No es posible pensar la fundación y la vida de Córdoba sin el río Suquía. En tiempos coloniales la ciudad quedó ceñida entre la Cañada por el oeste, los barrancos del sur y el río por el norte y el este, en ocasiones como aguaducho y, en otras, como un torrente atropellador.
En sus orillas las personas descansaban, conversaban, se divertían, jugaban, trabajaban y en sus aguas se aseaban o disfrutaban de chapuzones. Con la llegada de Sobremonte a la gobernación e intendencia en el último cuarto del siglo XVIII, tanto el espacio como algunas de estas actividades fueron criminalizados. Así, se prohibió que se bañaran juntos varones y mujeres y los encuentros apartados entre aquellos y las lavanderas, sobre quienes recaía la presunción de liviandad sexual, no solo por la faena que desempeñaban sino también porque la mayoría eran mujeres pobres, africanas o afrodescendientes. Pero más allá de las prohibiciones, la orilla del río en toda su extensión continuó cobijando y ofreciendo un espacio de encuentro a las personas que vivían en una sociedad tradicional, jerárquica y patriarcal.
Tal vez por ello fue el lugar que el demonio eligió para encontrase con Elena Luz, una mujer afrodescendiente libre que vivía en Córdoba hacia 1740. Al parecer, en sus orillas Elena Luz y el demonio mantenían relaciones sexuales y compartían comidas. Lo cierto es que la mujer le contó sus experiencias a Josefa, una mulata libre quien, a su vez, decidió compartir el relato con doña Juana Rodríguez, para quien trabajaba. Fue entonces cuando esta viuda española de 30 años se presentó la noche del 4 de abril de 1740 ante el comisario de la Inquisición, don José de Argüello, para delatar a Elena.
Y si bien la denuncia es la única constancia documental que hemos encontrado sobre este asunto en el Archivo del Arzobispado de Córdoba, la misma da cuenta de la naturalidad con la que se consideró el contacto que tenían las personas con el demonio en la vida cotidiana de entonces. Y ello no es una novedad, ya que se trataba de una figura que interfería constantemente en las vidas de las personas de entonces.
¿Qué versión del demonio surgió de esta denuncia? Los registros de los dichos de Elena lo describieron como un “hombre lindo y muy galán, vestido de colorado”, pero luego de haber mantenido relaciones sexuales, se le apareció “feísimo y con los pies como gallo”.
Según Robert Muchembled, la proliferación de diversas formas de ver al demonio provocó que hacia el último tercio del siglo XVII en Europa cada quien lo viera a su manera y bajo la forma más conveniente. Su transformación continuó hasta convertirse a mediados del siglo XVIII en un sujeto sombrío y pensante que podía conservar algunas características antiguas como los pies malformados. Evidentemente, el diablo migró a América -donde tomó principalmente la forma de culebra, indio, mulato, negro, mujer y mujer negra- y hasta llegó a las lejanas tierras de Santiago del Estero como chivato. La versión “cordobesa” del mismo guardaría relación con lo señalado por la investigadora mexicana Gisela von Wobeser para Nueva España: se aparecía como un bello mancebo para incitar a caer “en el pecado de la carne” y luego, adquiría otras formas.
Los dichos que involucraron a Elena no reflejan evidencia de pacto y, por ende, de herejía. Sin embargo, nos preguntamos si con esta versión -que ella misma hizo circular a través de su amiga-, no fue un intento de canalizar el miedo que sentían los españoles por el demonio, apropiándose de él para tenerlo de aliado en un mundo que era difícil de sobrellevar; o si fue una estrategia para dar alguna explicación por la existencia de una relación por fuera de su matrimonio, debido a la existencia de rumores que podían llegar a oídos de su marido. No lo sabemos, ya que la denuncia no se transformó en una causa que haya tramitado el tribunal de Lima.
Elena no fue la única mujer denunciada ante la Inquisición local. Muchas otras, como ella, resultaron mencionadas ante instancias judiciales y asociadas a las prácticas mágicas, la lujuria y lo diabólico por ser mujeres pero, también, por africanas o afrodescendientes.
Es más, varias fueron delatadas durante la primera mitad del siglo XVIII, en un momento en el que existieron algunas causas judiciales tramitadas ante el cabildo que vincularon a esclavizados con la muerte de sus amos. Años de pestes y crisis económicas en los que, según el historiador Aníbal Arcondo, se denunciaron algunos curanderos y curanderas a los que se atribuía poderes. No olvidemos que prácticas como la hechicería o la brujería estuvieron asociadas con rumores y habladurías, que contribuyeron a formar redes de comunicación en las que se manifestaban temores e incertidumbres y en las que se expresan en forma encubierta o abiertamente los desafíos contra las estructuras de poder existentes.
Ahora bien, el agua y los ríos han sido fuente de inspiración para los artistas y de esta forma han surgido todo tipo de expresiones culturales. El Suquía no fue ajeno a ello y a lo largo de los siglos ha mantenido su identidad con profundas raíces históricas. Así, fue y sigue siendo referencia de viajeros, geógrafos e historiadores, pero también de escritores, pintores y poetas; incluso han llevado su nombre diversas entidades locales: desde un grupo musical hasta algún club deportivo y una entidad bancaria.
Por esta razón, cuando camines por sus orillas no olvides que por ellas también lo hicieron individuos que siglos atrás buscaban alternativas de supervivencia. Ellos, como Elena, conformaban un universo cultural lleno de matices, donde si bien existió una imposición de arriba hacia abajo, también hubo negociaciones y un lugar para la indisciplina crónica, cotidiana y resistente, como bien han señalado los académicos españoles Manuel Peña Díaz y Doris Moreno.