“Poemas librados”, el nuevo libro de Guido Guidi, se compone de 33 obras artísticas y sus respectivas descripciones en forma de poema: una alianza perfecta entre la imagen y la palabra. Caos ordenado por Cecilia Malem, en una secuencia, que va desde poesía desnuda, a postales, amor y desamor, rincones, y mi lengua, según nos dice el autor, en los agradecimientos.
Todas y cada una de las palabras de este libro resuenan con temblor, intensidad y precisión, delimitando el dolor compartido con respeto amoroso. De hondura lírica y delicada sobriedad: así se revela su escritura. También su silencio.
Dueño de una mirada capaz de auscultar las pequeñas anomalías del espacio cotidiano y comprender su alcance político, él poeta se desenvuelve tomando una distancia aún mayor respecto a la impostura: la suya es una voz que respeta, y lucha por respetar, las formas de su contexto, de un entorno con el que permanece siempre en un diálogo abierto. Tal vez sean estos poemas librados, el libro más personal de Guido Guidi. Después de un prolongado silencio.
Sin embargo, el adjetivo “personal” no es aquí el típico cliché del discurso editorial, sino la indicación de un proceso, el de una voz que va aceptando un cuerpo y una vida, aunque ninguno de ellos le pertenezca del todo, ni de manera excluyente. Porque a esa nueva necesidad de hablar desde sí mismo, desde una vivencia, se le sigue anudando la voluntad de hablar, con él y con los otros.
Donde la costumbre impone silencio, él poeta pone su corazón y su voz de animal huérfano —todo lo suyo— su casa y sus padres, sus castigos. Su presidio injusto y también su exilio. Pero en medio de todo eso, escribe también, el amor, lo perdido y recuperado, para que la vida no sea una inmensidad hecha de ausencias. En esa tensión entre lo uno y lo múltiple pareciera decir: tengo miedo de ser un mal huésped en el mundo, pero al leer estos poemas, el lector entenderá, que pocos huéspedes albergan tanto mundo generoso como el del poeta, que nos ocupa.
El poeta Guido Guidi, pertenece a una de las tradiciones poéticas más complejas y fascinantes: la tradición órfica. Es decir, la de aquellos poetas que, en medio de la destrucción, del nihilismo, del fin de todas las verdades y de la belleza, se han dado a la ardua tarea de reconstruir el sentido sagrado del mundo. No se trata, sin embargo, de una escritura difícil. El sentido sagrado del mundo, como nos lo ha enseñado Rilke, está latente, oculto, es un niño, en una barca, o en la memoria. Y quizá sea ese el punto clave de la poética de Guido la memoria y la presencia de la infancia. La infancia individual y la infancia del mundo. Cuando lo imposible es lo cotidiano; cuando la magia y la maravilla lo recubren todo; cuando cada elemento de la existencia, por minúsculo que sea, es motivo de estupor y de alegría. No sin dolores y melancolías.
Hermano luminoso diría, Leopoldo Lugones, cuya obsesión es lo justo y la luz: la luz diáfana del norte y del sur, la luz de la soledad, la que ilumina el mundo en su sencillez, la que es un puente entre lo mortal y lo infinito, entre lo visible y lo invisible. La luz que emana de cada uno de sus poemas. La dulzura que pudo disolver el presidio.
Sospecho que el poeta, regresa con estos poemas a los lugares de siempre (la casa, su madre, el patio, la naturaleza, la infancia) con la mirada de quien ha visto modificar las cosas al compás de la transformación del mundo. Retoma así con el pulso de sus poemas librados en el paso del tiempo, en la búsqueda de la claridad expresiva para dar cuenta de la sencillez del mundo. Mundo donde todo está unido, donde las cosas suceden en su cotidianidad más desnuda, donde el amor doméstico, la mirada serena y la aceptación del paso del tiempo se entrelazan, también la reflexión poética: buscar la poesía que hay en la memoria y las cosas, es encontrar la luz, que atenúa las sombras de los tiempos difíciles.
De este modo, estos poemas librados se desnudan de las referencias mitológicas y de la distancia oracular de otros libros, para conectar de forma más directa y personal con las cosas de la vida y la experiencia.
Tomando los títulos de este poemario podría decirse, que el poeta indaga más una vez en su propia vida, recorriéndola desde la infancia a la madurez, a la vez que no deja de preguntarse y preguntarnos: ¿Por qué no? ¿Por qué no? ¿Por qué no deberían mis poemas imitar mi vida? y así, tanto los poemas sobre la infancia compartida con sus hermanos, como los que exploran su vida adulta dan muestra de la lucha de la poeta contra el instinto de trascender lo ordinario para en cambio aceptar —lo parcial, lo cambiante, lo mutable— es decir, la vida tal y como es, la inmensidad de los detalles domésticos, no menos paradójicos o contradictorios por cercanos o cotidianos, que parezcan, porque también bajo el verano luminoso de los poemas acecha la muerte inevitable de la misma manera que Shakespeare certificaba en su comedia: “hora tras hora, maduramos y maduramos / y también, hora tras hora, nos extinguimos”.
Con un lenguaje sencillo, empedrado de simbolismo, así como de musicalidad y color, el poeta Guido Guidi emprende un viaje a través de la palabra, a través del vuelo de sus poemas liberados; un viaje que, como todos los grandes viajes, acaba con una revelación.
El poeta es un mundo encerrado en un hombre. Afirma Víctor Hugo y la poesía, al entrar en ese mundo balbucea en voz muy baja lo que resulta intangible y a la vez más sencillo.
Guido Guidi es un poeta sencillo y poderoso, alegre y taciturno, ilimitado y desprovisto de todo, como los niños o los príncipes y ser un príncipe de nadie, es la aventura más hermosa.