El egoísmo creador de cooperación

Con seguridad, muchas veces hacemos cosas sin esperar una devolución de favores, a eso lo llamamos altruismo, caridad, filantropía y, a veces, solidaridad. Pero en muchas oportunidades se nos presentan situaciones en las que nuestro modo y/o medio de vida está en juego, y entonces cooperamos sin dejar de lado nuestros propios intereses: lo que demuestra que hay una forma de egoísmo que puede construir cooperación

El egoísmo creador de cooperación

Eduardo Ingaramo

Especial para HDC

El egoísmo como creador de cooperación parece una contradicción, pero no lo es; tampoco un oxímoron, aunque así lo parezca a primera vista. Con seguridad, muchas veces hacemos cosas sin esperar una devolución de favores, a eso lo llamamos altruismo, caridad, filantropía y, a veces, solidaridad. Pero en muchas oportunidades se nos presentan situaciones en las que nuestro modo y/o medio de vida está en juego, y entonces cooperamos sin dejar de lado nuestros propios intereses: lo que demuestra que hay una forma de egoísmo que puede construir cooperación.

En 1950, EEUU pudo saber que los soviéticos habían logrado desarrollar una bomba atómica, y tomó nota que la ventaja que creía tener desde que las lanzó en Japón ya no existía, por lo que no sabía qué hacer. La Corporación Rand, un laboratorio de ideas de estrategia militar y políticas públicas, se puso a analizar el problema por lo que recurrió a la Teoría de Juegos, específicamente al “dilema del prisionero”: dos personas encerradas deben decidir entre enfrentarse o cooperar; la conclusión fue que era mejor cooperar, ya que cualquier otra estrategia hubiera generado una tercera Guerra Mundial, en la que ambos perdían. Eso permitió que ambas potencias nucleares limitaran, controlándose mutuamente, las cabezas nucleares y los misiles. Así, la Guerra Fría no incluyó ataques nucleares y los presupuestos militares para ese fin se redujeron en base a que existía una “destrucción mutua garantizada”, por lo que ambos las utilizaron sólo como disuasión.

Pero cuando la competencia egoísta se vuelve multilateral, y millones de personas, empresas e instituciones tienen que tomar una u otra opción, el problema se vuelve más complejo. Cuando la situación es sólo entre dos personas que van a interactuar una vez, la mejor estrategia individual es no cooperar. Pero si esa relación es frecuente la situación cambia, porque no cooperar tiene un costo, que puede ser muy alto si se viraliza esa información, no sólo para quien no cooperó sino con todos, que comienzan a tener problemas de credibilidad.

Por ello, en estos días en que los precios no tienen referencias y existen millones de interacciones comerciales entre miles de empresas y millones de consumidores, la mejor estrategia es mostrarse cooperando, al menos con los clientes frecuentes –a quienes se les hacen descuentos extraordinarios- o se anuncia que “no existe tal producto porque el proveedor ha excedido los precios que el comercio puede aceptar”.

En 1980, un politólogo desarrolló un juego por computadora en donde miles de especialistas debían competir para determinar las mejores estrategias para obtener los mejores resultados individuales. El resultado fue sorprendente: la estrategia individual más exitosa fue la que comenzaba cooperando, y sólo no cooperaba una vez si el otro no cooperaba, para luego seguir cooperando. Si se enfrentaba a otra estrategia que no cooperaba nunca, el resultado fue el máximo posible. O sea, aún con un “rencoroso”, comenzar cooperando es la mejor estrategia para todos. Las conclusiones fueron que ser bueno y cooperar desde el inicio hizo que las estrategias fueran más exitosas, también ser indulgente, pero no ingenuo o pusilánime: reaccionar no cooperando sólo si el otro no coopera, pero también olvidarlo rápidamente si el otro vuelve a cooperar y seguir cooperando, evitando el rencor.

Está claro que estos resultados son consistentes cuando es posible que existan estrategias ganar-ganar, que caracterizan la mayoría de las interrelaciones, pero no es así cuando el juego es de suma cero, o sea que uno gana cuando el otro pierde. Esto ocurre en juegos de estrategia como el truco, el póker o el ajedrez, en donde el engaño es parte del juego.

También en la política propiamente dicha, que es la lucha por el poder en sí mismo, pero no cuando se habla de la Política, con mayúsculas, en donde los partidos tienen un objetivo superior común, de allí el permanente y fracasado reclamo por “acuerdos mínimos”, o “Políticas de Estado” que incluyan a muchos de ellos y, por supuesto, a sus representados.

Israel, Corea del Sur y Taiwán son ejemplos concretos que habiendo logrado acuerdos multipartidarios lograron salir de grandes deudas, hiperinflación y subdesarrollo. Ejemplo concreto de cooperación en sistemas ganar-ganar son el sistema científico internacional, siempre que no ingresen allí los temas geopolíticos, económicos, derechos de propiedad privada o intelectual. También en la cooperación entre las Entidades de la Economía Social y Solidaria (EESS), especialmente cooperativas y mutuales, o con PyMEs con quienes cooperan, a condición que se desarrollen en redes en donde no exista supremacía, aunque sea parcial y temporal de unas sobre otras. Advirtiendo que cuando un grupo logra ser exitoso por la cooperación entre ellos y se cierra a la cooperación con otros comienza a estancarse, porque ha dejado de lado aquello que lo hizo exitoso, decrece cuando no puede retener a sus propios miembros y muchas veces explota cuando se generaliza la falta de cooperación y se rompen los acuerdos internos existentes.

En definitiva, un poco de egoísmo, con autoestima, adhesión a los principios de la cooperación, y sin supremacías (como los monopolios) es el camino más viable del éxito de una sociedad a largo plazo.

Es hora de elevar la mira y apostar por una cooperación responsable a pesar de sostener los intereses individuales, es lo mejor que podemos hacer cada uno de nosotros, por nosotros mismos, la sociedad y las futuras generaciones.

 

 

 

 

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