Todos los libros tienen una historia particular pero, en ocasiones, una es más impactante que otra. El caso de Levantado do chão (Levantado del suelo) de José Saramago pertenece a esas rarezas que no pueden pasar desapercibidas así nomás. Durante la década del 70, el escritor que obtendría el Premio Nobel en 1998 estaba concentrado en el ejercicio del periodismo. Antes de la revolución que puso fin a la dictadura de más de 40 años de Portugal, ya escribía crónicas en la prensa opositora y realizaba reseñas literarias en la revista Seara Nova, de esa misma vertiente.
Sin embargo, alcanzó un papel protagónico después de la gesta revolucionaria del 25 de abril (Revolución de los Claveles) cuando es convocado para cumplir tareas ejecutivas en la conducción de la prensa gráfica más importante del país, Diário de Notícias a partir de abril de 1975. Debemos recordar, a estos efectos, que los así llamados «capitanes», responsables de la caída de la dictadura, tenían sus claras simpatías por la izquierda y que esta hazaña se realizó con la clara cooperación de los Partidos Socialista y Comunista, por entonces con una importante militancia clandestina. Saramago, que se había afiliado al PC en 1968, era agente orgánico de esa ala política y –por lo tanto- cumplió esa tarea como parte de la misión que le fue encomendada.
Las fluctuaciones del poder, no obstante, dieron que hablar algún tiempo más tarde. Una vez conseguido el objetivo común e irrenunciable, que era ponerle fin a los tiempos sombríos (1926-1974) las desavenencias internas comenzaron a radicalizarse y una suerte de «contrarrevolución» producida en noviembre de ese año de 1975, desvinculó al Partido Comunista del liderazgo dejando al Socialismo a sus anchas, «cada vez más cercano a la derecha fascista que decía atacar» (sic). El sesgo que estoy reproduciendo es el del propio Saramago que se ve –de repente- desvinculado de la dirección del diario y sin trabajo. Si bien es cierto que a muchos otros de los comunistas que cooperaron en la redacción se les ofreció una alternativa (continuar en O Diário, por ejemplo) no fue el caso del autor que sólo recibió recriminaciones por la función desarrollada, algunas muy injustas como la acusación del despido indiscriminado de 22 periodistas que tenía a su cargo y que recién, empoderado por la notoriedad, pudo aclarar.
Lo cierto es que –en virtud de estas circunstancias que claramente lo perjudicaron- Saramago toma la «decisión más importante de su vida» (la frase le pertenece) y decide abandonar la política y el periodismo para dedicarse a la traducción y a la literatura en la que venía incursionando en las últimas décadas. En 1977 aparece la novela Manual de pintura y caligrafía; y en 1978, el libro de cuentos Objecto Quase, textos estos que se suman a las poesías publicadas en los 60. En estas nuevas condiciones de vida, decide retomar una idea que se le había hecho potente, años atrás, la de escribir un libro rural en el que pudiera ver expresado parte de su ideario político de cara a las luchas campesinas.
Con ese objetivo, recupera algunos contactos realizados con anterioridad y acuerda con los responsables de la UCP (Unión Cooperativa de Producción) «Boa esperança» de Lavre, un viaje y una estadía en el Alentejo que finalmente concreta en marzo de 1976. A lo largo de dos meses de convivencia recoge impresiones de los agricultores alcanzados por la Reforma Agraria (diezmada luego, en 1977 por la Ley Barreto que exigió la reposición de la tierra a los antiguos terratenientes, hay que decirlo). En ese entonces y en ese lugar, entabla contacto estrecho con algunos nombres propios que le serán caros en adelante: João Basuga, el amigo del alma, como siempre lo ha llamado; y João Serra en quien se apoyará para la construcción del personaje central de la saga de los Mau-Tempo (Maltiempo). Si bien, las vicisitudes del día a día, las faenas compartidas y las conversaciones a la hora de comer le dieron suficiente contenido para escribir la historia, Saramago se vio en la disyuntiva de escribir un ensayo sociológico para el que no estaba preparado, o bien, transformar ese testimonio en ficción, que era hacia donde quería ir. Fue así que apostó en esa idea y la dejó germinar (sic) por 3 largos años hasta dar por resultado la novela que nos ocupa. Conforme sus propias palabras, «el libro se escribió en dos fases: la primera, de dos días, para las cuatro páginas iniciales; y la segunda, de unos meses, para el resto. Entre esas dos fases tan desiguales, pasó mucho tiempo» y el autor adecuó mejor el estilo a la oralidad que le interesa recuperar.
Un detalle no menor y que hace a la importancia del libro en cuestión es la oferta que recibe de João Serra de compartir las anotaciones que había recogido a lo largo de su vida. Resulta que el agricultor no sólo era un excelente narrador de las experiencias vividas sino que se había aventurado por las lides escriturarias y las había organizado en orden creciente «en unos cuantos cuadernos de papel sellado» . Saramago cuenta que recibió con fervor esos papeles y que la primera noche en Lisboa después de su regreso, las leyó de un tirón porque advirtió que en esos trazos estaba la columna vertebral de lo que le interesaba sistematizar. «Aquella vida verdadera era como una serie de piedras colocadas para atravesar la corriente torrencial de datos en la que empezaba a hundirme» . Hay que agregar –como nota de color- que el libro de Serra también vio la luz y apareció en el año 2010 (es decir 30 años después) con el título de Uma familia do Alentejo, en una edición especial preparada por la Fundación Saramago.
La figura de Serra –devenido ahora João Mau-Tempo (Juan Maltiempo) da cuerpo a la trama principal que se organiza en torno de su vida, desde la infancia hasta la muerte. Es la trayectoria existencial de alguien marcado por la lucha, por la opresión y por la tortura. Al fin y al cabo, como le sucedió al propio Saramago, la mayor parte de su juventud y adultez ha sido atravesada por la dictadura. El texto recoge tres inflexiones narrativas imprescindibles: la movilización popular en reclamo de un salario justo (la huelga de los 33 escudos, como se ha dado en llamar), la organización por las 8 horas de trabajo (y no las 16 o 17 a la que los acostumbró el latifundio) y la tortura física (la «estatua») que recuerda los métodos miserables de nuestros campos de concentración en Argentina. A lo largo de más de 300 páginas asistimos a la transformación del campesino en militante al tiempo que acompañamos la formación de una conciencia de clase que se afirma en la adultez. Aunque Juan Maltiempo no llegó a conocer la Revolución de los Claveles ya que falleció tres años antes, con 67 recién cumplidos, estuvo fantasmáticamente presente en la toma de las fincas «posando su brazo de invisible humo» en los hombros de su esposa Faustina que, al lado de los hijos y nietos, se puso en camino ese día levantado y principal.
El único aspecto controvertido del libro es la asimetría entre la heroicidad que se rescata y la realidad que la niega ya que para 1980 el sueño se había esfumado y la ley Barreto había puesto una piedra encima de los derechos adquiridos. Saramago fue claro al expresar su idea a este respecto: su proyecto no pretendía ceñirse irremediablemente a la historia como construir ese horizonte señero que guio al Portugal de entonces y que puede ser una referencia para los tiempos venideros.