La cicatriz de lo perdido

Por Nicolás Jozami

La cicatriz de lo perdido

“Odiseas menores”, de Andrea Guiu, Alción, Córdoba 2023.

 

Cuando escribimos con cierta intencionalidad estética, sea para expresarnos, para comunicar, reparamos inmediatamente en que hay algo que falta, que no podemos terminar de aclarar, pese a que el arrebato, el gesto preciso de la derrota lingüística también dice. Y mucho. De allí que la escritura se convierta en un naufragio; esta noción, con matices, influencias, angustias y esperanzas recorre preponderantemente “Odiseas menores”, el último libro de Andrea Guiu.

En cuidada edición, con dibujos y una acuarela de la autora que acompaña la tapa, nos sumergimos en una bitácora íntima que contiene poemas, prosas poéticas, reflexiones filosóficas anudadas al mástil de aquella posibilidad tan plausible como inalcanzable de poder decir y ser dichos con la palabra.

Hay formas en las que la autora despliega esta trama de sentidos que el lenguaje hace en quienes pretenden dominarlo, un barco a la deriva que busca llegar a casa. El libro es esa odisea personal. El “Decir auténtico: un irse sin sustitución”, leemos en el primer texto.

Guiu escruta el riesgo que concita la autenticidad en la expresión. En “Habitar”, leemos: “Partir desde lo conocido para producir la diferencia que reanuda la apuesta”; o sea perderse para encontrarse, zarpar de la tierra acogedora para navegar por aguas tempestuosas, buscando salir ileso, aunque empapados de la vitalidad intraducible que espera en el futuro.

Ser un “voyeur de una lengua privada” que husmea en la recóndita condición de nuestra individualidad.

Hay que llevar la capacidad de la palabra hasta el puerto. Quien escribe experimenta dos patrias: el exilio y la huella que ese exilio deja.

Hay textos breves que pulsan el presente trayendo, como huesos de sepia, los restos de lo humanamente ominoso, regado de heridas, destierro y muerte. “El lenguaje es el único equipaje de los bárbaros, y tiene doble cerrojo”. Nada que agregar. El tejido textual es un viaje acuático y terrestre que la autora arrincona “en el arte de decir/ y desdecirte”.

Entre las referencias literarias y filosóficas en las que abreva, no deja de aparecer el ensayo de escrituras que exploran la inquieta pasión y ansiedad por las formas del decir al traducir experiencias: Benjamin, Lawrence, Duras, Celan, Odiseo. Este último, por ejemplo, cuando debe contar como un huésped agradecido sus padecimientos aventureros, en el canto VII de la obra homérica, frente a Arete y Alcínoo. En ese sentido, transcribo un texto del libro, titulado “Lawrence y el desierto”: “Voy con mi ofrenda lenguaraz con mi piel de oruga a un mundo donde todo ha de dolerme hasta la felicidad con estos mismos nervios voy con mi corazón y con mi fiebre a parir mi desierto”. Vaciarse en la ofrenda lingüística para construir aquello que únicamente puede salir -sin sustituciones- de quien lo realiza auténticamente.

¿Dónde se afirma la acción de escribir? La encrucijada -acuática en este caso- está lanzada: “¿Se escribe sobre el rastro o sobre el camino por venir?” ¿Cómo damos cuenta de esa inscripción tan solitaria, aunque ansiosa de compañía? Tal vez no volvamos a Ítaca (o llegamos disfrazados, siendo otros) pero aun así remamos, dejando e integrando fugitivamente la “cicatriz de lo perdido”.

Pienso que “Odiseas menores” puede leerse en paralelo a “Inundación”, de Eugenia Almeida, quien ausculta el lenguaje y la ejecución de la escritura con una sutileza virtuosa.

La odisea puede ser una aventura o una huida, que retiene elecciones del pasado y avizora la inconsistencia del futuro. En el medio, la escritura. “A mis espaldas reverbera la imagen/ de la niña que fui/ en mi mano la honda y el hilo rojo que brota/ del corazón del pájaro/ como una premonición”.

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