Lo que hoy denominamos como “grieta” es tan antiguo en nuestro país que sus orígenes se remontan a los tiempos fundantes de nuestra emancipación. De hecho, las diferencias entre dirigentes y distintos grupos o facciones políticas ya estaban claramente expuestas entre los miembros de la Junta Provisional de Gobierno que se había conformado en Buenos Aires el 25 de mayo de 1810.
Aquel viernes, a las tres de la tarde, los nueve integrantes del que fuera nuestro primer Gobierno Patrio juraron en la sala Capitular del Cabildo porteño. Cuatro de ellos eran abogados: Manuel Belgrano, Juan José Castelli, Mariano Moreno y Juan José Paso; y los otros cinco cargos se repartieron entre militares (Cornelio Saavedra y Miguel de Azcuénaga), comerciantes (Domingo Matheu y Juan Larrea, el más joven de los vocales) y un clérigo, el padre Manuel Alberti. Todos tenían algo en común: eran conocidos (Castelli y Belgrano además eran primos), pero nunca antes habían trabajado juntos.
Cornelio Saavedra fue designado como Presidente de la Junta. Se trataba de un próspero comerciante devenido en militar que pertenecía a una acomodada familia de Potosí y que, por entonces, contaba con 50 años. Era el jefe del prestigioso Regimiento de Patricios, una milicia creada luego de la primera invasión inglesa al Río de la Plata.
Al parecer, cuando se lo nombró como Presidente intentó justificarse diciendo: “Solicité al tiempo del recibimiento se me excusase de aquel nuevo empleo, no sólo por la falta de experiencia y de luces para desempeñarlo, sino también porque habiendo tan públicamente dado la cara en la revolución de aquellos días no quería se creyese había tenido el particular interés de adquirir empleos y honores por aquel medio”, tal como el mismo Saavedra lo asegura en su autobiografía.
Desde un primer momento se evidenciaron las diferencias entre Cornelio Saavedra y Mariano Moreno. El primero se mostraba muy cauteloso y prefería esperar a cómo se desarrollaban los acontecimientos en Europa, ante el avance napoleónico en España. Moreno, en cambio, era partidario de romper cuanto antes los vínculos con la monarquía española. Debido a estas divergencias, estrictamente relacionadas con la formación ideológica de cada uno de ellos, el jefe de los Patricios no demoraría en enfrentarse con el joven letrado que se desempeñaba como secretario de Gobierno y Guerra en aquella Junta.
Mariano Moreno tenía 31 años y ya había estado al borde de la muerte a causa de la viruela. También sufría de reumatismo, y debido a sus frecuentes descomposturas los médicos le habían indicado cuidarse en las comidas. Estudió en la Universidad de Charcas, en el Alto Perú (hoy territorio boliviano), donde se graduó en leyes. Su padre hubiera preferido que se consagrara como sacerdote. Regresó a Buenos Aires en septiembre de 1805 en compañía de su joven esposa (María Guadalupe Cuenca) y con un hijo (Marianito, que apenas contaba con ocho meses).
El traductor del “Contrato Social” de Rousseau soñaba con una Revolución en serio, con instaurar una República en estas tierras y sancionar una Constitución que organizara las bases de un nuevo Estado, que, a diferencia del existente entonces, fuese un Estado de Derecho. Durante los meses que permaneció en la Junta desarrolló una frenética labor. La fundación de la “Gazeta de Buenos Aires”, cuyo primer número se editó el jueves 7 de junio de 1810, fue una de sus tantas iniciativas. Incansable, Moreno trabajaba hasta altas horas de la noche y volvía a su casa vestido de monje, portando siempre dos pistolas amartilladas en sus bolsillos.
En la Junta no todos veían con buenos ojos que Saavedra se moviera en el carruaje que antes había pertenecido al virrey Cisneros, y algunos se quejaban también por las diferencias de salarios, puesto que mientras el Presidente ganaba 8.000 pesos, los demás miembros (secretarios y vocales) percibían solamente 3.000. La gota que rebasó el vaso en la compleja relación que mantenían Saavedra y Moreno se precipitó después de la victoria de Suipacha (7 de noviembre de 1810). En el cuartel de los Patricios se organizó un festejo donde la figura central fue el propio Saavedra (y su esposa). Se dice que Moreno pretendió ingresar, pero no se lo habrían permitido. Para colmo, durante el brindis el capitán Atanasio Duarte, un poco pasado de copas, habría brindado a la salud del “Emperador de América”.
Moreno reaccionó de inmediato y el 3 de diciembre redactó el decreto de “supresión de honores”, eliminando los privilegios que venían de la época virreinal, entre ellos, la escolta del Presidente de la Junta y de su esposa. “Si deseamos que los pueblos sean libres observemos el sagrado dogma de la igualdad ¿Si me considero igual a mis conciudadanos, porqué me he de presentar de un modo que les enseñe que son menos que yo”, argumentó el activo Secretario. A partir de aquel día sólo se podría brindar por la Patria, por sus derechos y la felicidad del pueblo.
Ciertamente, existían otras cuestiones más trascendentes por las cuales terminaron enfrentados aquellos funcionarios, como la incorporación a la Junta de los diputados del interior. Los partidarios de Saavedra aceptaban sumarlos al Gobierno, mientras que Moreno y sus leales (entre ellos, Castelli) sostenían que debían esperar para formar un Congreso que se encargase de sancionar una Constitución. Y como finalmente aquellos se incorporaron a la Junta (dando origen a la denominada Junta Grande), el sector morenista quedó muy debilitado en la puja política. Fue entonces cuando Moreno decidió dar un paso al costado, renunció como Secretario y pidió que se le asignase una misión diplomática en el exterior.
Así las cosas, el jueves 24 de enero de 1811 se embarcó en la nave de guerra inglesa “Misletoe” para desarrollar una gestión en Londres. El objetivo era estrechar vínculos con Gran Bretaña. Su hermano Manuel y el joven Tomás Guido serían sus secretarios en aquella misión. Según su hermano, Mariano estaba “contrariado y deprimido por los sucesos que determinaron su alejamiento del Gobierno”, lo que repercutió en su ánimo y en su salud. Ya al abordar la fragata no se sentía bien, y durante la travesía comenzó a sufrir fuertes mareos que lo obligaron a guardar reposo.
Pero lo que más sorprendió a su hermano Manuel fue que, de manera imprudente y sin su conocimiento, el capitán Robert Ramsay le suministró un “emético”, que era un medicamento que se utilizaba en aquella época para provocar los vómitos. Otro dato relevante es que no había ningún médico a bordo.
Lo que Manuel ignoraba es que pocos días después de la partida la Junta Grande había acordado con el comerciante David Forest un contrato de compra de armamento. Allí se aclaraba que, para cerrar la operación, el proveedor de las armas debía ponerse en contacto con Moreno en Gran Bretaña, y si éste hubiese fallecido o por alguna causa no se hallaba en aquel país, debía arreglarse con Aniceto Padilla. El tenor de esta extraña previsión alimenta las sospechas de quienes sostienen la teoría conspirativa, es decir, la existencia de un plan para eliminar a Moreno.
Lejos de mejorar, a partir de aquel momento su estado se agravó, padeciendo violentas convulsiones y entrando en una agonía de la que ya no se pudo recuperar. Agonizante, desde el catre de su estrecho camarote, dio instrucciones a sus jóvenes secretarios sobre cómo debían proceder en la cuestión diplomática. Y sus últimas palabras, según recuerda su hermano y más ilustrado biógrafo, habrían sido: “Viva la Patria, aunque yo perezca”.
Mariano Moreno falleció en la madrugada del 4 de marzo de 1811, en alta mar, frente a las costas de Santa Catalina (hoy Brasil). Su cuerpo permaneció durante todo el día en la cubierta de la nave, hasta que a las 17:00 fue arrojado al mar, envuelto en una bandera británica. Con la desaparición física de Moreno se apagó la llama revolucionaria, y las riendas del Gobierno quedaron exclusivamente en manos del ala más conservadora, encabezada por Saavedra.
El primer capítulo de esta historia de desunión que desde siempre caracterizó a los argentinos concluía de manera trágica. Los próximos capítulos de la saga no tardarían en llegar, con otros protagonistas y renovadas circunstancias, confirmando, así, que esta sería una historia de nunca acabar.
Abogado y docente universitario