Antes de la pandemia, con un quinto grado, ensayábamos para un radioteatro:
-Yo quiero hacer de culebra.
-Yo soy el monstruo.
-Y yo el sapito.
-No, vos no podés hacer de sapito porque sos nena y el sapito es varón.
-Sí puedo. Porque vos no mandás y acá somos todos iguales de niños, ¿entendés? ¿O no, profe?
La discusión me llevó a pensar en que ley de Educación Sexual Integral (ESI) se sancionó en 2006, pero tardó bastante en instalarse en las escuelas y aún es resistida por los distintos actores de la comunidad educativa. Contamos con material para la formación docente en las páginas oficiales de los ministerios de Educación, en cuadernillos que llegaron a todas las escuelas del país. Se dictan especializaciones, diplomaturas, cursos para modificar programas de estudios; hay jornadas y congresos en los que se aborda la temática. Sin embargo, una serie de prejuicios conservadores atraviesa el imaginario colectivo e impide su desarrollo pleno, prejuicios reforzados por dirigentes políticos que, en el contexto actual, denuncian una doctrina o hablan de ideología de género.
¿Qué? ¿Vamos a hablar de sexo en primer grado, cuando todavía no saben leer? ¿Y en la secundaria? ¿Para que después haya más embarazados? ¿No es más importante la comprensión de textos? El sentido común, construido sobre la base del desconocimiento, genera recelo frente a los intentos de reflexionar acerca de la sexualidad en el marco de las aulas.
Al mismo tiempo, conceptos como “perspectiva de género”, “disidencias” y “desigualdad” resultan complejos de comprender o aceptar cuando distintos medios de comunicación se dedican a estigmatizar, de manera sistemática, las voces que problematizan los rasgos represivos de nuestra cultura.
Hasta hace poco, en algunas instituciones de orientación religiosa la ESI era denominada “educación en el amor”, como si hubiese una relación inherente entre los términos, como si no hubiese un posicionamiento político e ideológico en esa alteración lingüística. En otras, privadas y públicas laicas, se relegó el asunto al campo de las ciencias naturales y la biología, como ocurría cuando mi generación asistía a la escuela.
De mis años de primaria y secundaria sólo recuerdo algunas clases acerca del aparato reproductivo (con su extravagante terminología, que nos servía para hacer chistes de doble sentido en el patio). Hubo una jornada para la prevención del HIV en la que se difundió un montón de información acerca de los peligros de tener relaciones sexuales. A compañeras de otro colegio las llevaron a una charla sobre el ciclo menstrual, organizada por empresas de toallitas femeninas. Creo haber visto el video “¿Qué me está pasando?”, del cual conservo imágenes grotescas acerca del vello corporal y los genitales. Y nada más.
Mientras tanto, éramos crueles a la hora de juzgar los cuerpos, los hábitos de compañeros y compañeras, sus inclinaciones, sus deseos. Sosteníamos, sin ser conscientes, prácticas violentas que a veces nos ponían en el lugar de víctimas, a veces en el rol de victimarios. Y nuestro aprendizaje sobre las relaciones sexuales se daba a través de la pornografía en VHS (escenas sin protección profiláctica y con la mujer ubicada en un lugar de objeto del placer masculino).
La ESI viene a intervenir en esos sentidos, y sus lineamientos exceden la mirada biologicista en tanto y en cuanto hacen foco en los comportamientos, en el cuidado de sí y del otro, la otra, el otre. Esto implica revisar los mandatos para hombres y mujeres, los límites y alcances de las leyes, de los derechos sociales, laborales, de la infancia, una infinidad de temas que nos atraviesan (también) en las aulas.
Ahora, en un cuarto año, leemos “Romeo y Julieta”:
-Un denso, Romeo.
-¿Por qué?
-Conseguite una vida, flaco. Todo el día llorando porque Rosalina no lo quiere y al otro día ya está, ve otra y se enamora. Ni le habló. Encima, Julieta tiene trece años.
-La madre dice que ella, a esa edad, ya había sido madre.
-Sí, lo leí. La nodriza también. Pobres mujeres.
Leído desde una perspectiva de género, notamos que el amor aparece y reaparece en la historia de la literatura y, salvo excepciones, se trata de un amor romántico, signado por una perspectiva heterosexual y monógama. Habría que revisar entonces esa “aspiración”, ese amor ideal que reaparece en poemas, novelas, obras teatrales. Habría que releerlas con una mirada crítica, capaz de poner en tensión los modelos que se proponen.
Algo de esto sucede en la versión cinematográfica de “Romeo y Julieta”, protagonizada por Leonardo Di Caprio y Claire Danes. Allí, el personaje de Mercucio se revela como una “drag queen” afroamericana que hace lo imposible para sacar al joven amante de la angustia en la que se encuentra. La reescritura del clásico de Shakespeare desarma la masculinidad hegemónica y cuestiona las fronteras entre la amistad y el deseo, reinterpreta el original, amplía sus sentidos.
La escuela es el lugar privilegiado para indagar en las verdades de facto, tradicionales, que restringen las posibilidades de elegir. Cuestionar mandatos, desarmar estereotipos, afirmar (sin culpa ni vergüenza) una identidad de género, indagar en los grupos históricamente silenciados e invisibilizados son algunas de las propuestas de la ESI en defensa de derechos esenciales.
El planteo no sólo interpela a la enseñanza de la literatura o de las humanidades. Cada área está en condiciones de indagar en la ESI y darle un lugar transversal en los programas. Puede ser un desafío para el año que viene, si aún conservamos ese derecho.