La mirada sobre los otros

Algunos filmes destacados de la 23 edición del Buenos Aires Festival Internacional de Cine Independiente

La mirada sobre los otros

Uno de los placeres que suelen dispensar los festivales de cine al espectador esforzado es la posibilidad de encontrar “hilos rojos” entre las películas, conexiones impensadas que hermanan secretamente a filmes que pertenecen a latitudes, culturas y tradiciones absolutamente disímiles. Este año, en la 23 edición del Buenos Aires Festival Internacional de Cine Independiente (Bafici) ese juego se repite con distintas temáticas y variantes: por ejemplo, el sexo y su representación explícita, que se puede hallar en películas como “Pleasure” (Suecia), de Ninja Thyberg, “Las aventuras de Lidia” (Canadá), de Bruce LaBruce –que está presente en el festival–, “Porno 3079” (Alemania), de Daniel Schäfer, o el hermoso delirio de “Así se rodó Carne quebrada” (España), de Gonzalo Pelayo; todas las cuales juegan con la estética pornográfica y la replantean de distintos modos para pensar los sentidos del placer contemporáneo.

Otra constante es la cuestión de la otredad, que suele merecer densos tratados académicos pero que en cine constituye un dilema de primer orden. En efecto, ¿qué es lo Otro? O más bien, ¿quiénes son los Otros? Porque no cualquier persona merece ese infausto sustantivo que viene a denominar una discriminación apriorística por cuestiones de raza, etnia, religión, política o identidad sexual. Se sabe, el cine puede ser un instrumento de legitimación de los prejuicios sociales que buscan legitimar un orden injusto en base a la construcción simbólica negativa de ciertas minorías sociales, o puede servir para subvertirlos.

Lo cierto es que cada que vez que enciende su cámara, el cineasta se enfrenta al dilema de cómo filmar a aquellos en quienes posará su objetivo, sean del color que sean. Si por un lado el propio acto de representación implica una violencia sobre los otros, también ocurre que la puesta en escena -como diría el filósofo Jean-Louis Comolli- le devolverá al director su mirada sobre los seres que ha filmado, expondrá su visión del mundo ante los espectadores, que quedará además perpetuada para la eternidad (“Mirando mi mirada, es decir una de las formas perceptibles de mi puesta en escena, él –ella- me devuelve con su mirada el eco de la mía, me devuelve mi puesta en escena tal como rebota sobre él -ella-”, afirma Comolli en “Carta sobre la autopuesta en escena”). Claro que la cuestión se complejiza cuando se filma a minorías que habitualmente son estigmatizadas desde los medios de comunicación, como ocurre en distintas películas de este Bafici, que muestran una interesante variedad de alternativas para resolver el dilema planteado en este párrafo.

Un caso particularmente bello es el de “Eami” (Paraguay, Argentina), de Paz Encina, que acaba de estrenarse en la Competencia Vanguardia y Género del Bafici, donde la directora paraguaya intenta recrear la cosmogonía de los pueblos originarios para narrar el desplazamiento del monte chaqueño de la pequeña comunidad indígena Ayoreo Totobiegosode (la única tribu “no contactada” de Sudamérica que ha sobrevivido fuera de la cuenca amazónica, según informa Wikipedia).

Con una apuesta sensitiva que llena al plano de distintas capaz sonoras y visuales, Encina asumirá la voz de una deidad propia de la cultura ayorea para guiar su película: el “Asojá”, pájaro-Dios-mujer que narrará en primera persona mediante una voz en off el padecimiento de la comunidad tras un ataque furtivo del hombre blanco. Encarnado en la pequeña niña Eami (palabra que además significa “bosque” y también “mundo” en el dialecto de la comunidad), el Asojá emprenderá el camino de salida del monte profundo junto a un hombre mayor llamado “Lagarto”, tras un ritual de sanación de su cuerpo por las heridas que dejó la invasión blanca. Eami está preocupada por la suerte de su amigo Aocojái, que se ha perdido en el ataque, pero Lagarto la impulsa a huir del bosque.

He allí el pequeño eje narrativo de la película, que por lo demás procurará recrear el imaginario simbólico de la comunidad Ayoreo Totobiegosode mediante distintos dispositivos. Por supuesto, la voz en off de Eami, que irá narrando la experiencia del desplazamiento en términos mitológicos con un relato que guarda momentos de particular belleza poética. Pero además hay una narración temporal sin centro, donde los acontecimientos se encadenan sin un orden cronológico claro, como si todos los tiempos se superpusieran en el presente del relato.

Y lo más interesante de la apuesta –que por supuesto podemos denominar como “realismo mágico”, con perdón de la palabra– se encuentra en la construcción estética de ese universo, con un trabajo notable en el sonido que superpone distintas capas sonoras de la naturaleza y el mundo que invaden continuamente el plano (el fuera de campo cobra particular relevancia en el filme, funcionando como un espacio crecientemente amenazante), que es habitado por dimensiones invisibles a los ojos pero no a los oídos. De esta manera, el mundo filmado por Encina está constituido por distintos tiempos y espacios que se expresan simultáneamente en sus cuidados planos de la naturaleza, componiendo un sistema estético que responde a la cosmogonía de aquellos que filma.

Muy lejos de aquí, la película “Le Prince” (Alemania), ópera prima de Lisa Bierwirth, ofrece un modo distinto de acercarse a la otredad, esta vez desde el centro de los prejuicios de clase europeos. Aquí, una curadora de arte llamada Monica conoce, en una particular situación emocional, al empresario Joseph, de origen congoleño e inmigrante ilegal. El flechazo será instantáneo y llevará a Monica a introducirse en el universo existencial de Joseph, donde la precariedad se toma la mano con la ilegalidad.

Filmada con particular contención, con planos cercanos a los cuerpos y un nervio que por momentos recuerda a la directora francesa Claire Denis, Bierwirth adoptará la mirada de Monica para narrar una historia de amor tóxico, complicada por las diferencias culturales de sus protagonistas, con la figura de Joseph construida como una creciente incógnita: sus negocios opacos, sus ausencias abruptas, sus reacciones injustificadas van potenciando los prejuicios sobre el inmigrante africano, de suerte que el espectador se vea inmerso en los dilemas que enfrenta la protagonista, cada vez más confundida sobre la realidad de su vínculo. Sin miedo a desafiar la corrección política, el filme termina exponiendo las dificultades en las relaciones con las minorías sociales racializadas, donde los prejuicios se confabulan con las necesidades que impone la marginación para potenciar la incomprensión entre las personas.

Salir de la versión móvil