La 38 edición del Festival Internacional de Cine de Mar del Plata transcurre sus días con la felicidad del reencuentro colectivo que se experimenta en sus salas de cine y una conciencia a flor de piel sobre la importancia del 40 aniversario del regreso de la democracia, acrecentada por un proceso electoral que despertó fantasmas que creíamos extinguidos de Argentina. Acaso como nunca antes en Mar del Plata se habla de política tanto como de cine, con el ballottage presidencial instalado como un trasfondo omnipresente en las charlas de cafés y de los bares luego de las proyecciones, así como también se cuela en las presentaciones de los directores y en las actividades paralelas. Una paradójica fascinación con la vida pública del país domina el ambiente, tal vez porque se intuye que la elección será crucial para toda experiencia colectiva como el festival marplatense, que mira con una mezcla de espanto y expectativa el espectáculo grotesco que ofrece la clase política profesional.
Lo cierto es que la programación acompaña esta disposición colectiva de los espectadores con películas que intentan pensar la historia y los vínculos entre los acontecimientos políticos y la vida personal de los argentinos. Resulta conmovedor que una de las obras más lúcidas a la hora de plantear estos vínculos sea “Las ausencias”, del mítico docente y cineclubista local Juan José Gorasurreta, que a sus 75 años estrenó su primer largometraje en la sección Panorama del festival. Cordobés por adopción desde hace más de 40 años, fundador del Cineclub La Quimera y formador de varias generaciones de cinéfilos, críticos y directores; Gorasurreta realiza en “Las ausencias” su acto de mayor donación de sí mismo al componer un ensayo autobiográfico que en realidad es un homenaje al cine, a la cultura argentina y a la infinita capacidad de renacer desde las cenizas que caracteriza a este pueblo. Íntima, visceral y cinéfila, de una generosidad inconmensurable con el espectador, la película expone radicalmente a Gorasurreta a través de las películas y los seres que amó, como si el cine funcionara “como una forma de conocerse a uno mismo” a través de los otros, como señala Daniel Schmidt en una cita al inicio del filme. La obra “es un retrato de cómo la historia argentina y mi encuentro con las películas diseñaron mis zonas sensibles”, afirma el propio Gorasurreta al inicio y efectivamente él se corre del centro de la película para explorar lúdicamente los vínculos siempre conflictivos y apasionados entre la historia argentina, el cine, Córdoba y su historia personal.
HDC: Contanos en primer lugar la génesis de la película
Juan José Gorasurreta (JJG): Las ausencias surge a partir de un cuento que escribí en el año 1987, cuando falleció mi hijo Alexis con 7 años. Ese cuento se llamó “La noche anterior”. En 2008, a raíz de la muerte de mi padre, me surgió pensar ¿por qué no filmar ese cuento? Aunque inmediatamente surgió la pregunta sobre ¿cómo hacer una adaptación para filmarlo? A partir de ahí se fueron generando varias ideas, ya que no me gusta escribir guiones, pero pude marcar 25 líneas de continuidad que iba a tener la película. Empecé a pensar qué momentos de la historia de este país me interesaba contar para mi vida, a buscar hechos que me habían marcado personalmente, sobre todo por mi padre, que era un antiperonista perro. La búsqueda era cómo relacionar mi vida personal con esa historia del país y con mi relación con el cine. Empecé a recolectar material de mis cortometrajes, todo lo fílmico que hice, empecé a hablar con los chicos que me acompañan en el equipo, como Lucía Torres, Ezequiel Salinas, Eva Cáceres. Y antes de la pandemia filmamos casi una hora con material de 8 mm que es un poco el eje por donde transita la película. Así se generó lo que se ha visto: una película donde se cruza la historia con películas que me marcaron mucho en mi vida y otros recursos estéticos, como los dibujos que hizo Ana Comes para representar ciertos momentos personales de mi vida de una forma que no sea tan cruel.
HDC: Hay una idea hermosa de Schmidt al inicio sobre cómo funciona el cine, que sería como un espejo donde uno puede entenderse a sí mismo a través de los otros. Me parece que tu película está organizada de esa manera…
JJG: La gente que me conoce en Córdoba sabe que cito esa frase todo el tiempo, porque creo que el cine debe ser útil para eso, para conocernos a nosotros mismos, para mejorarnos, también para definir posiciones políticas y de autocrítica. De ahí me parece que viene el cine que hacemos, de alguna u otra forma. En la función de ayer conté una anécdota de Juan Carlos Arche, que fue mi maestro y murió hace un par de años, donde él planteaba que todo cineasta que se precie no debe filmar un solo fotograma sin responderse dos preguntas: ¿Qué soy? y ¿Qué quiero? Porque sino lo que filmará ese realizador quedará impreso en el fotograma, transferirá sus miedos, sus inseguridades, sus prejuicios. Por eso, algo que a mí me facilitó hacer la película es contarla de frente y sin tapujos: hay cosas que yo nunca he comentado a nadie que aparecen ahora en la película, como mi militancia, la muerte de mi hijo, mi homosexualidad o mi pansexualidad, pero ahora me animé a contarlo y me siento muy bien conmigo mismo y con el cine. Ese espejo que hablaba de Schmidt habla de cómo contamos historias que a su vez tocan o pueden tocar a los otros. “Las ausencias” no es una película sobre Juanjo: es una película sobre mi generación, mi vida funciona como espejo de una generación y también de una ciudad, un país, una historia.
HDC: En ese sentido, es muy interesante el modo en que te corres del centro de la película a pesar de que todo lo que vemos sos vos a través de tus amores…
JJG: Vos sabés que había mucho miedo al comienzo porque yo no quería hacer una película sobre mí, no quería hacer una catarsis sobre mi historia. Y de pronto, en la edición tuve una mano derecha impresionante de Lucía Torres (editora). Para que tengas una idea, trabajamos casi 90 días durante ocho horas diarias. Y la película que has visto ahora apareció recién en el quinto corte: o sea que armamos un montaje y no nos gustaba, lo borrábamos de un clic con un botoncito… Fue así hasta el quinto corte, recién ahí empezamos a descubrir la película entre los dos, cuando logramos ese equilibrio entre lo personal, la relación con la historia y mi relación con el cine a través de los documentos, de los archivos de mis películas. Fue un trabajo muy grande y muy hermoso que agradezco a Lucía.
HDC: Al mismo tiempo es tu historia de vida la que organiza toda la película y a mí me pareció muy hermoso cómo narras acontecimientos propios de tu vida a través del cine, a través de otras películas. ¿Cómo fue ese trabajo?
JJG: Fue ver muchas películas para seleccionar los fragmentos ¡y mirá que he visto muchas películas en mi vida! Pero había algunas películas fundamentales para empezar como “Nueve cartas a Berta” (1966, de Basilio Martín Patino), que vi en mi pueblo como complemento de una película del Club del Clan en el año ‘67. Mi vieja era muy amante del Club del Clan de aquellos años, pero yo vi “Nueve cartas…” y me quedé casi solo en la sala, pensemos que yo era un pendejo de 15 años. Después, con el paso del tiempo, volví a reencontrarme con la película y me di cuenta de cuál era la relación con mi sensibilidad y la historia que estaba contando Patiño. Otra película importante fue “Una historia inmortal” (1968) de Orson Wells, que vi en Santa Fe, que fue una película que terminó de darme vuelta y definió un poco la decisión de hacer cine.
HDC: ¿En qué medida tu historia como cineclubista define también una posición ética y estética en tu película?
JJG: Yo empecé a estudiar en los ‘70 en lo que quedaba de la Escuela de Cine de Santa Fe de Fernando Birri. Fernando ya se había ido y la escuela estaba destruida, pero ahí comencé a hacer fotografía y a interesarme por el guion, por las películas, por ver cine. Ahí, Juan Carlos Arch, que era un egresado de la escuela de Birri, nos decía que una de las virtudes que debe poseer todo cineclubista es ser generoso. ¿Por qué? Porque vemos una película que nos gusta y la queremos mostrar a los otros. Ahí aprendí ese oficio como cineclubista a través de la selección de las películas que fui haciendo en los años siguientes, tanto en cineclub de Santa Fe como en La Quimera: esa necesidad de mostrar a los otros el material que me había formado, aquello que yo había amado. Siempre, intentando estar a tono con los jóvenes porque me parece que son la esperanza, son el futuro: parafraseando a Spineta, “mañana es mejor”. Por otro lado, me parece que acumular la información que te da el cine y guardarla para vos es medio egoísta. Entonces, la película es una forma de agradecer vivir en este país y hacer lo que me gusta, algo que nos vuelve unos privilegiados ante tanta desidia, tanta pobreza, tanta perversidad política o económica.
HDC: ¿La película se puede entender así como un regalo hacia las nuevas generaciones?
JJG: Yo no creo que sea un regalo. Más bien, hay otra idea que a mí me parece más justa y es que yo amo a este país, porque aquí he nacido, porque aquí ha vivido mi familia, por mis viejos, porque es mi tierra. Y si yo elegí el cine para para expresarme, esta película es una forma de devolver ese aprendizaje a mi gente, a mis compañeros, a los otros argentinos, a mi sociedad. A mí me parece que la película es eso: resucitar la memoria que quiero transmitir, recordar una parte de la historia y lo que pasó conmigo en esa historia para transmitirla a los otros. Se forma así un triángulo entre el cine, la historia y mi vida personal – a mí me gustan los triángulos: mi hijo Alexis nació de un triángulo amoroso muy hermoso de aquellos años- y quería compartirlo con los otros. Más que un regalo es transmitir una experiencia sin tapujos, sin mentiras, porque hay muchas cosas que me animo a decirlas ahora a mis 75 años. En Santa Fe siempre decíamos que nuestras “zonas sensibles” deben ser educadas y a mí me parece que el cine fue un elemento hermoso que diseñó mis zonas sensibles.
HDC: También quisiera preguntarte por la multiplicidad de recursos que utilizas en la película…
JJG: Nosotros buscamos diseñar la película con los diferentes formatos pedagógicos o artísticos que me formaron o qué me deformaron, como quieras. Buscamos utilizar desde la música a la literatura, el texto de mi cuento que ajustamos a una forma poética al cine. Intentamos utilizar todos los medios expresivos de los cuáles yo me nutrí para aprender. Hasta el teatro, algo que fue muy alucinante porque al final utilizamos fragmentos de una obra que se hizo aquí en Córdoba por en el año ‘82 y ’83 que yo filmé. Es una obra que imagina un encuentro entre los cineastas George Méliès y Jean Vigo, donde Vigo le cuenta su amor por una mujer que no le dio bola y reflexiona: dice que pese a la derrota amorosa, afortunadamente uno no aprende nunca que las cosas no se dan. Eso me parecía como una luz en el camino.