Hoy nos parece un elemento de la prehistoria. Algo más cercano a las lenguas precarias de las cavernas. Pero aquel Messenger de Hotmail, ya caduco, hoy sería un joven de poco más de 20 años. Inesperado, mágico, asomó al mundo de las PC y cambió el modo de comunicarnos. E inició, también, la era del engaño en las redes. Incluidos los engaños con buenas intenciones.
C.C, este hombre, periodista y amante del fútbol, bien lo sabe.
A inicios de los años 2000, C.C. ya rondaba el universo de los medios, siempre cerca del periodismo deportivo. Fue en esa época que creó su propia cuenta de Messenger: una herramienta útil para trabajar en el mundo del periodismo y el fútbol. “Eran épocas de muchos mails, de cadenas de mail”, recuerda, no sin nostalgia. Tanta información que le llegaba a su casilla, tantas direcciones y nombres que lo llevaron a ver en detalle el funcionamiento de ese universo extraño. “Por alguna razón que no recuerdo, chequeaba las direcciones de correo cada vez que me llegaba una cadena de mails, sobre todo cuando era gente del ámbito del deporte, para tener base de datos. Y un día llega la dirección monococho@hotmail.com”.
¿Monococho? ¿Quién podía tener una dirección así? C.C. indagó. Y Monococho no fue otro que el arquero que había nacido en Ferro, descollado en River –aún con errores monumentales- y brillaba por entonces en el fútbol español y en la Selección: Germán Adrián Ramón Burgos, el Mono. “Lo agregué al Messenger, le pregunté si era él, chateamos. Yo al principio no sabía si era realmente, él no sabía si yo era periodista. Le dije que tenía el teléfono de Pablo Aimar, se lo di, él lo llamó para comprobar que era cierto y me dio crédito. Y después le pedí una camiseta y me dijo: Te voy a dar teléfonos de varios jugadores para que les pidas”.
Burgos también necesitaba un teléfono: el del jugador Pablo Ricchetti, con quien había sido compañero en River. C.C. lo consiguió y la confianza del arquero para con el periodista creció aún más. Eso lo habilitó para pedirle correo de jugadores, con un fin ya develado: pedirles camisetas.
Pero el Mono, experiencia en el tema, le reveló un secreto que conoce todo futbolista:
– Los jugadores no le damos camisetas a los fanáticos. Le damos a… las fanáticas (no sabemos si guiñó el ojo, pero es de suponer).
Burgos se rió, aun cuando sabía que hablaba en serio. “Según él, me mandó una camiseta del Barcelona de Riquelme y un buzo de él. Nunca me llegó”, cuenta C.C. Pero eso poco importó. La sugerencia de Burgos fue el disparador, la idea magistral y épica, el engaño mortífero, la víbora de la tentación:
– Le damos a las fanáticas…
El anonimato en las redes de hoy fue mayor en aquel viejo Messenger. Desde entonces, C.C. se convirtió en Fernanda Oliva: “Mi ídolo futbolístico siempre fue Fernando ‘La Lora’ Oliva, aquel 10 de Instituto”, explica para morigerar la urdimbre tramada y explicar su otra yo. “El Mono me mandaba cadenas de mails, yo sacaba muchos correos y los empecé a agregar al Messenger. Así tuve el correo de Juanpi Sorín, por ejemplo. Además, había otro secreto: Hotmail te permitía buscar contactos con el nombre con que se habían registrado. Yo ponía Fernando Redondo y te aparecían unos 10 Fernando Redondo. Así fui rebotando, buscando, acertando. La lista es muy amplia. Y empecé a hacer un trabajo de investigación a los jugadores a los que escribía. Si yo le escribía a un jugador, le decía que era oriunda de la ciudad natal de ese jugador, que él era mi ídolo. Algunos empezaban a ‘tirar los perros’ y otros empezaban a ver qué onda».
Una de las primeras víctimas, recuerda ‘Fernanda’, fue ‘el Toto’, cuyo apellido inicia con B y actualmente es un reconocido técnico a nivel mundial. El por entonces jugador ya tenía pasado en Newell’s, River, Francia, España y la Selección. «Le dije que yo era de su pueblo, que por él me había hecho fanática de Newells. La primera camiseta que me llegó fue de él: una remera del Celta, azul, manga larga. Todos mandaban camiseta pidiendo a cambio foto con la camiseta. Cosa que tenía que ir pateando, porque se me caía el tema”.
A partir de uno y otro vínculo, la interconexión fue aumentando. Futbolista que se hacía amigo de Fernanda, la incluía en sus cadenas de correos que a su vez incluían a otros futbolistas que, todo tramado, caían en las redes de Fernanda.
Y así cayó en por entonces un joven futbolista rosarino que había debutado en Estudiantes de La Plata y ya triunfaba en Europa. Nadie, ni él mismo, sabía que le separaba un futuro de tanta gloria mundial, no como futbolista, sino como entrenador. Sí, es quien se imaginan. No sólo mandó camiseta. También se enamoró de la inexistente Fernanda Oliva, el alter ego de un periodista cordobés que aún se mantiene oculto. Lo detalles, en la próxima entrega.