Aquí anochece de golpe

Por Nicolás Jozami

Aquí anochece de golpe

Sobre Los pájaros exóticos, de Daniel Moyano. Caballo negro, 2021.

Es un placentero desafío reseñar esta novela inédita del autor riojano Daniel Moyano, escrita probablemente a mediados de los años 60’ -aunque publicada recientemente por la editorial cordobesa Caballo Negro-. ¿Qué encontramos en Los pájaros exóticos? A Daniel Moyano entero.

En primer lugar, me gustaría hablar de la extrañeza y el exilio (el exilio es extrañeza en Moyano) del protagonista Juan, niño que viaja de Buenos Aires al interior de Córdoba con un familiar para instalarse en las sierras. Moyano utiliza esa impostada tercera persona, ese narrador externo que ve a la distancia lo que ha vivenciado de niño y que logra reconciliar con percepciones profundas de aquello que va descubriendo a medida que avanza la historia: fíjense solamente en cómo se recrea al comenzar el libro, cómo se reitera y amplifica la descripción del sombrero de la tía Elena. Moyano es paladín de una narrativa que palpa hondo la realidad que describe, realidad por cierto hostil, y que por ello puede envolver su esencia en imágenes tiernamente absurdas (eco de Kafka ahí), porque sabe que dicha realidad aprieta demasiado una conciencia cuya angustia puede escapar sólo a través de la melódica creación retrospectiva.

Juan presiente que va a descubrir algo, ya que “todo viaje tenía por objeto el descubrimiento de algo que pudiese ser contemplado largamente”, en un lugar donde “anochece de golpe”. El dolor oculto es un pesar del que Moyano ha dado cuenta en varias de sus novelas y relatos, donde los protagonistas huyen hacia la narración (fábula) para soportar la realidad circundante; eso está germinalmente en Los pájaros exóticos. Escribe Moyano: “La cara de su tía entre las paredes oscuras del departamento había sido para él un indicio verdaderamente bueno de algo que se acercaba, la premonición de sucesos felices en otra parte”. De hecho, los pájaros exóticos serán resultado de una modificación y modulación táctil sobre la propia materialidad de las aves del lugar, que el tío, Pedro y el niño Juan construirán como un “cuento” colectivo para vender a los turistas que pasan por allí. Moyano alquimiza (válgame el neologismo) el recuerdo y le hace pasar el tiempo presente, trayendo lacónicamente lo ya ocurrido, para modificarlo ampliándolo perpetuamente y así mantener en vilo al lector (oyente).

Y ya que estamos en este tema, me permito traer a colación por ejemplo la cantidad de formas en que el padre del niño Juan, luego alguno de sus parientes en las sierras, “contarán” las mismas vivencias revolucionarias y las disputas políticas, con sus protagonistas, aventuras, héroes y mártires. Las veces que Pedro abarcará con su discurso canchero e inocente las alternativas del automovilismo, de los corredores, y sus cuentos sobre mansiones en las sierras; o los dichos en el comité, que son reversionados en la conciencia de Juan, quien desea llegar a las entrañas de lo contado, pero sabiendo (Moyano nos lo hace saber) que lo interesante en la literatura, en este tipo de literatura, es saborear el viaje, el rodeo, nada rudimentario, ya que sólo la llegada a la meta lo es.

La recurrencia de imágenes -cuidadosamente premeditadas- que delimitan la esfera vital de Juan salpica varios lugares de la novela. La madre levantando la olla con los vapores, sus trenzas, el sombrero de la tía, el relato de su padre, la pipa del abuelo, son pequeños fragmentos de un caleidoscopio que nos presentan la orfandad del personaje balanceada con su sorpresa ante sucesos que no puede acomodar, por lo que necesita de un sustrato “imaginario” para completarlos (Amadeo Sabbatini manejando la ambulancia para auxiliar al pariente herido, es la imagen perfecta de esto que digo). Un trauma -si pensamos la vida desheredada, el exilio, o la sutura con momentos ingratos de la vida-, se presentan siempre en forma de relato. En Daniel Moyano la galería de esas narraciones está poblada de tíos y tías que (otra vez a la manera de los servidores kafkianos) son intercambiables, y que pueden adoptar desde el enojo más inconmensurable hasta un cariño imposible de devolver; aquí hay ecos del bufón quién, además de hacer reír, ecualiza en su espectro toda línea de conductas: eso es Falstaff en Shakespeare, eso es el padre de Bendemann en “La condena”, de Kafka, eso es Harpo, uno de los hermanos Marx, donde la maldad y la inocencia se reúnen en su radical ambigüedad (dirá Zizek), y eso es Pedro en esta novela, alguien que está a medias entre la animalidad y la humanidad, a partir de la mordedura de un perro.

El inicio del capítulo VII es Moyano en estado puro. Como alguien que “milita” su literatura, (junto a varixs compañeros formo parte del equipo de investigación “Las mujeres de Moyano: entre la realidad y la ficción” llevado adelante en la UNLaR), me permito transcribir un fragmento, porque entiendo allí se cifra la fenomenología expositiva en la literatura del autor: “El tiempo apenas había transcurrido y, sin embargo, cuántas cosas habían ocurrido ya. No alcanzaba a comprender cabalmente todavía el significado de los sucesos que lo rodeaban como luces quietas, como si sólo fuesen grandes contornos apenas previsibles. (…) Sus padres, allá lejos, y la misma ciudad que había dejado, se inmovilizaban de pronto, perdían su condición de cosas reales. (…) Vos no habías nacido todavía, recordaba, era una frase que lo excluía de toda participación y lo colocaba en un plano puramente evocativo, como si todo fuese una ficción interminable”.

En este iniciático texto el escritor disfraza pájaros del mismo modo que disfraza recuerdos. Evoca algunos selváticos del Brasil, como el del monito al que no se animó a matar el abuelo por ver que justo el animal le mostraba su cría; como la recreación de la historia bíblica del Arca de Noé, en un río de imaginación infatigable y local, que se nos regala para que veamos las cosas tal como las descubre una motivación comprometida con su melodía para sus exóticos escuchas, dispuestos a intervenir protagónicamente en cada engranaje de la maquinaria artesanal que construyó Daniel Moyano; aquellos que se acercan y pierden en su literatura sentirán que “anochece de golpe”, pero tranquilos: lograr que un rayo de sol evoque al sol entero que marca el camino, no es atributo de cualquiera que se siente a pergeñar una historia, una obra.

 

Salir de la versión móvil