Nelson Specchia y su “Memorabilia”, las endechas del cajón de pan

Por Silvia Barei

Nelson Specchia y su “Memorabilia”, las endechas del cajón de pan

“Memorabilia” significa “las cosas que son dignas de ser recordadas”, algo que es objeto de recuerdo. Y el subtítulo de este nuevo libro de Nelson Specchia es “Endechas del cajón de pan”. Una endecha es una canción triste, o de lamento, y en este poemario lo que desata la endecha es un simple cajón de pan. Tan simple que no provoca nostalgia por un paraíso perdido, sino que deviene una forma literaria en la que lo personal puede decirse sin convertirse en acto de complacencia narcisista.

Mi pregunta inicial es entonces: ¿cómo hablar de la vida propia que tienen los objetos, una mantilla, una canica, un mantel, un cajón de pan, una fotografía?

Y entonces comienzo a recorrer el libro de Nelson Specchia como quien encuentra unas fotografías, como quien se deja resbalar por antiguos retratos, paisajes memorables, momentos de vida. Porque como dice un poema “No hay instante más ambiguo que el que aprisiona y enmarca la vieja fotografía”.

Toda fotografía implica una mirada y una política de la mirada, alusiones, referencias, crispaciones, intensidades, escenas frecuentes (como las que podemos recordar de la infancia) y escenas infrecuentes (como puede ser un encuentro con una gata en otro lugar del mundo).

Entro entonces al poemario como por una especie de álbum familiar, la infancia y sus íconos, sus lugares reconocibles, sus pequeñas mitologías y sus minúsculos dramas. Escribir, en este caso, no es lamentarse, sino mostrar las diversas partes que nos habitan, lo que nos constituye desde el pasado y nos persigue con los santos y señas de nuestras marcas de identidad que cobijan y desamparan al mismo tiempo.

El poemario “Memorabilia” está dividido en tres partes, y se abre con una estrofa de “Il vino triste”, de Cesare Pavese: “Ridiventa l ́antico destino/ che è bello soffrire per poterci pensare”. (Revive el antiguo destino/ que es bueno sufrir para poder pensarlo). Esta cita justifica por sí sola el nombre del libro, y ciertas escenas que a veces identificamos como propias: un hombre callado anota sensaciones, sentado en un bar de una ciudad (ésta u otra, no importa mucho), en busca de un lenguaje que le deje decir el pasado inquietante y a la vez reconfortante, al acecho de los fantasmas de la infelicidad y el gozo pequeño de lo que se escribe con el cuerpo: “Tan simple/ como esta imagen/ o cada uno de esos pasos que deambulan por mi niñez/ por el cielo por las locuras de aquellos años./ Mujer. Mi pan y mi copa. Simple como verte aquí sentada./ Así lo quiero/ en los días de este mundo,/ así lo espero en la llovizna desesperada del último límite nocturno./ Tan simple como verte, madre, aquí sentada”. (“Bajo el palto”)

Pero, llegada la hora de crecer y de partir, el poeta se va del pago chico primero, y de la patria después. Así, recorremos sus viajes por el mundo, caminos, callejas, plazas y esquinas, luego volvemos y nos quedamos a su lado, acá en Córdoba, en la calle Caseros o en la Cañada, por ejemplo, para compartir hechos que se abren a los conflictos del presente, las propias escenas y los días en penumbras, una tensión vital que parece repetirse bajo las aguas del tiempo y la memoria: “Estamos en un bar/ en una esquina de la Cañada;/ el ambiente está lleno de humo,/ se corta con la mirada./ Mi padre –un Kent filter largo entre los dedos- dice: podés usar el humo,/ pero respetá los derechos de autor./ Un grande, mi viejo./ Lástima que no fuma./ Y que está muerto”. (“Humo”).

No hay distancia, no hay ejemplaridad heroica, no hay santificación de los duelos o las tragedias. Hay la presencia de un tiempo, hay un gesto de complicidad, hay trazos gruesos sobre puntos de partida, perplejidades, voces tartamudas, fisuras, cosas no pensadas; cosas como el pan o como el cajón del pan, metáfora del puente imaginario hacia un tiempo que sólo se puede reconstruir o recuperar en el lenguaje, en el tumulto de las imágenes.

“Memorabilia” actualiza el debate sobre la memoria, sobre la emoción y el temor de nuestra propia historia por fuera de todo canon reivindicatorio, de los olvidos de la época, del aturdimiento de las redes, del abismo del revival, de los rituales de santificación de la cultura-espectáculo, mundo acelerado donde todo es repentino, fugaz y olvidable, frente a un estado de cosas que deja ver el rostro de un escritor que confiesa “Escogí otro poder, manso, denso y que abonara/ Construir la república, diversa, plural y una:/ Inquirir por el hombre, su pasión y su pena”.

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