La sangrienta historia de la medialuna

Miles de víctimas de un conflicto bélico -que también fue la metáfora de un choque civilizatorio- reclaman desde hace siglos la modificación de una conmemoración gastronómica.

La sangrienta historia de la medialuna

Por estos días se celebra el día del maestro y, seguidamente, del profesor. Mientras acumulás ganas de preparar una emotiva añoranza para grandes docentes que han intentado contribuir con tu formación, sacás la cuenta que -a pesar de su gran voluntad- podrías haber aprendido más.

Pero, por ahora, vamos a centrarnos en el día de la medialuna que también tiene mucha historia. Google y otras entidades perfectamente ignorables destacan que el día del croissant -ya empezamos mal- es el 30 de enero, pero no logran establecer los motivos para señalar ese día en concreto. Esta falta de argumentos permite solicitar a los lectores el acompañamiento popular para impulsar una ley que establezca el 12 de septiembre como verdadero día de la medialuna.

Existen numerosas razones, que no incluirán el deseo irrefrenable de comer una de estas facturas maravillosas en un período de restricción de harinas, o que frente a la consulta “¿qué necesitás hijo?” la respuesta de Remo es, invariablemente, “Medialunas”. Pero, insistamos, no vamos a personalizar esta fundamentación. No. Vamos a centrarnos en razones estrictamente históricas, en conflictos raciales, guerras brutales y emprendedores que se resistieron a fundirse.

Cinco historias para torcer la historia

A la primera medialuna de la historia de la humanidad se la comió un tal Gustav, de parado, en la puerta de una panadería de Viena, pocos días después del 12 de septiembre de 1683 cuando coincidieron un conjunto de acontecimientos excepcionales. Pero esa imagen es el final de una historia que debería comenzar con el Imperio Otomano intentando dominar Europa.

  1. Afuera de las murallas de Viena, el emperador Mehmed II junto a 150 mil soldados turcos y otros 50 mil húngaros y balcánicos llevan dos meses de asedio a la ciudad que debía ser la puerta de entrada para invadir Europa. Después de cañonear incansablemente a una población al borde de la rendición, los otomanos planean ingresar por un túnel, junto a sus temidos jenízaros y someter con brutalidad a esa ciudad y, luego, a todo occidente. Los sonidos de las excavaciones nocturnas, asombrosamente, son escuchados por los panaderos, benditos trabajadores de la madrugada. De inmediato alertan al Emperador del Sacro Imperio Romano Germánico, Leopoldo I.
  2. La preocupación del ejército invasor penetrando el éjido interno sólo incrementa el pánico. Y cuando la derrota parece inevitable, ese mismo día, arriba en las colinas podemos observar la llegada de Juan III Sobieski y su tropa polaco-lituana para cambiar el rumbo de la historia.
    Mientras los turcos iniciaban una nueva acometida, con la gloria casi cantada, el ejército polaco bajó con los legendarios húsares justo a tiempo para aplastar a los invasores que en pocas horas perdieron a miles de hombres. Desde el atardecer, los otomanos emprenden una apresurada retirada abandonando su campamento, y sus intenciones de dominación.
  3. La victoria, descrita como un milagro del coraje vienés, y la oportuna aparición de los refuerzos de la cristiandad, se celebra con los panaderos como protagonistas. Casualmente fueron ellos quienes cocinaron las primeras medialunas como forma simbólica de comerse la bandera otomana. Vale señalar que eran todas curvas, a diferencia de algunos croissants que se presentan derechos, una brutalidad geométrica que ninguna medialuna cometería.
  4. Pero no todo es panificación: Vamos a ponerle nombre al héroe de la nota.
    El señor JerzyFranciszekKulczycki fue un noble que había estudiado la cultura del invasor en su juventud, además de formarse en las artes del espionaje. Durante el asedio, nuestro futuro héroe consiguió infiltrarse en las filas turcas, contribuyendo con información clave para la resistencia en Viena. Una vez vencidos los enemigos fue premiado con la posibilidad de elegir una recompensa del botín apresado a los invasores y, en lugar de joyas, Kulczycki eligió unas bolsas llenas de granos que parecían contener alimento para camellos. En realidad era café.
    Con aquellas bolsas, ese mismo año inauguró la Botella Azul, primera cafetería de Viena y tal vez de Europa. Café y medialuna empezaron una historia conjunta que jamás se disolvería.
  5. Si todo lo antes dicho parece mucho, aún falta el momento cúlmine, la cúspide de la genialidad. Pasadas unas semanas, Kulczycki descubre que a los vieneses no les gustaba tanto el café por su amargor y el negocio, aunque atractivo, no marchaba tan bien.

Aquí el heroísmo toca su cenit, recurre a su inventiva y ¡le agrega leche al café!

Desde ahí hasta la mesa del desayuno donde estás leyendo el diario con la compañía de dos porciones de historia bañadas en almíbar abrazadas a esa taza de espuma blanca y marrón, todo ha sido alegría.

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