Dolores Reyes: «La ficción da cuenta de la realidad y nos obliga a hacernos cargo»

Por Leila Torres

Dolores Reyes: "La ficción da cuenta de la realidad y nos obliga a hacernos cargo"

Después del vertiginoso éxito de «Cometierra», la novela que cautivó por entrelazar la ficción de una joven que al masticar tierra puede ver dónde se encuentran las personas desaparecidas con la realidad de la violencia de género en América Latina, la escritora argentina Dolores Reyes publica ahora «Miseria», un texto que retoma esta temática y también abre otros canales de reflexión con la incorporación de cuestiones como las tareas de cuidado, la violencia obstétrica o la maternidad.

Reyes (1978) es docente y escritora. Nació en el oeste del Gran Buenos Aires y fue maestra en escuelas de esa zona durante gran parte de sus 44 años. En paralelo a su compromiso con la enseñanza, fue afilando un agudo poder de observación que la ayudó a construir la mirada y los códigos de los personajes juveniles a los que le da voz en «Cometierra», un fenómeno literario que superó la undécima edición en el país y hoy se puede leer en Italia, España, Francia, Polonia, Reino Unido y Estados Unidos, acaso porque temas como el duelo, la identidad y la violencia adquieren un carácter universal.

La protagonista de «Cometierra» tiene un don, tan oscuro como iluminador. A partir de tragar tierra puede visualizar el destino de personas que han desaparecido por ser víctimas de la trata o por femicidios, como le ocurrió a su madre. En «Miseria», que se puede leer como una continuación de su primera novela, Reyes se introduce de lleno en la problemática de los femicidios. «Siento que el tema de la violencia hacia las mujeres se ha acentuado y se perpetúa de tal forma en América Latina que quise focalizarme en eso», dice Reyes durante una entrevista a Télam en las oficinas de la editorial Penguin Random House, que editó «Miseria».

El personaje de la amiga que le da título a este nuevo libro se convierte en la aliada principal de Cometierra para hacer lo que hacen las amigas: acompañarse a atravesar momentos desde los más emotivos a los más dolorosos. Inmersas en una ciudad donde aparecen fotocopias con caras de mujeres buscadas repetidamente y donde también se desencadenan magias, «Miseria» le abre la puerta a nuevas temáticas como las tareas de cuidado, la violencia obstétrica, la maternidad y las elecciones de vida.

Con «Miseria» se sigue la historia de la llegada de un bebé mientras en paralelo hay un augurio de muerte. ¿Cómo conviven la vitalidad y la fatalidad en la historia?

-Dolores Reyes: Lo asocio mucho con la escuela. Todos los años me pasó que, en contextos absolutamente desfavorables, hay pibas que son joyitas, hermosas, con una vitalidad absoluta y siempre sonriendo. Son como el alma, el centro del salón. Capturan todas las miradas. Lo que quise hacer de alguna forma es armar a Miseria así pero siento que ya existen en la realidad de todos los barrios y todas las aulas. ¿Y cómo se explica? La vida misma. Incluso lo veo hasta como un don más. Porque Cometierra tiene que soportar un don que es muy pesado, que la hace muy oscura y tiene una amiga, muy cercana, casi una hermana, que tiene otro don, ligado a una chispa vital e impresionante a pesar de todo. No tienen nada y, sin embargo, ese amor y esa cuestión vital está tan fuerte marcado en ella.

¿Esas fueron las características que te llevaron a profundizar en el personaje de Miseria?

-D.R: Me enamoré de ese personaje y lo seguía, y siempre me interpeló mucho. También la diferencia con Cometierra, porque tienen una edad muy cercana, vienen del mismo barrio, están muy próximas y sin embargo son tan diferentes. De alguna forma, se acompañan y se complementan. Sobre todo Cometierra, que es tan parca y que no tiene este don de los amigos. La otra enseguida va por el mundo y va arrastrando amigos, conociendo gente. Pero Cometierra es todo lo contrario, le cuesta salir, es más reflexiva.

«Cometierra» termina con la necesidad de la protagonista de tener un nombre y en «Miseria» vuelve a aparecer esta inquietud, ¿se trata de una búsqueda de la identidad? ¿Qué importancia hay en nombrar?

-D.R: ¡Uy, pero tener un nombre es casi como tener una vida! Me parecía que era como decir «Yo también quiero una vida para mí, no solo estar en función del don y de la ayuda hacia los demás. También quiero una identidad». Me parecía algo fuertísimo que solo la conocieran como Cometierra.

¿Lo relacionás también con la búsqueda del cuerpo de las mujeres?

-D.R: Hay eso. Todo el tiempo hay un juego de «Mi cara en la pared, mi cara en la fotocopia, mi cara en el mural, entre otras caras, entre otros ojos. Acá somos todas putas, desaparecidas o videntes». Eso siempre está dando vueltas y ahí, más que nunca, la importancia de un nombre.

¿Sentís que la pregunta por el cuerpo te sigue movilizando a la hora de escribir?

-D.R: De alguna forma siento que, sobre todo los cuerpos que nos faltan, es una constante en mi vida ya identitaria. Nací en el 78, en un lugar en el que desaparecían nuestros cuerpos. No alcanzaba con matarnos sino que había que sustraer esos cuerpos de las familias. Y crecí viendo organizaciones de mujeres buscar a sus hijos en la tierra, ni siquiera como una metáfora sino como algo absolutamente material, concreto, un hueso, algo que pudiera saber qué pasó y dónde están. Con la vuelta de la democracia, seguimos buscando a las mujeres que nos faltan. Desde México hasta la Argentina, es ver organizaciones de mujeres buscando un huesito, un dientecito de una hija para saber qué les pasó y poder empezar a duelar, a cicatrizar una herida, a atravesar un proceso que sino siempre está abierto y es una tortura permanente. Abuelas que buscan a sus nietos, hijos que buscan a sus padres, siento que es muy fuerte, muy identitario y se me cuela en la ficción quiera o no.

En la primera novela hay una frase que dice «Al final todos buscan solos». ¿Pensás que en esta nueva historia hay una idea de búsqueda conjunta?

-D.R: Mirá, no lo había pensado. Pongo el caso de María Cash, que el padre falleció en la ruta buscando a su hija. Siento que en muchas familias, sobre todo cuando no aparece la persona buscada, al principio buscaban todos pero al final es uno el que continúa y continúa y sigue 20 años después, 30 años después, incluso en detrimento propio buscando. La frase «Al final todos buscan solos» la pensaba desde ese lado. Y, después, vuelvo a estas organizaciones de mujeres. Lo que pasa es que Cometierra viene de un lugar y de una experiencia en que la que recién ahora empieza a haber indicios de ciertas organizaciones o mujeres que se acompañan, buscadoras.

Se cruzan en tus dos libros la ficción y la realidad.

-D.R: A mí me interesa eso. Algo que es absolutamente ficcional y, sin embargo, está señalando a la realidad de una forma tan clara y tan fuerte. Para mí eso es la herramienta que es la ficción en sí. Un relato absolutamente ficcional y sin embargo, da cuenta de la realidad de una forma cruda y descarada, y nos obliga a hacernos cargo.

En «Miseria» hay una escena muy emocionante sobre un nacimiento. ¿Cómo la construiste?

-D.R: Me pasa algo con la representación de los partos. La veo tan de afuera y tan grotesca: una mujer gritando, tan descontrolada y sangre por todos lados. Me pasa incluso con mis hijas de tener que decirles: «No, pero eso no es así. Esa es una representación horrible, muy alejada y se repite, se repite, se repite». Yo quería transitar algo más feliz, ameno. Nos juntamos para festejar los cumpleaños, para acompañarnos, bueno: nos juntamos para que venga una persona al mundo. Me parecía algo muy lindo y escribible, que no tenga que estar cubierto de sufrimiento.

¿Por qué abordaste la violencia obstétrica?

-D.R: La violencia obstétrica es muy compleja. Hablo esto con mujeres de todas las edades, adolescentes, hasta mujeres de 40-45, incluso 50 y más grandes, abuelas mías. Siempre hubo un miedo infernal a la sala de parto. ¿Por qué vamos a dar a luz, a traer una vida, en un quirófano? Siempre me pareció super violento lo instrumental, a algunas mujeres las atan. La otra vez leía que en algunas provincias de Argentina hay un 60% de cesáreas. ¿Por qué? Alguien decide algo que es una intervención absolutamente violenta sobre un cuerpo, no con un fundamento de necesidad real.

Hay algo que está problematizado en el libro sobre cómo llegamos al mundo y pensado como una parte ligada a estas cuestiones de la sabiduría de las mujeres, porque aparece la adivinación, la búsqueda. Aparece también la partería natural o guiada por parteras mujeres como algo muy ligado al conocimiento de las mujeres, no violento, mucho más feliz, acompañado, seguro para todos los que participan ahí. También sobre cómo se enseña. La transmisión de conocimiento distinta a ir a una facultad y tener algo jerárquico colgado en la pared. Esto se enseña en la práctica, de mujer a mujer, como una suerte de legado que tiene que ver con el conocimiento de las mujeres.

Ya que tocás el tema de la institución educativa. ¿Creés que tu rol como docente te incentiva una escucha activa a la hora de construir personajes adolescentes?

-D.R: Siempre. Está la voz, las inquietudes. Siento que si me alejo de ese mundo es como si me oxidase. Necesito estar en contacto porque justamente las cuestiones que los personajes van a atravesar salen de ahí, de los alumnos de mi barrio, de mis hijos, de esa vida en ebullición. Para armar las voces y las trayectorias de los personajes tengo que estar ahí atenta, mirando, escuchando, compartiendo.

A Miseria le dicen: «Al dolor le podés hacerle trampa», ¿la literatura puede ser una forma de hacerle trampa al dolor?

-D.R: Sí, la literatura y la ficción pueden trampear el dolor. Pero sobre todo, pensaba en las mujeres juntas -por lo que pasa en la novela, quién se lo dice y cómo Miseria lo toma-. Las mujeres, para abordar un montón de cosas que duelen físicamente sino también espiritualmente, hemos aprendido a trampear el dolor juntas. Quienes han perdido hijas y han salido a organizarse para intervenir la realidad, trampearon ese dolor paralizante para construir algo y resignificar sus propias vidas.

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