Consensos, disensos, y nuevas dependencias

Por Eduardo Ingaramo

Consensos, disensos, y nuevas dependencias

Ya es casi unánime la opinión que la violencia armada como modo de control social desde los Estados está en decadencia en Occidente. Los “golpes blandos”, generados a partir de las redes, medios masivos de comunicación y poderes judiciales ha sido dominantes en este siglo.

Podría decirse que desde el fin del Plan Cóndor, que se impuso en Latinoamérica y produjo múltiples golpes militares en los años 70, la tendencia ha ido cambiando, fundamentalmente por la experiencia argentina, en donde los militares no sólo reprimieron, sino que se atrevieron a enfrentar a las potencias dominantes en Malvinas. En los 80, una década de transición, los gobiernos militares fueron cayendo y comenzaron a producirse golpes financieros, basados en el aumento de la deuda pública o privada estatizada, y sus costos mostrando un poder financiero cada vez más poderoso.

La década de los 90, con los procesos de privatización de las empresas estatales, aumentó aún más ese poder que, desde las sombras, comenzó a manejar variables clave de las economías, en un proceso acelerado de fusiones que concentraba el poder a escala global en unos pocos. En este siglo, especialmente desde 2009, cuando la crisis de las hipotecas “subprime” dio lugar a que BlackRock se hiciera cargo de distribuir los enormes subsidios a bancos en problemas que dispuso el gobierno de Barack Obama (US$ 800.000 millones en 30 días), el proceso de concentración financiera se aceleró aún más: hoy BlackRock maneja entre 8 y 10,5 billones de dólares, y participa en 17.000 empresas en todo el mundo. Otras administradoras de fondos (Morgan Stanley, Vanguard, Fidelity, Pimco, Templeton) coexisten y coparticipan con BlackRock en algunas empresas líderes y se asocian muchas veces entre ellas, con participaciones mutuas. Sus activos administrados están compuestos en un 72% por activos institucionales (fondos soberanos, bancos o grandes empresas); 20% de empresas de seguros; 8% de pequeñas empresas; y un porcentaje menor del público, a quienes asesoran y les cobran una comisión por las operaciones automatizadas que ejecutan, por lo que afirman que ellos no votan ni deciden que hacen las empresas en las que aconsejan invertir.

BlackRock también tiene una aplicación llamada Aladin, creada en 1998, que pronosticaba cuáles eran las inversiones que más probablemente tendrían un buen desempeño en bolsa, pero que hoy, tras décadas de desarrollo e innovación tecnológica, se ha convertido en el “prescriptor estrella”, aconsejando invertir en unos sectores, empresas, regiones o países, y en otros no.

En 2020 se invirtieron en Aladin 21 billones de dólares, 15% de los activos financieros globales, que “deciden” en función de sus predicciones, por lo que ellas se convierten en hipótesis autocumplidas, de acuerdo al modelo impuesto por la aplicación a través de sus algoritmos dictados por BlackRock. Por ello, ningún gobierno puede prescindir de él si desea obtener inversiones, o, al menos, no perderlas, y los medios en los que BlackRock es un pequeño dueño hablan bien de Aladin, sin casi mencionar a BlackRock que es quien controla la plataforma.

Así, un pequeño cambio en las previsiones de Aladin produce subas o bajas de las acciones de empresas, bonos de países, precios de divisas o de productos que cotizan en mercados de valores, que pueden hacerlos prósperos y con financiamiento barato o decadentes, y financiamiento caro, por lo que grandes empresas y gobiernos designan entre sus principales funcionarios a aquellos que BlackRock aconseja, aún sin tener poder de voto en las empresas, ni poder directo en los gobiernos.

BlackRock también impulsa su propia agenda política bajo el puntaje ESG –sigla en inglés de Ambiente, Social y Gobernanza- que califica las empresas y países por su relación con el medio ambiente, el trato hacia las personas, especialmente la agenda feminista y las formas de gobierno-, no obstante que sigue aconsejando invertir en las peores actividades en relación al cambio climático, a los peores gobiernos en relación a los DDHH y dictaduras o monarquías absolutas que contradicen totalmente esos principios. Ese “poder blando”, impersonal, omnímodo, con múltiples intereses alineados en una red que maximiza resultados financieros y minimiza el riesgo de grandes explosiones en los mercados de valores a pesar de los desequilibrios en la propiedad de la riqueza, la distribución de los ingresos, la destrucción de empleos, la pauperización de grandes grupos de población que no por casualidad están omitidos de la agenda ESG, es el que nos gobierna y nos induce a no pensar en sus consecuencias o a consolarnos con que con esos principios enunciados será suficiente. Los que lo cuestionan, predicen crisis, colapsos o conspiraciones de quienes lo conducen, aunque su solución parece más compleja que encontrar culpables, en la medida que se trata de un sistema muy complejo que reúne muchas veces sin saberlo, los intereses en la preservación de la propia riqueza de grandes y pequeños inversores, instituciones o países.

Sólo grandes catástrofes globales producidas por hombres y países fuera de su control –como guerras nucleares- o naturales –climáticos, tormentas solares- podrían poner en crisis ese sistema, sin que existan garantías que lo que sobrevenga sea mejor. Así, la buena noticia es que es posible que no existan guerras nucleares globales; la mala es que el sufrimiento de grandes grupos de población continúe bajo el imperio de la rentabilidad individual a costa de los sistemas jubilatorios, salarios, salud y educación de la población.

Pero hay alternativas, teóricas y prácticas, que hoy llevan a cabo una filosofía del disenso que pueden permitirnos mucho más que lamentarnos por lo que parece inexorable

La filosofía del disenso  

Si el “poder blando” de las administradoras de inversiones globales están en todos lados, y su poder domina los países, mercados, empresas, medios y redes, pareciera que no existen alternativas válidas para quienes seríamos sus víctimas. Pero no es así: existen prácticas que están entre nosotros que, sin enfrentarlos, construyen formas de pensamiento y organización eficaces y eficientes.

Suele creerse que la filosofía precede a las acciones, hechos y realidades pero buceando en la historia se encuentra que lo que toma la filosofía comenzó antes a construirse en la realidad, y la filosofía, sabiéndolo, presumiéndolo, o en forma independiente, construyó como idea que luego es verificada por las ciencias que amplían el conocimiento de la realidad, establecen sus posibilidades, límites y metodologías.

Diego Fusaro es un filósofo italiano que, en 2017, publicó su libro “Pensar diferente. Una filosofía del disenso”, en el que plantea una tesis basada en que “el amor y la familia obstaculizan la globalización neoliberal”, en la medida que se contraponen a un capitalismo que odia la familia y el Estado.

Consenso (del latin con-sensus = sentir común) es lo contrario que el disenso, (del latín di-sentio = pensar diferente), que en las democracias no sólo no es reprimido, sino que es promovido como una virtud intrínseca a ella, que cuestiona todos los tipos de poder que no sean del pueblo basado en que “el ser humano es la única criatura que se niega a ser lo que es” (Albert Camus). Las dictaduras suelen basarse en el consenso por haber reprimido el disenso, y así logran un pensamiento único que impide que se lo cuestione desde el sentido común establecido.

El “poder blando” financiero no reprime la disidencia, sólo va en el sentido de evitar que el disenso afirmativo y activo, se constituya como alternativa. Así, las personas –flexibles, sin familia, sin conciencia, desarraigadas, precarizadas, consumistas, individuales y nómadas- no reconocen su explotación y se convierten en una muchedumbre indiferente a los demás, sin identidad ni tradiciones que sólo piensan en disfrutar y distraerse, sin cuestionar el poder del pensamiento único que los somete, de tal forma que en muchos casos los lleva a cuestionarse a sí mismos.

Eric Sadin es un filósofo francés que, en su libro “hacer disidencia: Una política de nosotros mismos” (2023), propone cinco iniciativas; 1) Expresar la desaprobación del modelo; 2) Revisar nuestras micro decisiones; 3) Dejar de lado los discursos formateados; 4) ejercitar la interposición, no tanto el reclamo; y 5) Institucionalizar la alternativa.

Expresar la desaprobación del modelo liberal-capitalista que no es democrático en la medida que se basa en un pensamiento único económico, la supresión o la irrelevancia de las disidencias, en donde la delegación en los gobernantes es sólo una parte de la democracia que no suelen conducir una causa común. Por lo que hay que expresarse diariamente, sin ilusionarnos con promesas vanas y madurar.

Revisar nuestras micro decisiones implica no responder solamente al paradigma del rendimiento, que nos llevan a la despersonalización y agotamiento que, no obstante, son convalidadas por nuestras micro decisiones que ignoran otras dimensiones de la vida –amor, familia, comunidad, pertenencia territorial-, y, por supuesto, por las elites políticas, que consolidan las relaciones de poder entre gobernantes y gobernados.

Dejar de lado los discursos formateados por agencias de marketing y consultoría que, con sus neo lenguas ininteligibles para la mayoría, se presentan como verdades –compra esto y serás feliz, disfruta hoy, distráete, cuestiona a tus pares-, de modo que los afectos, el amor, la familia, la solidaridad y la cooperación no sean alternativas válidas.

Ejercitar la interposición, o sea utilizar nuestra influencia y autoridad en favor de alguien, arbitrando, mediando, interviniendo, lo que implica involucrarnos en casos concretos y no tanto en reclamar integridad y dignidad en general, que sólo nos ubica como espectadores pasivos.

Institucionalizar la alternativa política u organizativa, como modos colectivos a través de la gobernanza común, que eviten que las acciones individuales que refuerzan el individualismo, ejercitando la transparencia, la colaboración, la cooperación, la solidaridad.

De este modo dejamos de confiar totalmente en el Estado, o el mercado, como ordenadores sociales que tienden a someternos, más allá que consideremos a ambos en el modo que institucionalizaremos nuestra alternativa.

En estos días, grupos colectivos se organizan para ayudar a los más desamparados, otros en compras comunitarias, o taxis que organizan viajes compartidos, proveedurías mutuales ofrecen alimentos básicos en bolsones en los que pueden elegir productos y marcas a precios mucho menores, centrándose todos en el aquí y ahora y abandonando, sin olvidar, las reivindicaciones emancipadoras de destino incierto.

Boecio, mártir y santo cristiano, decía “es tiempo de remedios, no de lamentaciones”, y León Tolstoi afirmaba “no es el poder, ni el pensamiento lo que produce el movimiento de los pueblos, es la actividad de todos los que toman parte del acontecimiento”. Nunca más cierto que en nuestros días, aquí y ahora. Es que, más allá de aumentar la productividad y el rendimiento, este es tiempo de aumentar la confianza mutua, desde el pie, que derivará en construcciones sólidas, eficaces, eficientes y sostenibles en las que el amor, las familias ampliadas y las comunidades recuperen su capacidad de reapropiación de lo que se ha perdido en el individualismo, el consumismo, las redes digitales y los medios.

Las nuevas dependencias 

La historia de la Humanidad es, sobre todo, la historia de señores y lacayos, reyes y súbditos, gobernantes y gobernados, dueños y empleados. En definitiva, de dominadores y dominados, con sus consecuencias en la justicia social y desigualdad. En estos días, los debates dominantes, especialmente en medios masivos y redes –género y patriarcado, diversidad, cambio climático, migraciones, desarrollo tecnológico- son cuestionados, acotados, minimizados o invisibilizados sin considerar la influencia causal en esos temas de las relaciones entre dominadores y dominados.

En las discusiones sobre las cuestiones de género y patriarcado se limitan a los femicidos, y a las diferencias de remuneración de mujeres y hombres, sin considerar que son más los suicidios de mujeres, y muchos más los de hombres, y que las remuneraciones de ambos están a la baja en beneficio de los sectores dominadores.

En las discusiones sobre diversidad se cuestionan por las diferencias de los sexos o reivindicando su derecho, por lo es un asunto cualitativamente importante, pero marginal en la discusión sobre la concentración de capital e ingresos que afecta tanto a heterosexuales como los grupos LGBT.

En el cambio climático, las normas europeas –basadas en las de Global Reporting Iniciativem GRI- contemplan tanto los efectos de las empresas en la sociedad como los riesgos que asumen, mientras las que se impulsan desde EEUU y los mercados financieros sólo contemplan los riesgos para las empresas e inversores. Pero ambas ignoran o minimizan los efectos del marketing irresponsable en las sociedades, por lo que no se evalúan sus aportes a los otros temas especialmente sociales y económicos, dando vía libre a las empresas en fortalecer un sentido común que los ignora y promueve un consumismo irresponsable e insostenible.

En las migraciones, los países dominantes que, en la mayoría de los casos, son los causantes de los problemas de los países periféricos, sólo se preocupan por el ingreso de migrantes “ilegales”, a quienes suelen explotar sin preocuparse por las causas que lo producen, y mucho menos por las guerras que ellos provocaron y producen millones de migrantes.

En el desarrollo tecnológico, las mayores inversiones van en el sentido de “ahorrar trabajo”, más que en mejorar la calidad de vida de la Humanidad, augurando un futuro en donde se consolide a miles de millones de trabajadores precarizados, empobrecidos, excluidos e invisibilizados.

No es casual entonces que en el financiamiento de organizaciones que financian e impulsan estas discusiones se cuenten instituciones de los países dominantes, que así evitan que se discuta el sistema que los sostiene y disfrutan. No obstante que estas discusiones son importantes, sólo pueden ser trascendentes si se incluye en ellas los mecanismos de dominación y dependencia que afectan a casi todos, en donde las mayorías terminan discutiendo entre pares, y aquellos que están más cerca que se convierten en enemigos, ignorando que todos son víctimas del sistema que los excluye y los expone a caer en los extremos en cada uno de los temas.

En las cuestiones de género y patriarcado es común ver como los grupos más intensos culpan a hombres machistas, en proceso de deconstrucción, o inclusive ya reconvertidos, descalificando sus opiniones, inclusive aquellas que consideran las formas de disminuir la violencia familiar en general, que es el marco en el que el patriarcado se construye. En las cuestiones de respeto a la diversidad sexual, heterosexuales militantes encuentran en los grupos no binarios, sin considerar los datos concretos sobre su sufrimiento y esperanza de vida producidas por su discriminación, ni los cientos de ejemplos de miembros de esa comunidad que han aportado enormemente a la sociedad sin que nadie los acuse de su condición sexual.

En el cambio climático, las acusaciones mutuas entre países impiden discusiones serias sobre como frenarlo, al punto que los principales foros son auspiciados por países y empresas que son los mayores productores de gases de efecto invernadero, residuos plásticos y financiadores de esas actividades, que así habilitan comportamientos individuales no sostenibles. En el desarrollo tecnológico, los países “enemigos” son aquellos que utilizan desarrollos protegidos por patentes que las empresas registran obtenidos o descubiertos por profesionales formados en otros países, que carecen de derechos de formación, afectando la red científica en beneficio de las empresas que las usan como armas arrojadizas hacia otras empresas y países mediante sanciones.

Por todo ello, casi todos los debates existentes son formas de distraer la atención de los temas sustanciales por parte de los dominadores, que así evitan los debates sobre su propia legitimidad, más allá de la importancia de cada uno de ellos siempre que se encuadren en la discusión general sobre justicia social y sostenibilidad de un mundo que se está destruyendo a sí mismo.

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