La poeta, novelista y ensayista May Sarton (3 de mayo de 1912–16 de julio de 1995), en “Diario de una soledad” registra y reflexiona sobre su vida interior a lo largo de un año, el sexagésimo, con notable franqueza y valentía.
De esos doce meses privados surge lo variable de la experiencia humana, con sus diferentes capacidades de asombro y tristeza, nadando en la desesperación y la vitalidad creativa.
El peso de la soledad, a la vez que el fuerte lazo que de ella liga a su estado creativo, es uno de los principales ejes del libro. En la entrada del 15 de septiembre, la primera del “Diario de una soledad”, Sarton escribe: “Empiezo aquí. Está lloviendo. Por la ventana contemplo el arce, algunas de cuyas hojas se han vuelto amarillas, y oigo a Punch, el loro, hablando solo, y la lluvia cosquillando suavemente en las ventanas. Por primera vez en varias semanas, estoy aquí sola para retomar mi vida “real”. Eso es lo extraño: que ni los amigos, ni siquiera los amores apasionados, son mi vida real, a menos que disponga de un tiempo a solas para explorar y descubrir cuanto está ocurriendo, o cuanto ya ha ocurrido”.
En otra entrada de su diario, escrita tres días después, en medio de su lucha recurrente contra la depresión, Sarton retoma la cuestión de las difíciles y necesarias confrontaciones con ella misma, algo que la soledad hace posible: “El valor de la soledad –bueno, uno de ellos- reside en que cuando estamos a solas, obviamente no hay nada que amortigüe los ataques que afloran desde dentro, al igual que no hay nada que ayude a equilibrar los momentos de especial estrés o depresión. Un rato de conversación espontánea puede calmar una tormenta interior. Pero esa tormenta, con todo el dolor que contiene, quizá me esté ofreciendo una verdad. Así que a veces simplemente hay que atravesar una época de depresión para poder acceder, una vez superada, a toda la luminosidad que tal vez nos aguarde, y estar atenta a cuanto la nueva época expone o exige”.
Además de esta clase de pensamientos, destacan los momentos donde la autora reflexiona sobre otros autores, como, por ejemplo, Hemingway (apunta contra su machismo); Joyce (habla de su genio); y, sobre todo, Virginia Woolf.
Haciéndose eco de la memorable visión de Virginia Woolf sobre la escritura y la duda sobre uno mismo (la misma duda que está sembrada en el diario de Steinbeck), Sarton considera la medida del éxito en el trabajo creativo: “Hay tantas cosas precarias en mi vida aquí… Ni siquiera puedo creer siempre en mi trabajo, pero estos días he empezado a sentir de nuevo la legitimidad de mi lucha en este lugar, su significado pleno e independiente de mi “éxito” como escritora, y aun con sus fracasos, fracasos nerviosos, fracasos debidos a un temperamento difícil, todo ello puede resultar muy significativo. Hoy en día cada vez hay más seres humanos atrapados en unas vidas que apenas les permiten tomar decisiones que sean fruto de una reflexión, y apenas existen elecciones de verdad”.
Si el lector de este libro se dedica a escribir, se encontrará reflejado en las inseguridades y desencantos de May Sarton en cuanto a su obra y a la recepción de la misma, incluso por parte de los críticos. Es cándida la alegría que vuelca en el diario cuando recibe los ejemplares de su libro recién editado, así como resulta sorprendente que una mala reseña de un título anterior sea motivo de reiteradas menciones, en especial si se tiene en cuenta que es una autora reconocida y a punto de cumplir los sesenta años.
Por otro lado, resulta extenuante el registro que lleva la autora acerca de su jardín, acerca de las flores que se echan a perder y las que florecen. Lo que en un principio ayuda al clima íntimo y contemplativo del diario, promediando el mismo se convierte en pasajes que bien pueden ser pasados por alto. No sucede eso cuando habla de su loro y de los gatitos que viven fuera de su casa y que ella alimenta. Esas presencias son el verdadero contrapeso a la soledad física y existencial de la autora.
Por último, citaré a Lou Andreas-Salomé, una de las primeras mujeres psicoanalistas. Le escribió como consuelo a Rainer María Rilke, motivo de su lucha contra la depresión: “Gran parte de la obra poética ha surgido de diversas desesperaciones”.
May Sarton, por su lado, en “Diario de una soledad” demuestra tener el coraje de desesperarse, de ser sacudida por verdades que no pueden ser consoladas. Al fin del libro se puede apreciar cómo ese desequilibrio, ese estado de tensión interior, resulta ser la fuente de su energía artística.