Dolor y mansedumbre

Por Diego Tatian

Dolor y mansedumbre

La Iglesia de Santa María de la Vita está a unos trescientos metros hacia el sur de las torres medievales por las que Bolonia es conocida en todo el mundo. Es un oratorio barroco construido, en el siglo XIII, por un grupo de frailes flagelantes que habían llegado a la ciudad.

Allí, detrás de un biombo, como si apenas fuera un objeto del mundo perdido entre tantos otros, se conserva un grupo escultórico compuesto por siete figuras de terracota de tamaño natural, que en el curso de los siglos han perdido los colores originales.

El lamento por el Cristo muerto (Compianto sul Cristo morto) es una de las más impresionantes obras maestras del Renacimiento temprano, realizada en 1463 por Niccolò dell’Arca, un joven escultor de apenas veintitantos años.

Cristo acaba de ser bajado de la cruz y yace tendido en el santo sepulcro. La Pasión ha quedado atrás. En torno de su cuerpo desnudo, por seis figuras (según algunos existía una séptima, hoy perdida) transita toda la fuerza del dolor humano. Arrastra hasta el fin del mundo un calvario que parte el tiempo en dos -como si fuera materia frágil, y no todopoderosa producción de muerte.

Ese dolor es pura naturaleza sin historia, un hueco que no se explica por lo que había y explicará lo que habrá.

Mientras el joven artista (de quien casi nada sabemos) modelaba las figuras de esa conmovedora pena colectiva, el santuario de Santa María era aún un hospital (Il Grande Ospedale della Vita e della Morte) para peregrinos enfermos o moribundos. Hay quienes afirman que Niccolò se dejó inspirar por esos seres inmersos en el dolor para sus terracotas, cuya materia deleznable y frágil atesora algo que sin que sepamos muy bien por qué nos concierne en lo más hondo.

El “com-pianto” (es decir el llanto compartido) es una pieza sobre la desesperación, por completo dislocada del arte cristiano que glorifica el poder -como, por ejemplo, los extraordinarios frescos del Giotto en la Capella degli Scrovegni. Se detiene en el dolor de gente humilde por el cuerpo ultrajado de Cristo, pero podría ser sobre por tantas otras cosas.

Al salir de Santa María, es probable que haya comenzado a llover. Llueve a menudo en Bolonia. Pero la ciudad seguirá estando ahí: roja (al menos en el sentido cromático del término… el otro sentido se perdió hace ya mucho), y los pórticos interminables seguirán prodigando su generosidad para poder caminar sin mojarse, hasta que se disipe la conmoción en el alma por causa de esa pieza que continúa su sueño desde hace tantos siglos, escasamente iluminada, apenas tras un biombo.

Contrastes

Siento a Bolonia sostenida en el contrapunto absoluto, en el contraste radical, el mayor que pueda ser imaginado, entre la obra de Niccolò dell’Arca y la de Giorgio Morandi.

Mi amigo Alejandro pronunció la hermosa palabra “mitezza” para referirse al arte de Morandi. Tal vez pueda traducirse por “mansedumbre”, pero intuyo que su significado está más cargado de matices.

Despojada de toda violencia narrativa o estética, conforme una poética de objetos comunes como botellas, frascos, candelabros o vasijas, la obra de Morandi se atiene a la sutileza infinita de las cosas, siempre las mismas, que habrá tomado de un aparador cualquiera de su casa para llevarse al taller.

Al parecer, se hizo amigo de Boccioni, de Carrà, de Marinetti, pero su arte no podría haber encontrado ninguna inspiración en la palabra “futurismo”, tan desangelada y extraña. Nada de velocidad, ninguna agresividad, ausencia de fuerza, prescindencia. Y, sobre todo, “mitezza”.

Bolonia es una de las ciudades más lindas que conozco para andar en bicicleta y recorrerla de ese modo: se ofrece llena de tranquila vitalidad y alegría de vivir, sin ninguna ostentación.

Las ciudades que se hallan junto a un gran río, o a la orilla del mar, o en la base de un volcán, reciben el indescifrable pero contundente influjo de esa poderosa contigüidad.

Despreocupada de “El llanto compartido por el Cristo muerto” y de la obra de Morandi -pero no a salvo de su incidencia imperceptible y misteriosa-, Bolonia parece recién salida de la noche de los tiempos.

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