El inclasificable Jorge Duarte

De boxeador a preso político y después, vidente.

El inclasificable Jorge Duarte

Fue uno de los casos más brutales de la persecución política de los ‘70. Un simple grito de festejo en noche de borrachera lo guardó en las mazmorras del terror durante años. Pero Jorge Duarte era apenas un pintor de obras con ínfulas de boxeador. Terminó en Cruz del Eje con túnica blanca. De película.

Jorge Duarte, hombre humilde de esta ciudad, era dos cosas: pintor de obras y boxeador. Como pintor de obras no tenía muchas perspectivas más que pintar bien, no ensuciar mucho y terminar temprano. Como boxeador, en cambio, aspiraba a más: Jorge Duarte quería ser campeón. De donde fuera: del barrio, del mundo, mosca, super mosca. Quería ser campeón. Pero, pobre Jorge, estaba lejos. En las veladas boxísticas de la Córdoba del ‘70 abría la noche pero nunca era protagonista de la pelea de fondo, las peleas más importantes de cada encuentro.

Pero Duarte un día cambió la suerte. Para bien: iba a pelear en la pelea de fondo. Vamo’ Duarte carajo, hoy te convertís en héroe. Pero también cambió la suerte para mal. Lo cuenta el maestro Luis Rodeiro en su libro Textos Viscerales. Una noche y por ausencia de un contendiente en la última pelea de la noche, Duarte cumplió su sueño: cerrar la velada con el cruce más destacado. Y no sólo eso. Pese a no tener bata propia, alejado del show que supone la última pelea, igual Duarte ganó. Y después de ganar, festejó. Y en el festejo, se recontra chupó. Y recontra chupado, en plena dictadura, pasó frente a una
comisaría, se acordó que era campeón o algo así y después de insultar a los policías de guardia, cerró con un:

– ¡Viva Perón carajo!

Pobre Duarte. No opuso resistencia. Terminó su noche de gloria en el calabozo número 6.
Esa misma noche, noche en que Duarte cumplió su sueño y terminó preso, la policía de Córdoba se enfrentó a un grupo guerrillero. Se enfrentaron y la policía, a los que no mata, los detuvo. Van, todos, a parar, también, al calabozo número 6. Donde estaba Duarte, que seguía borracho. A la mañana siguiente llegaron los milicos con camión de traslados y preguntaron en tono marcial y con cara de asesinos:

_ ¿Dónde están los subversivos?
_ Calabozo número 6 –dijo el botón de turno-.

Y todos los del calabozo 6, a la UP1. Incluido Duarte, el pintor que tan sólo quería ser boxeador y terminó siendo un preso que no era un preso más: era un preso político, pero a su vez era un desconocido para el resto de los militantes presos. Por lo tanto, el resto de los militantes presos creyeron que Duarte, que era un simple pintor de obra y un boxeador sin grandes éxitos, era botón de los botones, buche de los milicos, soplón de los de gorra. Y así estuvo Duarte 4 años en la cárcel de barrio San Martín, en el limbo de no ser nadie para los milicos y ser un botón disfrazado para los militantes.

Duarte recuperó la libertad cuando la muerte había pasado. Pero también había pasado, para él, la posibilidad de ser campeón del mundo. Así que, ya sin chances de cumplir el sueño, tuvo otro sueño. Soñó que era vidente. Que veía cosas que otros no. Y se fue a Cruz del Eje, se puso una túnica blanca, se dijo reverendo de una secta brasilera y la policía, la misma que lo había detenido, ahora iba a buscarlo y hacerle algunas consultas:

_ Maestro Jorge, ¿puede decirnos dónde escondieron el Peugeot 504 que se chorearon anoche?

Y Jorge Duarte, el vidente que había sido pintor, boxeador y preso, les daba la dirección en donde estaba encanutado el 504.

En eso sí, aseguran quienes lo conocieron, fue campeón del mundo.

 

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