Despedida

Por Silvia Barei

Despedida

Me pediste que cerrara las ventanas
y te dejara dormir.

Me incliné sobre tu cuerpo
tan exangüe, tan pequeño,
tan hablante en voz queda
tan paloma sobreviviendo,
te abracé
te di dos besos demorados
y sentí que eran últimos y nuestros.

Y te dejé
en silencio y acompañada
por la pila de libros en la mesita
un perfume, tus anteojos
una lapicera desolada,
la foto de Carlos
un cuadro de don Artemio
una procesión de Cerrito
y el mínimo filo de luz
que hería el cuarto
esa mañana.

Salí a la calle
al ruido de cosas que estallan
a los ritos y señales
del calor de abril en la Cañada.
Respirar era
advertir el invierno en el aire.

Hace unos días
y ya en un junio desdichado
/tuya fue la voluntad/
me pediste
/otra vez/
que te dejara dormir.

Un día encontró la manera de decirme, con una expresión nada casual y nada diferente de sus inteligentes argumentaciones, que ella ya se sentía de más en el mundo. Agucé el oído, me incliné frente a su cuerpo ya tan etéreo y dolido y la escuché decir: “Amiga, no tengo miedo sino pena. Debe haber muchas maneras diferentes de irse. Esta es la mía”.

No puedo dejar de pensar que en ese momento era casi casi otra persona. Y también era ella: alerta, atenta a los otros, haciendo preguntas ya sin respuestas, sin compasión por sí misma, ejerciendo su derecho a decidir.

Me quedé largo rato tomando su mano hasta que se desvaneció la última luz del otoño y sin apartar los ojos de su rostro me fui despacito invadida por un vacío que llegaba desde allí hasta el día en que la conocí, plantada frente a unas estudiantes que la escuchábamos, llevadas por una creciente sensación de felicidad.

Una vez dijo, de uno de mis libros de poemas: “Barcos de papel que son depositados en la correntada que mueve la palabra en el tiempo. ¿Adónde irán? No importa. Viajan con nosotras”.

Adiós, amiga, ¿a dónde irás con tu palabra en el tiempo? No importa, viajas en nosotras.

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