Pesebres y Navidades, ayer y hoy

Por Jaqueline Vassallo

Pesebres y Navidades, ayer y hoy

Estamos en tiempos de fiestas navideñas y de fin de año en este tumultuoso diciembre que nos toca vivir.

La Navidad es una de las fiestas más celebradas y vividas con mayor emotividad, ya que, más allá de su sentido religioso y de su hondo significado humano, sus raíces -que provienen de la antigüedad- la convierten en un momento luminoso del año y es sintetizadora de tradiciones y costumbres de las más variadas procedencias culturales.

En la actualidad, regalos, pesebres de toda índole, imágenes del Niño Jesús, comidas especiales, misas de gallo, villancicos, danzas, arbolitos y Papá Noel conviven y se conjugan a lo largo y ancho del país, en una fiesta que reconoce sus inicios en la Conquista española y la consiguiente imposición de la religión cristiana.

Como bien ha señalado la investigadora argentina Olga Fernández, al trasladarse esta fiesta de Europa hacia América, las creencias y costumbres fueron tomando características nuevas, aunque todavía continúa la evocación de ambientes invernales y paisajes nevados, propios del mes de diciembre en el hemisferio norte. Y también se mantienen varios hábitos alimentarios asociados a la fiesta que son propios del clima frío, como el consumo de frutas secas, nueces, avellanas y panes dulces con levadura, que ingerimos alegremente durante los primeros días de los tórridos veranos sudamericanos.

Estudios ya realizados nos informan que la concreción de los primeros pesebres vivientes tuvo lugar en el obispado del Tucumán a fines del siglo XVI -y del que Córdoba formó parte en ese entonces-, de la mano de los jesuitas Francisco de Angulo y Alonso de Barzana, en el marco del trabajo misional que desplegaron en la población indígena.

En tanto que fray Francisco Solano hizo lo propio, al incentivar el canto de canciones navideñas frente a imágenes del niño Jesús.

Durante el período colonial, pesebres vivientes y domésticos y trípticos de nacimientos convivieron con imágenes del Niño Jesús, una devoción tradicional de la iglesia católica que en el siglo XVIII comenzó a tener mayor difusión, cuando parecieron los fanales provenientes de los talleres de Lima, Cuzco o Quito. Pero la posesión de imágenes era un lujo para pocos, fue así como familias pudientes de Córdoba y la iglesia accedieron a figuras de niños lujosamente vestidos que eran exhibidos durante las fiestas y que el resto del año -según nos dice Lucía Solís Tolosa- se conservaban bajo fanales, campanas de vidrio o de cristal.

Imágenes siempre acompañadas de toda clase de objetos diminutos- emulando sus juguetes (tales como animalitos, flores, plantas o piedras, que formaban un atractivo conjunto).

Gracias a los estudios de la cordobesa Ana María Martínez sobre imaginería privada, sabemos que en la Córdoba colonial había numerosas imágenes grupales, entre las que destacaban los Nacimientos. Mientras que la del niño Jesús -continúa la autora- era una representación “muy mimada”. Los había en imágenes de bulto (es decir, con volumen y cierto tamaño), solos, y generalmente contaban con ricos ornamentos de frutas y flores cuando se hallaban en urnas de cristal.

También, recostados en cunas de madera y plata, en nichos confeccionados con técnica de pintado y dorado, y hasta en cajoncitos de madera abetunada. Muchas de estas imágenes eran de piedra, madera y cera; incluso alguna atravesó el Atlántico, proveniente de Castilla. La investigadora mencionada ha encontrado rastros de sus existencias a través de documentos de archivo locales, no sólo en la ciudad de Córdoba, sino también en Río Cuarto, Calamuchita, Río III y Villa del Rosario, ente otros.

Como sabemos, estas imágenes tenían un valor simbólico, material y afectivo, no sólo para quien las poseía, sino también para quien las observaban, ya que formaban parte de las prácticas devotas de entonces. Y en la actualidad algunas de ellas se convirtieron en valiosos objetos de patrimonio cultural que podemos disfrutar en varios museos locales, como en el Museo Histórico Provincial Marqués de Sobremonte -que cuenta con dos bellos fanales del siglo XVIII expuestos en su primer piso, y en el marco de exquisitas recreaciones de las habitaciones que ocuparon los habitantes de la casa a lo largo del tiempo.

Como también son imperdibles los fanales que acogen tanto el Museo de Arte Religioso Juan de Tejeda, a pasos de la plaza San Martín, como el de la Estancia Jesuítica de Alta Gracia y Casa del Virrey Liniers.

Sin duda, un buen plan para transitar estas Fiestas, y un verano que se nos avecina complejo, difícil, que nos interpela a pensar en otras alternativas y a repensar el rol del gran símbolo de la Navidad globalizada: el “regalo”.

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