Por Milena Heinrich
Relatos, novelas, crónicas y ejercicios literarios centran su atención en el mundo natural a través de textos que indagan, detienen su atención o toman como metáfora el reino animal: búhos, perros, elefantes, cerdos, serpientes y peces. Cuando la emergencia sanitaria expone como quizá nunca antes lo hizo la depredación humana ¿qué aportes y preguntas abre naturaleza para reflexionar sobre lo social o desarmar supuestos sobre la superioridad de unos sobre otros?
Los libros no cambian al mundo, pero el mundo cambia y necesita de libros, miradas incómodas, enunciaciones críticas y preguntas que activen nuevas conversaciones o exploren zonas ya abordadas desde corporalidades, tiempos y experiencias distintas. En este sentido, las novedades literarias y los proyectos en ciernes revisitan un núcleo que no es nuevo para la literatura pero que sí se resignifica en un planeta arrasado por el saqueo violento e ideológico sustentado sobre un principio artificial de supremacía de la humanidad sobre el reino animal o en esa dicotomía naturaleza-cultura que asentó la bases del pensamiento occidental.
Hace poco la mexicana Guadalupe Nettel decía, a propósito de la reedición de su libro de cuentos «El matrimonio de los peces rojos», donde aparecen gatos, serpientes, peces y cucarachas, que ya es momento de «plantearnos qué tipo de relación queremos tener de ahora en adelante con la naturaleza» porque «al parecer, nuestra facultad de razonar, nuestras herramientas y nuestros lenguajes complejos nos enorgullecen lo suficiente como para considerarnos superiores a ellos y adoptar, en consecuencia, un comportamiento abusivo. No solo los hemos perseguido durante siglos para beneficiarnos de su carne, de su piel, de sus huesos y de sus secreciones, también los hemos apresado por gusto, y exhibido en zoológicos y circos».
La división del mundo, que disciplina a través de jerarquías, justificaciones ideológicas y desigualdades, se expresa con virulencia en la emergencia sanitaria y expone esa depredación humana de la que habla Nettel: extinción de animales, contaminación de las aguas, incendios forestales, deshielos, como resultado de la mercantilización de la naturaleza, los proyectos extractivistas y la crisis ambiental producidos por la intervención humana. ¿Puede la literatura propiciar lecturas capaces de ofrecer otras perspectivas para la vinculación armónica y cuidada con lo natural? ¿Qué pueden decirnos los libros?
Cuatro autores y editores cuyos textos reflexionan sobre la correspondencia entre libros y naturaleza: Santiago Craig acaba de publicar los relatos «Animales»; Paula Pérez Alonso está presentando la novela Kaidú”; Fabián Lebenglik, director editorial de Adriana Hidalgo está a cargo de la flamante colección Naturalezas”; y Natalia Gelós es la periodista detrás del newsletter «Noticias de lo natural».
Para Gelós «siempre estuvieron esas visitas al mundo natural, con diferentes búsquedas desde la literatura, pero ahora confluye cierta actualidad, esos momentos en el que algo toma relieve. El aporte dependerá de los caprichos del texto: o cuentos tradicionales que queden ahí, o planteos filosóficos o políticos, o esos textos más degenerados, que son los que me gustan. El tema es con qué preguntas nos acercamos a esos temas porque, si no, si vamos con las de siempre, hablar de animales, de naturaleza o de fideos resulta más o menos lo mismo».
La editorial Adriana Hidalgo, que hace muchos años viene trabajando sobre una concepción amplia de las distintas representaciones del mundo natural, está estrenando la colección Naturalezas” con la publicación de «Búhos», del zoólogo y pintor británico Desmond Morris, y «Cerdos», del filósofo austríaco Thomas Macho. «La nueva colección se enfoca en un tema puntual de la naturaleza con un abordaje excepcional, porque se trata de aproximaciones culturales, históricas, artísticas, simbólicas, literarias y biológicas», explica Fabián Lebenglik, y refleja, como antecedente de la editorial obras «tanto de ficción, como Animales”, de Hebe Uhart, Faunas”, de Patricia Ratto, como de ensayo: Humanidad e hiperobjetos”, de Timothy Morton. La preocupación por el ecosistema atraviesa intensamente estos libros. La catástrofe climática se debe en parte al intento de domesticación de todos los seres vivientes, animales y humanos porque para el capitalismo financiero y el neoliberalismo, los humanos, los no humanos, así como la Tierra, tenemos el rango de materia prima a explotar», sostiene el editor.
El último libro de relatos de Santiago Craig se llama «Animales», y allí el autor pone el foco en osos, jirafas, perros, búhos, cebras y cisnes para pensar lo social. Buscó, como dice, hablar de cosas de las que no estaba seguro: «Me gusta escribir rondando dudas, dando vueltas a historias que me parece que tienen que ver con algo que no llego a poder agarrar, entender».
«La anécdota, la trama de eso que trato de contar, siempre, mientras se va armando, proyecta una sombra. Y, en ese sentido, los animales, me ayudaron porque son para mí eso: la forma más obvia y a la vez inquietante de mostrarnos que hay algo que la animalidad sabe y nosotros no, que hay, atrás de las plumas y las garras y los pelos, y la domesticación y la ciencia y los nombres que les damos, una otra cosa impasible que nos excede. Los animales ayudan a mirar de frente lo absurdo y lo incómodo», piensa.
Algo similar cuenta Paula Pérez Alonso sobre su última novela, «Kaidú» -escrita en 2018-, en la que a partir de un perro y la relación que construye con la narradora, echa luz sobre la correspondencia sensible y recíproca entre humano y animal, incapaz de reducirse a un simple vínculo de propiedad de uno sobre otro. «A partir de un perro real con una expresividad muy singular, muy propia, inventé esta historia en la que lo que desestabiliza a la narradora es que Kaidú le presenta coordenadas no transitadas hasta ahora, y no solo la cautiva, la induce a entrar en la animalidad, un mundo de inmanencia pura», cuenta.
Ese mundo del que habla Pérez Alonso es «un mundo sin jerarquías, donde el hombre no es el punto máximo de la evolución sino algo más entre todas las cosas. Ella accede a otra percepción y otra esfera, la esfera no racional, no clasificada, etiquetada, se abandona a lo inexplicable. Ese desconcierto, desacomodo o impotencia por no entender lo que sucede pasa a ser una potencia». Por eso, más que de reintegración de lo natural a lo social se trata de «regenerar un reconocimiento de lo vital de la inmanencia animal que revierte sobre el humano y genera una relación insólita, inesperada, en un mundo más desprevenido, menos prejuiciado», dice la escritora.
Natalia Gelós es la creadora de «Noticias de lo natural», un newsletter sobre animales que sale cada quince días o un mes y donde cruza reino animal, crónica, poesía, un proyecto que nació como desprendimiento de un libro que saldrá en febrero próximo y que describe como «una búsqueda entre el ensayo, lo poético, la narrativa y la no ficción. Intenta evitar las jaulas taxonómicas, digamos, la idea es apostar por un estado más salvaje, como sus criaturas».
Para la periodista, «sí es un posicionamiento político elegir hablar de la naturaleza, pero no sé si lo que más me atrae sea la denuncia, si estamos hablando de una búsqueda literaria. Quiero decir: si leo un libro que me promete una denuncia al sistema capitalista en defensa del mundo natural no sé si me voy a sentir muy atraída, aunque sean claras e irrefutables verdades». Con una mirada literaria, Gelós escribe sobre elefantes, ciervos, cóndores y pulpos, a partir de noticias que encuentra dispersas. Ese interés por la naturaleza no fue un encuentro fortuito, sino más bien una convivencia, algo «que se produce en la infancia» y recuerda el libro «Noticias de lo indecible», de Ivonne Bordelois, en el que habla de su infancia en el campo: «A veces pienso que escribo solo para merecer esos cielos de mis cuatro o cinco años que nunca lograré describir, escribe Bordelois. Creo que a esa edad se funda cierta percepción y luego la llevamos de ahí en más». La suya, cuenta, está formada por «mi pueblo, Cabildo, en el sur bonaerense: la fila de gualeguays, el alambrado y sol poniéndose atrás, el zumbido de las abejas a la hora de la siesta, los animales que corren vivos, también los animales que son carneados. Esas vísceras. No tenía un río, pero tenía el arroyo. Ese correr del agua arma cierto run rún. Y cierta educación natural y popular, medio hasta cocoliche: Horacio Quiroga con el cuento tremendo de la tortuga, unas fichas de naturaleza que me compraba mi madre, la serie Daktari o El nuevo mundo salvaje”, de Lorne Greene. Cuando me quise acordar, la biblioteca tenía gran parte de libros sobre naturaleza».
Para Lebenglik, «la pandemia demuestra que poner el foco en la naturaleza no solo es un gesto políticamente crítico sino también urgente. Hay que hacer una crítica radical del antropocentrismo, porque supone que la existencia del mundo depende de la percepción y conceptualización del sujeto».
Por su parte, Santiago Craig piensa que «lo que antes era un hecho, parte del paisaje y del mundo que estábamos acostumbrados a habitar, ya no es más. Eso de lo que hablaba Pizarnik de mirar una flor hasta pulverizarse los ojos, tiene que ver con esto. Hoy, podemos mirar un documental sobre hongos o sobre la vida de un pulpo con la intención de que se nos derrita el cerebro, se nos apague la mala conciencia de saber que nos estamos comiendo el mundo a tarascones».
«Incorporar en la escritura estos elementos puede ser un intento desesperado de rescatar, de dejar lo que conocimos en algún lugar más o menos a salvo -reflexiona el escritor-. John Cheever proponía un ejercicio de escritura a sus alumnos: escribir una carta de amor desde nuestra casa en llamas. Yo creo que hoy hay que escribir más bien como si lo único que no estuviera en llamas fuera nuestra casa. Escribirle cartas de amor a un mundo que se prende fuego».