El miedo que tenemos

Por Carolina Valeria González

El miedo que tenemos

Por anormalidades de la vida he conocido a Cezary Novek. Entre un trámite de Afip y algunos contactos en común es que llegamos a hablar de literatura y de finanzas. Agradecida, porque una vez, aceptó una invitación al taller literario que doy y fue una charla súper enriquecedora para lxs alumnxs y para mí. Debatimos sobre las poses y la industria cultural, sobre la innecesaria figura de autor endemoniado o ángel de perfección que poseen y se adjudican a veces a los autores. Esto lo nombro porque uno de los nuevos cuentos que tiene esta cuarta edición de La Configuración del Silencio, el cuento titulado «El Pueta Maldito» habla un poco de estas poses.

De lo rancio de algunas producciones, de la copia del estilo, de lo que se cree respetable. El cuento carece de puntos aparte, agobia, cansa, es un vómito de crítica preciosa. Es agotador como la industria misma. Este cuento está en conjunción con otro publicado en el diario Hoy día Córdoba llamado «Sisati Noge»). También en conjunción con la entrevista en la revista Los asesinos tímidos n° 32. Estas conjunciones de ideas que se van rastreando van haciendo al estilo de un autor. Cuando podés encontrar que ciertos hilos de ideas se van uniendo, y que eso sucede en el plano de la ficción como en el plano social del autor, es algo interesante y valioso de encontrar. La conjunción de ideas en diversos planos debería ser lo que nos haga renombrar a un escritor, recomendarlo, reseñarlo, sacarlo a la luz.

La configuración del Silencio tiene estilo propio. No hace falta ser un expertx en género terror para encontrar qué es lo que provoca «terror» en estos cuentos. Pero yo no hablaré de eso. Hablaré de lo que sé criticar en lo que leo. Por ejemplo, en el cuento «Comidos» tuve que enfrentarme a mis prejuicios de género. En mi pacto de lectura se me figuró un personaje masculino que narraba las anécdotas de persecución de un grupo de niños.

Tuve que terminar el cuento para saber que había allí una narradora y, cuestionarme por qué asocié ciertas prácticas como masculinas y no ví posible que una niña contara la historia. Luego me ví siendo niña nuevamente, en situaciones similares. Ese es otro rasgo que veo en el libro, hay situaciones que, si recordamos nuestra niñez o adolescencia, son similares. Y entonces recordás el miedo que te dió en el campo, haciendo dedo, alguna situación o persona especial, etc. O sentirme identificada con la situación de verme imaginando escenarios terribles de cuestiones cotidianas, particularmente siempre adjudico eso a mis fobias, pensar que el trolebus se va a partir en dos, o que en días de tormentas moriré electrocutada viajando en una caja de sardinas conectada a los cables.

Entonces hay cuentos, como «Hace calor y huele a metal» o «Sangre Seca», dónde situaciones de la vida de la gente están presentes y dónde es admirable pensar allí una historia otra, una presencia otra. Un terror en lo cotidiano pero elevado a otra cosa. Como en el cuento «Lo que haría un héroe», dónde además de enfrentarnos a una técnica preciosa de narrativa donde el mismo personaje está fuera y dentro de la diégesis, está presente en dos tiempos diversos de la historia, también nos enfrentamos a situaciones que podríamos pensar cotidianas y que dan un giro siniestro impensado.

Ese «campo traviesa» que la voz narradora describe, forma sustantiva que está en otro cuento, y que nos da todo el contexto en dos palabras. Así hay varias situaciones, una reunión de colegas de trabajo escolar y la hermosa situación siniestra en que deriva el cuento «El plan de los pálidos». Acaso ¿no nos hemos sentido así a veces en una reunión? Ja! Toda esta identificación con situaciones que podríamos sentir en conjunto, que son de «terror», se da por la maravillosa cualidad de que no son personajes «altos», de realeza, con cualidades excepcionales, ni de alta sociedad. Tal vez el Dr. de Frankenstein ya no necesita un título de Doctor para narrar una historia que nos dé sensaciones de miedo y, esto está en línea con la crítica que Novek hace a las poses. Esa es la maravilla de congeniar una forma de vida con un estilo de escritura.

Lo último que quiero decir, dentro de lo que sé criticar, son ciertas situaciones de eroticidad y de configuraciones de masculinidades y feminidades en algunos cuentos. Pensé un instante en una leve misoginia en el cuento «El antiguo lenguaje», cuando lo comencé. Cuando lo terminé, hubiese preferido que ese cuento continúe, en el simple acto de que el devorarse continúe, en el mismo sentimiento de Bataille de que continúe, así como las olas a las que remite el cuento continúan.

Es el acto mismo de alcanzar lo sublime pero con terror. Encontré en el mismo cuento este sentimiento que se entiende como un acto «excitante, perturbador». Esa unión de opuestos que dejan de serlo ahí, en la historia, y se vuelven sinónimos. Lo perturbador se vuelve excitante cuando logra justamente eso, darnos éxtasis. No, no había misoginia en devorarse, o por lo menos no está la misoginia típica a la que género terror nos acostumbró. Tampoco en el cuento «No me corresponde» porque, lo que hay allí, es un personaje vándalo en una situación que podría ser erótica, pero es violenta y así pierde el toque de la eroticidad.

Pero hay una masculinidad que narra, como en el cuento «Sangre seca» dónde la supuesta discusión por una pelota agota la cabeza de cualquiera y que para evitar eso, el personaje se sumerge en una casa que no le dejará huir. Una masculinidad herida que se sobrepone a sus miedos para no tener conflictos y termina «desprendido» de todo. Entonces en mi análisis no pude cerrar mi idea de lo que la misoginia podría haber sido en este terror porque, no hay machismo en el devorarse, no hay dos mujeres ideales, como dos caras de las mujeres presente en «Drácula», la diabólica y la angelical. Hay personas que podrían ser cualquiera, podrían ser yo, con sentimientos heridos, con miedos naturales, personas a las que suceden cosas inimaginadas y allí está el género haciendo lo suyo. Ahí estoy yo. Ahí estás vos. Hay que leerlo a Cezary Novek.

La configuración del silencio

Yammal, 2022, cuarta edición

184 páginas

Ilustraciones de Sebastián Cabrol y Marina Sosa Strelexzy

 

Cezary Novek

(La Paz, Entre Ríos, 1982). Docente y periodista freelance. Coautor de El vaso ruso. Verdad, compromiso y batahola (2010) y Letra muerta. Una novela en la argentina postapocalíptica (2012). Autor de Ropa Sucia (2011), Comidos (2014, La Sofía cartonera, UNC), Los colores que no vemos (2015, Colección Leer es Futuro, Ministerio de Cultura Presidencia de la Nación), La configuración del silencio (Contamusa, 2018; Color Ciego Ediciones, 2019; Austrobórea Editores, Chile, 2019.), Cada día es un pájaro que se muere (2019), Alguien te busca (2021) y El veneno siempre está al final (2021). Participó de diversas antologías. Colabora con los diarios Hoy Día Córdoba y Marcha Noticias, entre otros.

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