De mujeres africanas y afrodescendientes: ¿la herejía se lleva en el cuerpo?

Los casos de personas con la marca de ser inferiores, sin tener derecho sobre sus propios cuerpos, que eran considerados disponibles y dispuestos a la lujuria.

De mujeres africanas y afrodescendientes: ¿la herejía se lleva en el cuerpo?

La reciente Noche de los Museos nos ha permitido recorrer museos y lugares donde han quedado huellas de la presencia de mujeres africanas y afrodescendientes en la Córdoba colonial. Algunos retazos de sus historias quedaron registradas en documentos que produjeron las instituciones de entonces y que hoy podemos encontrar en los archivos históricos locales.

Historias como las de la mulata libre María López, cuya vida se puso en juego la noche del 31 de agosto de 1745 cuando su amante, el español Andrés Pereyra fue a denunciarla ante José de Arguello, el comisario de la Inquisición. Estaba dispuesto a poner fin a los días febriles que vivía con esta viuda desde hacía tiempo: su esposa no quedaba embarazada y últimamente tampoco podía tener una erección, a diferencia de la vida sexual que podía mantener con María y que despegaban a todas horas. Un día sus sospechas se dispararon cuando al término de una relación sexual, María comenzó a recoger su semen con un pañuelo blanco. Lo que lo llevó a inspeccionar la casa de la mujer, donde encontró “una petaca donde allo el mismo miembro mio formado de rayos blancos traspasados con una abuja larga y embuelto con una seda colorada toda desflecada”. La explicación que le dio María no lo convenció: “que era donde envolvía la lana para labrar”, fue entonces cuando empezó a considerar acudir al Santo Oficio local. Había demasiado en juego en su vida y necesitaba resolverlo con una denuncia que pondría las cosas en su lugar.

Ella no fue la única denunciada por magia amorosa. Unos años antes había sido delatada Clara, otra mulata libre que vivía en la región de Traslasierra, por tener maleficiado a Valentín de Zeballos, hijo del capitán Francisco Roque de Zeballos. Recordemos al lector que este tipo de hechicería, también llamada erótica o sexual, apuntaba al campo de lo afectivo, del deseo, de las emociones, de las relaciones sexuales. Y como ha señalado la investigadora mexicana Solange Alberro, el objetivo que perseguía era producir la adecuación simbólica entre los deseos y la realidad.

Estudios realizados señalan que este tipo de denuncias fue una estrategia habitual cuando un hombre casado buscaba justificar su adulterio invocando algún tipo de superstición y asociándola a la falta de voluntad o de albedrío. ¿Sería el caso de Pereyra? ¿Acaso el vínculo con María ya era de público conocimiento y había llegado hasta los oídos de su esposa? No lo sabemos, pero la delación transpira los temores de un varón que vio amenazada su posición de dominio no solo ante su amante – a quien ya no podía controlar-, sino también con respecto a su matrimonio y la herencia.

Los registros que hemos hallado en el Archivo del Arzobispado de Córdoba también nos hablan de otras mujeres involucradas ante el Santo Oficio, como la negra Mariana de la Compañía de Jesús y Jacinta- esclava de Catalina Gutiérrez-, quienes se dedicaban a las prácticas del curar, pero que fueron interpretadas como maleficios por sus denunciantes.

De esta suerte, María, Clara, Mariana y Jacinta fueron denunciadas por prácticas hechiceriles que en la época se constituyeron en actividades claves para aliviar pesares, dolores del cuerpo y del alma, los desafectos, los desencuentros, las pérdidas o los temores.

Sin embargo, no es casual que justamente ellas fueran puestas en evidencia ante el comisario de turno, ya que padecían en sus cuerpos racializados las violencias del sistema heteronormativo moderno-colonial.

Algunas de ellas reproducían el estigma de la esclavitud y estaban expuestas en la calle, en las casas – y también en las iglesias-, a ser requeridas sexualmente por los varones, empezando por el amo. Cargaban con la marca de ser inferiores, sin tener derecho sobre sus propios cuerpos, que eran considerados disponibles y dispuestos a la lujuria. Estereotipos que impregnaron el discurso médico de entonces, cuando se señaló que las esclavizadas padecían habitualmente de leucorrea también conocida en la época como catarro de útero-, por ejercer el coito sin moderación, según investigó la historiadora Claudia García.

Ellas también fueron vinculadas al mundo natural y sobrenatural, y también consideradas alteradoras del orden moral que se trataba de imponer. De esta suerte, las apreciaciones sobre sus conductas y sus formas de ser se convirtieron en un conjunto de prejuicios que poco tuvieron que ver con la realidad y sus aportes en las sociedades coloniales.

En definitiva, como ha señalado el investigador colombiano Aníbal Quijano, la racialización de sus cuerpos generó relaciones jerárquicas que duplicaron la opresión de mujeres negras y afrodescendientes en la sociedad colonial, patriarcal, de matriz católica y pigmentocrática.

Lo cierto es que ninguna de ellas fue enviada al tribunal de Lima para ser juzgada. Las denuncias  fueron a parar al escritorio del comisario, aunque quedaron a la espera de nuevas pruebas para iniciar sus respectivas sumarias. Al fin y al cabo, la Inquisición también trabajaba acumulando información para ser utilizada en el momento oportuno.

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