“Aldao”, de María Teresa Andruetto

Por Mario Trecek

“Aldao”, de María Teresa Andruetto

Jorge Braccamonte analizó “Lengua Madre”, entre otras obras de María Teresa Andruetto, y postuló que la autora “explora órdenes de la lengua, traza genealogías de lo femenino, las voces de las mujeres y las elecciones genéricas para interrogar lo real”; y “Aldao” viene a confirmar esta hipótesis, ya que ella ama la literatura infanto-juvenil, la misma matriz perpetua, para tantas placentas. El mismo cuento repetido a les niñes, pero reversionado, para que no olvidemos. En definitiva, se trata de las relaciones filiales, de identidad.

Ivonne Bordelois propone que el sujeto se constituye a través de la trama del lenguaje, y es un trabajo interminable. Desde una perspectiva lacaniana. La palabra está en perpetua renovación, y es un referente necesario para plasmar y sostener, no sólo lo individual, sino la mirada de la tribu. Tanto el significante como el significado, donde la palabra siempre está “amenazada”.

Aldao es el Macondo de nuestra autora. Los que vivimos en la “pampa gringa”, a no más de 80 km de Arroyo Cabral donde ella nació; o de Oliva, donde vivió, sabemos que hay guiños toponímicos, y sabemos que en esa ruralidad -que cambió maní por soja- cada quien tiene su historia, porque “todo el mundo tiene una historia para contar y todos piensan que esa historia es única”.

El primer capítulo comienza con un epígrafe de Mark Berlín “Cada quien cuenta su vida”, y deberá mechar la realidad con la ficción de tal manera que su verosimilitud haga que todos nos identifiquemos, y suframos, y celebremos los avatares de Ilaria, Diana, Azucena, o de Clara, por nombrar algunos, y ni hablar de los personajes “esperpénticos” del hotel de citas que regentea Juan y su hermano, donde desfilan prostitutas, el viajante, Don Terio, el Sr. Zack que toma Zumuva, o Azucena, la de las calzas brillantes, hija de Roquina, que será un personaje desgarrador como conmovedor.

Esta novela es precuela, ya que en un momento una de las narradoras habla de escribir “en tercera persona”, y sentirse una directora de cine. Más que un travelling, son tomas de un dron omnisciente. Andruetto toma las palabras de Oliver Sack, cuando asegura que la vida se puede ver “desde una gran altitud”. Esta película ya la vi, ya la leí, dirán los que leímos “Los Manchados”, “Lengua Madre”, o en “Los Ahogados”, que llegó al teatro. En ellas narra las derivas de las víctimas de la nefasta dictadura militar, les pone voz y letra a los desaparecidos, a los que ya no pueden expresarse. No olvida, no sólo a los que se exiliaron, sino a los que se quedaron, a los que mediante el “insilio” nos refugiamos en una vida cotidiana alienante, o en sótanos, en una casa abandonada de la Costa Atlántica, o en un hotel de mala muerte, donde desfilan personajes a lo Valle-Inclán, marginados o marginales, prostitutas, viajantes, homosexuales, lo que le permite a la novela, con sus codas, un mayor volumen narrativo.

Se distingue una cierta solidaridad, y siempre mucha sororidad, porque la familia no sólo tiene que ver con lo biológico, sino con un ADN social, el de las cicatrices que la vida siempre propina, y verán como ciertos personajes a la hora de elegir, no eligen salvase solos, sino darse una mano. Es ético, y siempre político.

Los varones, como en “Lengua Madre”, se borran. Ricardo acá, y hasta el padre. La tapa del libro, con la bella foto de Adriana Lestido, es toda una declaración de principios: una mujer en grises, difuminada, puede ser todas, que miran por la ventana.

Para los cordobeses tiene referencias inevitables, porque, como dice Bibiana Eguía, “Córdoba está hecha de elusiones y alusiones”, y la calle Humberto Primo, donde se refugia, es zona de mercado, y de levante. Desde la ventana observa, ya que el afuera es riesgo que te “chupen”, y ve, y cómo.

Si uno no la conociera a “la Tere”, si no supiéramos que es algodón, lana, pura caricia, y que ese amor le alcanza para entibiar la vida de las que tienen “escarcha en el corazón” con toda la literatura que puede, y con toda la poesía, que es miel robada del panal del monte nativo.

Una madre quema libros, porque la lectura siempre abre los ojos, da demasiada luz a la realidad, como los militares. Saben que la lectura sensibiliza, nos pone vulnerables ante el dolor ajeno y abre los poros de la racionalidad, con acciones nunca individuales, casi siempre colectivas, y entonces los que ostentan el poder eligen quemar libros como Fahrenheit 451 de Bradbury.

Aborda temas polémicos, políticamente correctos, como el aborto, como la salud mental, como las medidas restrictivas en el primer año de la pandemia, cuando ella termina esta novela, y que desquician a cualquiera. Es altamente simbólico, que, en vez de una letanía, a la hora de ir a la médica que le practicará a Diana un aborto, dirá el preámbulo de la Constitución Nacional, que todos aprendíamos de memoria en la escuela, el credo laico, como una premonición, antesala de un derecho constitucional, que vendría varias décadas después. No sin lucha, claro.

Esta novela es la crónica de una “herida que no termina de sanar”. Podría María Teresa Andruetto contarnos otra historia, no le falta talento, pero elije contarnos la misma historia con diferentes guiones y protagonistas. Ella se hace cargo, digna hija de los 70, no mira para el costado.

Ricardo se fue, su hija se reencontrará con él, en el Día de la Memoria, un 24 de marzo marchando por las calles de Córdoba, pero ya no hay vínculo a restablecer, porque nunca lo hubo.

Quiero detenerme especialmente en el apartado “El Asilo” que me interpela personalmente, porque somos muchos los padres, madres como en el caso de Chano, que adherimos a la Ley de Salud Mental, y a los preceptos de la desmanicomialización, conceptos a los que se hace referencia en la novela, y la reivindicación de Raúl Teyssedou o de Conessa, donde mujeres en especial enfermas psiquiátricas en el Hospital de Oliva, son blanco de vejámenes indescriptibles. Pero la no reglamentación de dicha Ley, la falta de coordinación Federal deja a todos, a los del interior especialmente, en una indefención absoluta. Se tiran la pelota la Salud Pública, la Policía, y la Justicia, máxime en Córdoba, con una “Acordada” que pocos conocen y menos respetan. Gracias por abordar este tema de la locura, que angustia a los familiares, y estigmatiza aún más a los enfermos psiquiátricos.

Cada quien cuenta su vida, pero no todo es literatura, la que oculta cosas, visibiliza otras, remite, recrea, recicla, repite, como un cuento de niños, para que no olvidemos. Para que si alguien nos quiere cambiar los hechos o el final, como niños escuchas digamos: no es así el cuento.

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