Aquí hay leones virtuales

Por Nicolás Jozami

Aquí hay leones virtuales

Cuántos de los que leerán esta nota habrán ya tenido contacto con uno de los hijos pródigos del príncipe de las tinieblas (así gustaba llamar Alberto Laiseca a Internet, a la www). Me refiero a la ¿embrionaria? IA (inteligencia artificial) y el chat GPT. Apenas googleamos encontramos que el GPT es “un prototipo de chatbot de inteligencia artificial desarrollado en 2022 por OpenAI que se especializa en el diálogo”. Esta aplicación -hay versión gratuita y paga- es un sistema en donde a una pregunta del usuario obtenemos una respuesta inmediata, bastante precisa y con una sintaxis casi (no sé cómo usar el “casi” en la IA) perfecta.

Primero viene la cándida aceptación, como cuando alguien trae una mascota nueva a casa y jugamos esos primeros minutos sabiendo que luego pasará ineludiblemente a ser integrante de la familia; después llega la mensura del posible uso que podremos darle, el jugo que sacaremos; finalmente, el azoramiento(tras reflexionar un poco) y -como  docente me sucede- las estratagemas para saber cómo desalentar la posibilidad de que los estudiantes no utilicen a mansalva esta aplicación para resolver casi cualquier tarea que implique generar creativamente un texto en alguna actividad determinada.

Hice la prueba varias veces. “Discurso para acto por 41 años de Malvinas”, “El absurdo en la literatura”, “Características sociales de La Pampa”, “Realiza un poema con el desierto como tema”. El GPT escribe con calidad sintáctica y no repite la misma composición a la misma pregunta, utiliza leves modificaciones incluso con la misma cantidad de palabras y sin modificar el sentido final o lo que desea hacer llegar al buscador (humano). Camina hoy la pregunta entre educadores que ya gateaba con internet y el Google y algunos sitios webs específicos: ¿cómo y qué evaluar cuando los estudiantes pueden buscar y hacerse escribir textos precisos, pasando a ser (jamás desideológicos pero “casi”) insumos, partes de exámenes, cual ejercicios que ahorran el enfrentamiento de un ser que busca aprender y choca contra la forma en que debe apresar eso que quiere sea dicho por escrito?

¿Cómo acusamos de plagio al GPT, cuando escribe tomando cosas que están diseminadas por toda la web, un planeta más grande -o casi- que el nuestro? Una vez una estudiante del terciario me supo decir, ante su baja nota por haber copiado textual tres líneas de un sitio web sin citarlas: “¿Entonces profesor cada tres palabras que escriba tengo que ir a ver si ya fueron dichas así?”. La verdad es que me dejó pensando, pese al énfasis y el tono sanguíneo con el que me lo espetó. Otra cuestión alarmante para mí fue dando clases virtuales en la pandemia: promediando el final de la cuarentena, como no nos habíamos podido ver “en vivo” con los estudiantes, les hice el chiste de que finalmente yo era un boot, un holograma y que no se encontrarían nunca con un profesor: la Universidad estaba probando un programa y había pagado para que docentes “virtuales” les dieran clases, una especie de experimento pospandémico por miedo a una imposible vuelta a la presencialidad. Ese holograma -que era yo- podía reírse, repetir, hasta transpirar frente a cámara cuando las clases se daban en jornadas con mucho calor. Eso dije ¿y cuál fue la reacción de los estudiantes, más allá de alguna risita cómplice? Silencio, lo que equivalía a que pensaban -en su mayoría- que eso que les había dicho era algo posible, o que pronto vendría. Quise sorprenderlos pero la sorpresa mayor me la dieron ellos.

No pongo en cuestionamiento las bondades del GPT; lo que los humanos queremos saber es -como Ulises dantescos y curiosos de lo insondable- si podemos pispear las fronteras infranqueables del futuro presente. En los mapas medievales los antiguos cartógrafos romanos colocaban “Hic Svnt Leones” («aquí hay leones») cuando designaban territorios desconocidos e inexplorados. ¿Hasta dónde (nos) llegará la IA? ¿Cómo se educará la generación siguiente? ¿Será importante “aprender a escribir” cuando un chat te lo resuelve y muy bien? Apuesto a que muchos dijeron que sí a la pregunta anterior; es imprescindible que una mano conecte con una cabeza y un corazón para descubrir el trazo y hacer aflorar el lenguaje en un niño que comienza a escolarizarse, que descubra la belleza de lo que puede ser capaz. Ok. Respondería: aún descubierta la rueda podríamos seguir yendo a caminar a comprar al almacén de unas siete cuadras, ¿por qué elegir el vehículo? Nos perdemos el paisaje, mover las piernas, sentir que respiramos el aire, etc. Si hay algo que algo lo hace por nosotros, por inercia escogemos eso.

Casamientos con hologramas, programas que llegan a emular la sintaxis emotiva de la persona que no está, diez minutos con las redes sociales caídas y parece que nos faltara el aire, literalmente. El chat GPT es un conejillo de Indias dispuesto a disuadir ya no al docente enciclopédico (eso hizo Google) sino a cuestionar/destronar al docente expositor que despliega un tema en unos pocos párrafos para acercarlo a sus estudiantes. Es tan vertiginoso el cambio -no sé si tan profundo como otros en la historia de nuestra especie- que el lenguaje y las frases se nos encierran en emoticones que no reflejan el sentido de las palabras unidas en un enunciado, sino al revés: son ellos los que nos señalan la frase global que debemos pensar al observarlos. El escritor y filósofo Aldous Huxley tenían una frase tan desasosegante como misteriosa: “¿Cómo sabes si la Tierra no es el infierno de otro planeta?”.

Los dos famosos primeros versos rubendarianos dicen “Yo persigo una forma que no encuentra mi estilo,/botón de pensamiento que busca ser la rosa…”, y son ya un refrán y apotegma aplicable a muchas instancias de la vida social. Pero detengámonos en dos palabras. Fíjense que habla de “botón de pensamiento” en clara alusión a una muestra de lo racional, pero ¿por qué no decir hoy que nuestro pensamiento está a un clic de un “botón”? Igualmente tranquilos: a la IA, al chat GPT hay algo que le falta, algo que no puede hacer, (eso me decía un compañero): no puede ejercitar la locura, atributo humano, todavía.

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