ+ porque son las que me interpelan, voy hablando de lo que me interesa más allá si está el tema en la mesa, a veces coincide con lo que está en boga, a veces no. Mi trabajo tiene mucho de sexualidad y de género, pero a veces hablo de pedos también, porque bueno en la vida pasan muchas cosas», dice.

La ilustradora hace hincapié en la perspectiva LGBTIQ+ de sus historietas, más allá del tema que esté tratando. «Históricamente la diversidad es representada desde un punto de vista de burla, de fetiche, como algo raro, exótico y con muchos prejuicios negativos. Sumemos a esto que no suele darse lugar a autores LGBTIQ+ así como a las mujeres, y esto va más allá de las temáticas que toquemos en nuestra obra», apunta. Y agrega: «como cualquier trabajo, no tiene sentido que te rechacen por ser lesbiana o trans».

Casot sostiene que solo postea su trabajo personal. «Digo lo que tengo ganas, no voy a hacer algo porque está de moda o para agradar, entonces el camino se hace más largo, porque encima hay mucha lesbofobia. Aunque de a poco se van visibilizando más autoras, falta mucho aún. Y el encasillamiento en historieta lesbiana, por ejemplo, «complica más a la hora de poder vivir de lo que hacemos, que ya es bastante difícil sin estos factores», afirma.

En esa misma línea, la ilustradora Sol Otero, cuyos trabajos se han publicado en Argentina, España y Francia, explica que no busca «tratar temas feministas o sobre mujeres» sino los que la atraviesen a ella. La ilustradora, que está radicada en Francia, cuenta que tiene dos novelas gráficas que hablan de las relaciones de pareja, «una relación de manipulación y tóxica y otra sobre la neurosis antes de conocer a una pareja». Pero en su novela «Naftalina» (2020) lo femenino, con el entorno familiar y la inmigración a la Argentina como marco, se hace presente a través de sus dos protagonistas. Por este proyecto ganó en 2019 el Premio Internacional de Novela Gráfica Fnac-Salamandra Graphic en España.

Otero refiere que en otros libros de humor gráfico toca muchos otros temas -políticos, feministas, sociales, de la vida cotidiana-, y que incursiona en distintos géneros, como la ciencia ficción y actualmente en el de terror.

La inserción profesional en un campo tradicionalmente masculino, no fue un problema para la ilustradora, quien lo define como «discriminación positiva» en su caso. Desde que comenzó con las historietas a principios del 2000, formó parte de un colectivo de chicas interesadas agrupadas por el gusto del manga y por ser chicas, y fue invitada a participar en distintos eventos, aunque a veces le quedaba la duda de si era por su trabajo o por ser mujer.

«Después, el resto de las cosas que me han pasado son normales como en cualquier otra situación de persona a persona, que no tuvo nada que ver con la aceptación editorial o que no haya espacio en los festivales. Sé que hay casos de personas que fueron diferentes», aclara.

Sin embargo, Casot revela que le sigue costando: «Podríamos decir que tengo un pie dentro de la historieta argentina y un pie afuera. Creo que la mayoría de la gente que me lee y se interesa en mi laburo por ahí no lee otras historietas, mi carrera va por otro lado. Hay mucha gente produciendo a la que le va bien y está por fuera de los circuitos tradicionales». Es una industria muy pequeña, recalca, por lo que se complica depender de otros aunque «no se podría editar todo», dice Casot. «Hay una realidad que creo que aplica mundialmente y es que la mayoría de las personas no pueden vivir de la historieta o cualquier cosa gráfica que hagan: por prejuicios, misoginia, homofobia, porque se paga poco, o porque directamente te ofrecen laburo pero no te pagan», indica.

Desde otra perspectiva, Barata cuenta que su acercamiento a la movida historietista de Buenos Aires se dio a través de los fanzines que autoeditaba y vendía en ferias, en un espacio compartido con «centenas de dibujantxs que también lo hacen por pasión y ganas», algo que no había visto con tanta «pujanza y diversidad» en Lisboa ni Barcelona.

«Esta forma de compartir el hacer y acompañarnos en nuestros procesos individuales fue y es extremamente enriquecedor para mi formación e inserción», asegura la arquitecta.

A partir de estos grupos de mujeres historietistas que la incentivaron a subir los trabajos a Instagram fue recibiendo ofertas de trabajo vinculadas al dibujo, «hasta que terminé poniéndole pausa a la arquitectura para dedicarme a tiempo entero al dibujo y a la docencia de talleres», cuenta.

«La historieta, con una pata en el texto y una en el dibujo, no tiene casi límites, es una forma de narrar extremamente diversa y compleja», analiza Barata. En sus posibilidades, acota Otero, «tiene un abanico tan amplio de géneros, de maneras de imprimirse, de editores, de gente que la lee». La complejidad es poder vivir de la actividad, con un mercado editorial que fomenta la difusión, pero en general es un trabajo mal pago, coinciden.

Para Casot, que estudió diseño textil, «la profesión no tiene límites», y agrega: «soy dibujante de corazón, y el dibujo es una posibilidad infinita». A partir de sus historietas realiza otras actividades que le encargan: flyers, retratos, compran sus libros, ilustraciones, y también da clases. «No hay que ponerse límites y no dejar que el exterior los ponga, pero son cosas que llevan muchísimo tiempo, años», concluye.

Por su parte, Otero opina que los límites son económicos, porque pocos pueden vivir de hacer historietas, mientras aclara que es ilustradora y docente además de historietista y remarca que hay que «transmitir a los que empiezan, que inclusive cuando te va bien no es una profesión del todo redituable. Me parece que ese es un límite muy grande».

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