Luis Eduardo Buenaventura atiende el teléfono por la mañana y con voz ronca accede a contestar algunas preguntas. Devenido en “Cacho”, un apodo que encierra más de 50 años en el arte de hacer reír. Aunque con agrado se sincera: “No soy humorista, showman, ni capocómico, soy solamente un tipo gracioso. La gente me ve en la calle y se ríe”, agrega mientras lanza una carcajada.
Oriundo de Cruz del Eje, en 1956, comenzó a dar sus primeros pasos en el humor cuando tenía 14 años. Su estilo reviste una improvisación poco frecuente. “No preparo los shows. Solamente me preparo para buscar la inspiración necesaria para compartir con el público la alegría y canalizarla a través de la comunicación y los gestos”.
Al hacer un repaso por su vida, rememora con anhelo a sus amigos, familiares y su maestra de jardín de infantes. Con una voz ronca, Cacho se define como un gran observador. Dice que se “contenta” al ver personas que hacen su trabajo con una sonrisa, por más que la tarea sea complicada. En ese sentido, recuerda que veía cómo su madre limpiaba con la misma energía casas ajenas como su propio hogar. Remarca lo necesario que es ser una persona agradecida. “Socialmente tenemos que ser responsables. Debemos ser honestos, buenos ciudadanos y solidarios”, precisa. La alegría ocupa un puesto muy importante en su discurso.
HDC: ¿La risa es una herramienta poderosa en tiempos difíciles?
Cacho Buenaventura (CB): La alegría y el humor son herramientas muy poderosas. Tengo la impresión de que existe un orden universal para que no estemos contentos. De preocuparnos todo el tiempo, generarnos miedo e ir sacándonos poco a poco la alegría de estar vivo. De ahí surge mi propuesta de juntarnos para estar contentos y reírnos en defensa propia.
HDC: Para eso necesitas una predisposición de la gente de compartir una experiencia colectiva…
CB: De eso se trata, de tomarnos el tiempo y la determinación de estar contentos. Es muy necesaria la complicidad de la gente para que se realice la magia del humor. La gente que se acerca al show viene con ganas de reírse. Te podés reír de tus propios males, de tus desgracias…
HDC: ¿Actualmente hay cierta solemnidad a la hora de hacer reír?
CB: Yo creo que hay una intencionalidad en eso de censurar el humor. Es parte de mantenernos preocupados y enojados. A su vez, existe o ha existido un abuso a manos del humorista. Definitivamente creo que hay mucha gente que le tiene miedo a que la persona que está arriba del escenario lo exponga al ridículo. Considero que no hay que faltarle el respeto a nadie. En lo personal jamás me reiría de alguien sino con alguien.
HDC: Te gusta reírte de lo cotidiano…
CB: A mí me dieron la extremaunción. Soy el único cristiano que anda con todos los sacramentos dados acá en la tierra, y sigo caminando y hablando estupideces. Yo me río de cuando estuve en terapia intensiva. Y en ese momento tuve el coraje de volverme a poner de pie. Uno genera su propia dimensión y se da cuenta de que sus problemas no son tan graves. Porque hay gente que todos los días atraviesa cosas peores. Hay personas que se levantan enojadas y hay otras que darían cualquier cosa por poder levantarse de la cama. No vale la pena enojarse y sí, está bueno reírse.
HDC: ¿Existe una sensación de que el tiempo pasa muy rápido por lo que no hay posibilidad de disfrutar?
CB: Hoy en día todo es resumido, escueto y direccionado a la información que nos quieren dar. Entonces el tiempo que perdés es el que no disfrutás. Cuando la gente entiende eso, pareciera que quisiera reírse por más de lo que pagó. Por eso mi pretensión es motivar un lindo momento y arrancarle al público una carcajada.
HDC: Te destacás como oyente y observador. ¿Fuiste incorporando en tu humor, las anécdotas que escuchabas de los “viejos” del pueblo y de los sabios?
CB: Yo era una esponja. Absorbí todo, hasta lo último. Aprendí a observar y tuve la suerte de escuchar a toda la gente que andaba por Cruz del Eje. Creo que he sido uno de los últimos receptores de todas esas cosas que tenían los viejos para contar. Me quedaron todas esas anécdotas y la historia del pueblo.
HDC: ¿Te gusta sentir el aplauso y el cariño de la gente? ¿Te resulta gratificante?
CB: No voy por el aplauso. Voy por el cariño de la gente. Es mi mejor combustible, lo que más me moviliza y lo que me emociona. Me considero un negro afortunado, un tipo gracioso, que encima tiene la dicha de llamarse Buenaventura.