El escritor cordobés Luciano Lamberti volvió a la escena de la literatura de terror con «Gente que habla dormida», un tomo de cuentos que reúne relatos previos y otros inéditos que construyen un mundo agobiante en el que los personajes sobreviven como pueden y cada tanto bordean la locura, bajo una prosa con gran sentido del humor.
«Todo lo que vos tenés como escritor son tus fortalezas y tus posibilidades. Yo tengo el sentido del humor, cierta ironía, y una imaginación medio loca», dice.
Lamberti es un cuentista minucioso, gracioso y libre. El humor y la acidez son sus principales herramientas y maneja este mismo registro en el encuentro personal. Utiliza una prosa ligera pero también efectiva para construir personajes que tienen conductas por momentos delirantes, bajo un trazo firme que dibuja la trayectoria de cada cuento.
En su literatura, el terror no es estático: va variando de elementos, de formas y de modos de afectar a sus personajes (y al lector). En algunos de sus cuentos es un horror que aparece como un golpe seco en la primera línea y te deja pasmado, no perdona; en otros, se eleva como una atmósfera que tiñe el relato muy suavemente, una incomodidad breve que funciona como velo.
Todos los cuentos que integran «Gente que habla dormida» cumplen con una promesa tácita inicial: como si fueran una maldición, más tarde o más temprano, estallan. Aunque no fue planeado, dice el escritor, esta intensidad y frenesí negro es dosificado a través de algunos relatos realistas cortos, tipo viñetas, de amor, desamor y ternura que dan un respiro para seguir con la lectura. El flamante volumen reúne relatos previos como «El asesino de chanchos» y «El loro que podía adivinar el futuro» e incorpora inéditos como «Pequeños robos a la luz de la luna»,
– Hay algo en los cuentos de este tomo que sugieren «pueblo chico infierno grande» y personajes que parecieran no encontrarle un sentido a la vida. ¿Hay algo pensado bajo estas ideas?
– Sí… pero todos somos un poco prisioneros de nuestras identidades, ¿no? Y mucha de la literatura habla del pájaro en su jaula, de la persona que es prisionera de quien es. En la operación literaria se trata de que se le presente la oportunidad de escapar, o de que la prisión se vuelva más chiquita. O que no escape, porque es cómodo estar ahí. Respecto a lo de pueblo chico, lamentablemente siempre vuelvo a lo mismo: me encantaría escribir sobre Buenos Aires, me imagino que en algún momento lo haré. Sobre otra clase de experiencias, aunque me imagino que implica otra clase de historias. Flannery O’Connor decía que pensar a tus personajes geográficamente es cerca del 60% del trabajo, porque la ideología, la forma de ver al mundo, la forma de hablar y la forma de reaccionar frente a determinadas cosas tienen que ver con dónde nació. Esa es la gracia de estos personajes que tienen todas esas taras, son medios básicos, excepto por algunas cosas que hacen un poco raras. Y son medio conservadores. Me interesa mucho trabajar con personajes que están en la vereda opuesta de lo que yo pienso o en alguna cosa más indeterminada a nivel ideológico. No podría escribir sobre progresistas.
– ¿Por qué?
– Porque lo que me es cercano es aburrido. (Carlos) Busqued decía que él no podía escribir desde Página/12, que tenía que escribir desde los nazis. No me interesa tanto la verdad como la belleza. Pienso, por ejemplo, en un personaje que vive con el marido que le pega, y de pronto se puede escapar porque una tía le regala plata. A mí en términos de verdad me encantaría que se escape, pero en términos de literatura me parece mucho más interesante que se cague, que sea cobarde, que pierda la plata. A veces uno siente que el personaje está demasiado de acuerdo con el autor, son demasiado amigos y hay un acuerdo tácito. Me parece más interesante explorar otras miradas sobre el mundo, más que la que tengo yo, o mis amigos, o la gente que sigo en Twitter.
– Hay cuentos más sensibles o de amor, como «Los ex hombres de mi vida» o «El cometa Haley», otros con un grado intermedio de extrañeza como «Pantalones de vestir», y otros oscuros como «La naturaleza del amor». ¿Cómo se construye el equilibrio entre todos esos registros tan diferentes?
– No sé. Hay cosas que son para todo público y otras experiencias más fuertes, pero no fue algo deliberado. Sé que algunas cosas van a tener más potencia, o van a ser más impresionantes, y otras van a ser sencillamente cosas lindas. Me gusta escribir sobre el amor. Siempre me llamó la atención eso de tener un grado alto de intimidad con alguien, no verlo por un tiempo y después encontrarte a esa persona y no saber quién es. Eso implica que nosotros cambiamos realmente. «Los ex hombres de mi vida» es eso: las palabras que te quedan de las personas a las que amaste, como si te hubieran dejado un pedazo de ellos. Al final, ¿qué somos? Pedacitos de las personas con las que cogemos. O también de amigos. Muchos de esos son cuentos viejos, cortos, que escribí hace mucho. Había planeado hacer un libro con todos ellos juntos, y no funcionaba, porque eran todos breves, casi poemas. Entonces acá me sirvieron para ir cortando los largos.
– ¿Te sentís más cómodo en ese registro breve?
– No. Las historias mismas te dan el ritmo del texto. Más largos, más cortos: es cuestión de seguirles el ritmo. El ritmo interno de lo que vas escribiendo es medio intuitivo, hasta que sale. Después corrijo mucho, lo reescribo si hace falta, pero la primera versión es súper de dejarse llevar.
– ¿Quiénes son tus referentes en este género, al que podríamos llamar «terror»?
– Hay un montón de escritores argentinos que escriben género que son buenísimos. Desde Tomás Downey, Santiago Craig o Diego Muzzio, que acaba de sacar una novela que está buenísima que se llama «El ojo de Goliat». Él tiene además tres novelas cortas que se llaman «Las esferas invisibles» que son alucinantes, la historia de una peste que transcurre en Buenos Aires. Después diría que Julia Armfield, Alan Johnson y Karen Russell. Pero también leo un montón de realistas… para mí la literatura es una sola. No hay alta cultura, baja cultura. La gente que separa entre una película de Hollywood o una rusa: yo no soy así. No considero que haya un buen arte o mal arte como algo dado. De hecho, me gustan mucho las comedias románticas, las amo. Me parece que tienen mucho más sentido que muchos libros de literatura contemporánea.
– ¿Entonces qué dirías de los géneros hoy?
– Los géneros ya no existen como tal. Las personas ya se dieron cuenta que en literatura se puede hacer lo que uno quiera, siempre que esté bueno. Después de haber pasado por una época con más reglas, los escritores entendieron que les chupa un huevo. Se puede mezclar: diría que no buscando originalidad, sino más bien renovación. Yo pienso las cosas a veces desde un género y a veces desde, no sé, el extrañamiento. Un tipo que se pone una máscara y anda mirando personas es un cuento realista. La otra es el realismo ramplón, que a veces es un poco nivelar para abajo, pero también es un género.
– Hay algunos cuentos en los que hay referencias históricas y políticas: el peronismo, Eva Perón, la guerra. ¿Cómo entra ese registro en historias más flasheras?
– Para hacer contraste con lo más delirante. Es como usar índices de realidad. Nombres de calles, marcas de cigarrillos, programas de tele o épocas históricas. Eso le da más sensación de conexión al lector con lo que está leyendo. Pero lo hago naturalmente, no es algo que medite mucho. No le tengo miedo a lo trivial. Si tengo que citar a Roberto Galán lo voy a hacer, no para ser bizarro, sino porque el cuento lo necesita.
– En una entrevista dijiste que te interesa profundizar en estímulos formales y temáticos. ¿Podrías profundizar esto?
– No tengo idea. Básicamente cambiar para no aburrirme, no repetirme, no volver a los mismos cuentos una y otra vez. No aburrirme con algo que no me da guita. Si me diera guita lo pensaría. Siempre digo en joda que publico un libro por año para tener alumnos en los talleres. No se puede vivir de la escritura, lo cual tiene cosas buenas y cosas malas. Lo bueno es que te da la libertad de que siga siendo un juego, y lo malo es que no le dedicás todo el tiempo que le podrías dedicar. La literatura no me da guita y por lo tanto es un espacio de libertad. Hoy está medio de moda el terror, pero yo hace 10 años que estoy escribiendo esto. No me estoy subiendo a ningún tren, hago lo que me divierte y lo voy a seguir haciendo y si me copa hacer algo realista lo haré también. Esto es como seguir un conejo que se va y no sabés a dónde va a ir. No tengo nada planificado.
– ¿Cómo se logra esa combinación de ambientes densos, pesados, con ese registro algo ácido y con grandes momentos de humor?
– Me sale. No hago ningún esfuerzo. Es más, quisiera a veces tener menos humor, porque se los toman en joda. Con «El loro» me pasa mucho: hay gente con poca sutileza que lo entiende como un cuento de humor, cuando es un loro que golpea a una prostituta, entre otras cosas. Todo lo que vos tenés como escritor son tus fortalezas y tus posibilidades, en el sentido de que podés escribir algunas historias y otras no. Y tenés algunos encantos. Yo tengo el sentido del humor, cierta ironía, y una imaginación medio loca. Esas son mis herramientas.