Granizo, la otredad cultural como premisa

Por Manuel Sánchez Adam

Granizo, la otredad cultural como premisa

Miguel Flores (Guillermo Francella) es un meteorólogo que goza de una fama y reputación intachables a nivel nacional. El motivo: en veinte años de carrera no erró un solo pronóstico. Cuando sale a la calle, la gente le pide autógrafos, fotos y, también -como si fuese un dios sin fisuras- le preguntan cómo estará el clima a la noche, así ven -por ejemplo- si guardan el auto en el garaje o dejan el perro afuera. La palabra de Flores, de esta forma, es tomada como una verdad absoluta.

A raíz de su trayectoria -hecho que se demuestra literalmente y sin metáforas al comienzo del filme- Flores debutará con un programa propio en televisión denominado “El show del tiempo” esa misma noche. Éste será el primer ciclo a nivel nacional que tratará exclusivamente la temática concerniente al clima, y contará con la participación de un conjunto musical (Los Palmeras) y una secretaria (Laurita Fernández) con un perro. Sin embargo, en dicha emisión, el meteorólogo garantiza que la noche se presentará despejada y sin cambios abruptos. Pero a la mañana siguiente, al despertar, se desayuna con una noticia que cambiará el curso de las cosas: en la ciudad ha caído un fuerte granizo, hecho que provoca una cantidad innumerable de destrozos en la calle (autos abollados, caída de árboles, etc.) y en las casas.

La película, que bien podría haberse marcado y profundizado, considerando una temática candente en estos tiempos como es el cambio climático, se queda allí, a la orilla, en lo elemental, con actuaciones poco creíbles y sin demasiada preponderancia. Con el hecho consumado y el evidente yerro de “El infalible” (así lo apodan a Flores), la gente comienza a insultarlo, culpándolo de todas sus desgracias y pérdidas materiales, como cuando Peto Menahem, que hace de taxista y tiene una familia bastante peculiar, viaja a Córdoba para encontrarse con Flores, que está hospedado en la casa de su hija (casi exiliado), con el fin de golpearlo con un matafuego.

Si nos detenemos en este punto, podemos reflexionar sobre un detalle: la película intenta dialogar con la cultura de la cancelación; y cómo el ser venerado por millones de personas puede convertirse en un arma de doble filo si se cometen errores o atropellos que distan considerablemente con la imagen pública que uno proyecta al mundo.

Como dijimos, luego de este temporal que Flores omitió es despedido del canal y se refugia en Córdoba, en la casa de su hija Carla (Romina Fernández), que es pediatra y lo recibe sin demasiado ánimo porque no tienen la mejor relación. Y aquí la actuación de Fernández es otro punto a tener en cuenta: la tonada que utiliza para dar cuenta que es de Córdoba genera el efecto contrario. Con un modo exagerado de representar el acento nos trae a la memoria la telenovela “Educando a Nina”, en la cual sucede algo similar con Griselda Siciliani.

La antropología es una disciplina que surge como tal a mediados del siglo XIX. En este marco, los investigadores pensaban a su objeto de estudio como algo diferente, lejano, que obedecía a una otredad, a una alteridad cultural. Se estudiaban sociedades no occidentales, que eran tratadas como sociedades primitivas e inferiores. Se trazaba, en forma taxativa, una división entre un nosotros y el otro. Es en este sentido que la antropología surge en un contexto de situación colonial, de desarrollo industrial y de expansión de Europa y posteriormente de EEUU por sobre el resto del territorio. A partir de la década del sesenta, según Silvina Merenson y Débora Betrisey, se producen a nivel mundial diferentes procesos de descolonización, surgimiento de nuevos estados nacionales y la intervención de EEUU en países de Latinoamérica. Todos estos acontecimientos obligan a realizar un revisionismo de ciertas tradiciones teóricas y las metodologías consideradas clásicas a fin de repensar la disciplina como tal. Retomando el análisis de “Granizo”, la utilización de ese otro, lejano al protagonista, es evidente. Este hecho se manifiesta cuando Miguel Flores viaja a las Sierras para encontrarse con Bernardo (Horacio Fernández), un supuesto campesino que conoce en un bar la noche anterior, que predice un temporal de lluvia a una hora determinada y exacta. Esta predicción se cumple y Flores, estupefacto, consigue la dirección de la casa de Bernardo. Acto seguido, se dirige hacia allá para conseguir la tan ansiada respuesta que explique semejante acierto.

Con aspecto asustadizo, Flores se encuentra con una tierra que le es hostil, pero su necesidad de recuperar su reputación es mayor. “El infalible”, entonces, que a esa altura es bastante falible, le confiesa la razón de su visita. Bernardo, que lo escucha atentamente con un mate en la mano, ingresa a la casa y luego de un tiempo le grita a Flores que pase, con un tono no del todo amable, sino más bien que deja entrever un aspecto de brutalidad y de barbarie. Y esto no es todo: mientras toman mate, la conversación reproduce nuevamente la idea de alteridad. Bernardo dice que vive sin electricidad y Flores, casi chantajeándolo, insiste con el motivo que lo llevó hacia allí, asegurando que, si le dice el secreto, él se encargará de colocarle todas las conexiones que hagan falta para tener luz e internet.

Todas estas escenas muestran a las claras que existe una intención de establecer separaciones grotescas entre el centro porteño y la periferia. La supuesta federalización en las locaciones, que podría significar la incorporación de otra provincia, en este caso, Córdoba, no solo que es malograda, sino que además refuerza la representación de estereotipos culturales que hacen a otras partes del territorio argentino y que nada tienen que ver con su uso del lenguaje y sus costumbres.

Dicho esto, ¿cuánto más rigor teórico e investigativo hacen falta para desterrar las representaciones que, amparadas desde el humor, se hacen un lugar en el inconsciente colectivo?

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