Del lenguaje y otros extravíos

Por Silvia Barei

Del lenguaje y otros extravíos

A veces me acuerdo de un lenguaje que ya no existe y me dan ganas de volver a usarlo, de que se ponga de moda de nuevo, de que algún joven lo repita, aunque sea en broma, porque como dice Catalina Correa “Quizás las palabras recordadas sean aquellas/ que nos hicieron vivir y aún se oyen/ casi claras entre el ruido”. Constituyen ese acervo extraviado sobre el que se articula una parte esencial de nuestra historia personal y también la historia de una nación.

Una de mis abuelas decía: dejen de escorchar, ustedes no saben qué es la guerra, cayó como peludo de regalo, el pan es de Dios, esos son unos babachos.

La otra decía: quieren todo hasta la mar en coche, lo que mata es la humedad, tragame tierra, es un chambón, tenía una confianza loca.

Para no decir “malas palabras”, o sea esas palabras que Fontanarrosa se pregunta si serán malas porque les pegan a las buenas, mi padre decía: me caigo y me levanto, la grampa de la puerta, me cacho en diez, a la perinola, la punta del sauce verde y la loma donde el diablo perdió el poncho.

Mi madre insistía: no se dicen guarangadas, ¿acaso sos la hija del marajá de kapurtala?, llévate el saquito, estamos en veremos, les voy a cantar las cuarenta, déjense de cuentos.

Para oponernos a ellos, nosotros decíamos la libertad comienza con una prohibición, si Evita viviera, la imaginación al poder y las mujeres con minifalda también, la poesía está en la calle, luche y vuelve, más claro echale agua, el cerebro no es un órgano sexual.

Y muchas de estas expresiones ahora dan risa, o merecen una explicación. Porque las palabras, reflexiona la polaca Olga Tokarczuk, “nos dicen quiénes somos. Impulsos del mundo, fracciones de segundos, apenas esa parte que permite cambiar el signo más por el signo menos, o quizá viceversa, manteniéndolo todo en constante movimiento”.

Ahora que el signo más se va cambiando por el signo menos (menos bienestar, menos trabajo, menos educación, menos salud, menos mano tendida, menos solidaridad frente al sufrimiento), resulta que el lenguaje también ha caído en la volteada. Y las palabrotas, los agravios y los insultos nos llueven como baldazos todos los días, inexplicablemente, desde la investidura presidencial para abajo, y como parte de una nueva realidad violenta y destructiva.

Todo lenguaje está macerado por el tiempo, por las variaciones socioculturales, históricas, geográficas, las luchas epocales. Porque lengua, cultura e ideología están íntimamente ligadas, muestran experiencias y formas de ver el mundo; proveen identidad, pertenencia a un lugar y marcan una época y sus nuevas generaciones.

Por allá, por los años 80, durante su exilio mexicano, en una nota escrita para la revista fem, Tununa Mercado pedía no dejar nada fuera de la crítica, empezando por el lenguaje”, entendiendo que la revolución feminista pasaba necesariamente por la batalla de las palabras e implicaba poner a hombres y mujeres en pie de igualdad, incluida la gramática a la que Barthes había tildado de “fascista”.

Contra esa idea autoritaria y diferenciadora surge, hace unos años, un uso del lenguaje que se autodenomina “inclusivo” y que se pretende igualitario y básicamente no sexista, que “ni oculte, ni subordine, ni jerarquice, ni excluya a ninguno de los géneros, y sea responsable al considerar, respetar y hacer visible a todas las personas, reconociendo la diversidad sexual y de géneros”. (Ley de “Equidad en la Representación de los Géneros en los Servicios de Comunicación», aprobada en junio de 2021).

La idea negativa de que se trata de una modalidad artificial e impuesta, de que es una “herramienta distractora”, o, peor aún, de que es el invento de un grupo político, desconoce que el uso del lenguaje no sexista apareció en la calle, en las marchas, en el #NiUnaMenos, y en las vigilias por la Ley de interrupción voluntaria del embarazo.

Tiene que ver con las nuevas generaciones, con las juventudes de todas las clases sociales, con la necesidad de modificación de las formas del habla, con las estrategias de las mujeres frente a la violencia y, por ello, anticipa algo que aún no ha sucedido y que se desea que suceda.

Yo no sé si algunos creerán que el lenguaje inclusivo es un invento de Dora Barrancos y algunas académicas, de unos escritores trasnochados bisexuales, de un actor como Bonino, a quien le gustaba aclarar dudas aunque el mundo real se las oscureciera, o si será parte del pingüish inventado por el payaso italiano Carlo Bonomi, jocosamente indescifrable, pero que se entendía en cualquier país del mundo.

Es cierto que en nuestra lengua se nos presentan dificultades, porque una de sus características más prominentes es que, más allá de distinción por géneros, en español la palabra “hombre” históricamente ha definido a los dos géneros. El masculino en general: “estamos todos muy contentos” incluye al colectivo mujeres y otras identidades dentro de ese “todos”.

Y pese a que la Real Academia, o a la Academia Argentina de Letras, no recomiendan el uso del lenguaje inclusivo, hay que reconocer que la norma gramatical es una construcción cultural de índole patriarcal. Las reglas que han definido al masculino como género neutro (es decir de todos, todas y todes) es parte de una retórica cultural cuya trayectoria puede rastrearse históricamente. No es un acto inocente, sino más bien la consagración de una arbitrariedad (entendiendo lo de arbitrario en su sentido lingüístico e histórico). Y cuando soplan otros vientos, cambia hasta el uso de las letras.

Tanto la E como la X tienen cierta preeminencia sobre la @ por ejemplo, a partir del decreto que incluye la opción por el documento no binario: “La X hoy, será un lugar de llegada” dice el texto del decreto. Desde 2021 el nuevo documento brinda la opción M, F y X, siendo esta última la traducción de No binario.

Es decir, remiten a un acontecimiento, algo que tiene lugar en otra parte, en un afuera del lenguaje.

Digamos que esto no es una guerra. Apenas una batalla, como dice Tununa: una contienda, una controversia que se advierte como parte esencial de una dinámica cultural.

Y en vez de decir: Carajo, ¡otra vez la censura y las prohibiciones!, se me antoja mejor decir: ¡Recorcholis, otra vez estos babachos! Me caigo y me levanto, ¡dejen de escorchar también con el lenguaje de todos, todas y todes! Y váyanse a la mar en coche.

A propósito de la mar, repito con Lucía Díaz: “somos millones, vamos construyendo el tsunami. Miren cómo la ola se llevará la playa y lavará el futuro”.

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