Docencia y gestión cultural: una dupla incómoda para el poder

Por Florencia Campobello

Docencia y gestión cultural: una dupla incómoda para el poder

La gestión cultural es un área de estudio interdisciplinario con foco en el diseño, la planificación y el desarrollo de proyectos para atender problemáticas y necesidades sociales mediante la creación de bienes culturales. Su formación resulta cada vez más rica, compleja y desafiante.

Pancho Marchiaro es docente en universidades, como la Universidad Provincial de Córdoba y la Universidad Nacional de Tres de Febrero, se ha desempeñado en el Centro Cultural España, en la Secretaría de Cultura de Córdoba, y en la Dirección de Turismo. A veinte años del inicio de las formaciones en gestión cultural en Córdoba, Marchiaro rememora sus inicios, identifica nuevos retos como formador y esboza su visión a futuro en el universo de la cultura y su gestión.

HDC: ¿Cuáles son las funciones principales de un gestor cultural?

Pancho Marchiaro (P.M.): Algunos gestores culturales trabajan para empresas, otros ejercen en el tercer sector (fundaciones, asociaciones civiles), otros se dedican a la política pública: municipios, órganos descentralizados, etc. Su función es pensar soluciones para la comunidad que tiene bajo su cuidado.

Probablemente, aquellos que a su vez nos dedicamos a la enseñanza buscamos trabajar para una comunidad más amplia, es decir, no sólo para nuestros alumnos, sino para toda la sociedad, contribuyendo a sus inquietudes principales.

HDC: ¿El diseño de la formación va mutando a la par de la cultura?

P.M.: Sí. A los viejos nos cuesta cada vez más incorporar tendencias novedosas, pero la formación del gestor cultural debería estar alimentada con teóricos recientes, sobre todo porque transitamos una gran crisis a partir de las prácticas propias de internet 2.0 y sus redes. El público se ha transformado.

La nueva lógica de “prosumidores” hace que las personas ya no quieran ser espectadores. Ahora quieren construir, ser co-creadores, y eso requiere de una enseñanza pensando en instituciones culturales más porosas y participativas.

Por otro lado, la desmaterialización de los soportes culturales -y la pasada pandemia- cambiaron nuestra forma de vincularnos con los elementos culturales. Todo eso hace que hoy la enseñanza tenga desafíos distintos, complejos.

HDC: ¿Cómo surge la Gestión Cultural?

P.M.: La GC era una actividad que guarda vínculos con diversas ciencias sociales y de la administración, como el “management”. Inicialmente se la catalogó críticamente como un ámbito capitalista en un sector comunitario como es la cultura. En esta parte del planeta se empezó a enseñar con influencias de la escuela catalana, mientras se retomó a teóricos locales como Ezequiel Ander Egg. Sin embargo, si hilamos más fino, los pioneros fueron los rusos, que tenían teatros enormes y con necesidades de gestión muy complejas (recursos humanos, infraestructura, presupuestos, públicos, elencos estables…) Acabamos de derribar un mito que situaba a la gestión en los 90s.

Fue una gesta, no te digo heroica, pero que debió superar cierta resistencia e inclusive un señalamiento con leve desprecio.

HDC: ¿Qué diferencia existe entre un gestor cultural y un organizador de eventos?

P.M.: Las dos actividades son muy nobles, importantes y necesarias. El GC debería laburar partiendo de un diagnóstico. “Gestionar”, a pesar de que etimológicamente viene de tramitar, es un gesto, una respuesta política a una circunstancia que suele ser de base social/sociológica. Este es el trabajo que queremos enseñar a hacer: la formulación del diagnóstico es un asunto clave en la formación de un gestor cultural, a diferencia de la producción de actividades. El gestor es un médico, un arquitecto, el organizador de eventos es un constructor. Ambos vitales para la sociedad.

HDC: ¿Cuál es el marco y los límites de la GC?

P.M.: Nosotros enseñamos que la cultura es un derecho humano, y eso es un capital buenísimo. Es tan importante como el acceso a la educación o a la salud. Te paras arriba de una piedra alta, pero también es un límite, hay propuestas que por distintas circunstancias podrían violentar un Derecho Humano y por consiguiente no deberían ser consideradas ni arte, ni cultura.

HDC: ¿La política puede ser un limitante?

P.M.: Sí, en determinadas posiciones (no ideológicas, sino partidarias) falta crítica: propia y del sector. Eso es algo que nosotros deberíamos poder enseñar con madurez puesto que, aunque los proyectos se impulsen desde el mismo “palo”, hay diagnóstico, estrategias, inversión, y planificaciones que están acertadas… Y otras que no.

Una buena política cultural debe traer, como primera gran consecuencia, más debate, más temperatura, porque aborda temas que están en tensión social. De lo contrario, estaremos haciendo adulamiento, ornamentación, y acciones de persuasión vacuas.

HDC: ¿La ausencia de capacidad crítica es una falla dentro de la formación de GC?

P.M.: Hoy por hoy, la enseñanza y la práctica de la GC están muy edulcoradas, hay muy poca crítica. Si la materia prima de la cultura son las ideas, no nos podemos quedar en la superficie; tenemos la obligación de ser un ámbito de intelectualización y la enseñanza de esta materia requiere una dimensión crítica gigante.

HDC: De cara al futuro, ¿qué desafíos encontrás para la formación en el sector?

P.M.: El vínculo con la ciencia, sus hallazgos y los desafíos de su divulgación y socialización deberían ser integrados dentro de una matriz de gestión. Además, los avances tan recientes y estridentes en campos como la tecnología, y la enorme modificación de las industrias creativas, deberían adicionarse como nuevas materias en la formación. Asimismo, el tema de la dimensión de géneros y diversidades.

“La cultura es un sustantivo abstracto, uno de los más hermosos. Su definición es un proceso imposible, inclusive borgiano” escuché decir a Pancho alguna vez; “pero, en esencia, abarca la idea de tradición y progreso, identidad y diversidad. Actualmente, como formadores nos encontramos en un constante proceso de búsqueda del verdadero aroma de la cultura para enseñarlo, que tal vez sea la emotividad, la participación, la sostenibilidad, la militancia. Todos esos probablemente sean los nuevos aromas de la cultura en reemplazo de como lo entendíamos antes”.

La cultura, su calidad y variedad, se degrada o reconstruye lentamente, y este proceso tiene lugar ante la indiferencia de muchos actores de la sociedad, y la complicidad de los espacios de poder.

Es fundamental reclamar una vida cultural intensa, heterogénea, divertida y destinada a todos los sectores de la sociedad. La cultura es la salud de la sociedad, la vitamina para constituir una memoria y el músculo para llegar hasta el futuro.

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